Corría el año 1989, y mientras en el mundo se desmoronaba la Unión Soviética, caía el muro de Berlín, moría el artista Salvador Dalí y Colombia padecía la peor guerra contra el cartel de Medellín, una huelga de trabajadores tenía cerradas las puertas de Curtimbres de Itagüí S.A.
Los trabajadores se agolpaban en la entrada de la empresa, ubicada en el barrio El Rosario, cuando en medio de los temores y las arengas sindicales se oyeron los rugidos de una máquina en la planta de producción.
“¿Quién diablos se metió a la empresa, si todas las entradas están selladas?”, se cuestionaron los protestantes. Acudieron a la fuente del ruido y encontraron trabajando, como si nada grave estuviera pasando, a Abelardo “el Ratón” Molina.
- “¿Qué hace aquí, no ve que estamos en huelga”?
- “¡Me importa un carajo, yo necesito es trabajar!”, refunfuñó el operario.
Dos décadas después, los gerentes de la compañía recuerdan esta anécdota para ejemplificar el grado de compromiso que ha sostenido a Curtimbres de Itagüí durante 87 años, y que hoy la tiene como líder en el procesamiento de cueros, con contactos a nivel nacional e internacional.
Su historia, tal cual se extrae de sus archivos, comenzó en 1926 con dos paisas bien verracos: don Gustavo Padilla y don José Paz Botero.
Se instalaron a orillas de la quebrada Doña María, cuando la zona era una maraña despoblada hasta de gallinazos, y con métodos rústicos se dedicaron a la curtición de las pieles del ganado.
El primer mote del negocio fue Curtimbres La Independencia, que adquirió fama regional por la fabricación de la “Suela Itagüí”, un cómodo acompañante para el calzado. Al año siguiente, la pequeña empresa tomó el nombre que hoy la representa.
En 1944, cuando el planeta sufría el clímax de la Segunda Guerra Mundial, salía de prisión el líder conservador Laureano Gómez y explotaba el volcán Vesubio en Italia, se produjo una importante transformación en la firma.
Colombiana de Curtidos S.A. (Colcurtidos) adquirió la creación de Padilla y Paz, para encumbrarla en la cima del gremio. En 2013 siguen al frente de los 460 empleados, produciendo 2.000 cueros diarios, en propiedad de familias de origen judío, como los Gilinsky y los Minsky.
Sobrevivientes
La dama de falda larga, botas vaqueras y blusa blanca, yace tendida boca arriba, con aire coqueto, sobre una montaña de cueros de color café, en medio de la planta de producción.
Su brazo mimado y de tersa piel cuelga a un costado, apuntando a otro arrume de cueros coronado por ocho manzanas rojas, dispuestas para recibir una mordida.
La escena es el encuadre de una fotografía de gran formato, que adorna la oficina de Óscar Duque, el director de Producción de la firma.
Junto a él está Ernesto Arango Peláez, director Administrativo y de Gestión del Recurso Humano, con quien rememora las épocas duras y esplendorosas por las cuales ha trasegado la empresa.
Entre 1985 y 1989, cuentan, los golpeó la primera crisis del mercado de cueros. Brasil, donde no solo abundan los futbolistas, las garotas y los sambódromos, desarrolló su hato ganadero e industria de curtimbre, copando las demandas de una vasta porción del comercio global.
La situación estaba tan dura, que en la fábrica itagüiseña los trabajadores no tenían nada qué hacer, explica Juan Carlos Olarte, coordinador de Clasificación y Medida, con 26 años en la empresa.
“No teníamos materia prima para trabajar, entonces nos pusimos a hacer una cancha de fútbol y a pintar toda la empresa. Hacíamos torneos, y el deporte se volvió tan importante que se contrataban exfutbolistas y gente de la selección Antioquia de baloncesto, para que nos representaran en olimpiadas empresariales”, acota Olarte, quien además es un eximio arquero de fútbol.
Fue en aquellos días cuando sucedió la recordada huelga que desafió “El Ratón” Molina, uno de los 79 jubilados que ahora tiene la compañía.
La segunda oleada de afugias fue en 1998, de la mano de los elevados precios del cuero crudo en Colombia; luego en 2008, con la recesión mundial que afectó a E.U. y Europa y la consecuente revaluación del dólar; y en tiempos recientes con la apertura comercial, que facilitó la “invasión” de zapatos y materiales sintéticos importados de Asia.
Curtimbres de Itagüí, como un buque de guerra anclado a la roca, sobrevivió a la marea. Sin embargo, el gremio en general no puede narrar la misma hazaña.
Se quebraron cinco fábricas de curtimbre en Antioquia, relata Óscar Duque, y otras tantas en el país no se salvaron de la crisis política y comercial con Venezuela, derivada de las calenturas entre los presidentes Álvaro Uribe y Hugo Chávez.
“De 2005 a 2008, Venezuela fue nuestro principal aliado comercial, el 30 por ciento de nuestro producto se vendía allá, exportábamos unos 2.000 millones de pesos mensuales. Ahora ese mercado se nos fue a cero”, lamenta Duque, cambiando de postura en su silla, por la incomodidad.
¡Hasta en la China!
El 70 por ciento de la producción de esta compañía es de exportación, con agentes de ventas y distribuidores en E.U., Europa, Sur y Centroamérica, Japón y la mismísima China.
Pocas empresas antioqueña pueden sacar pecho de esta manera, decir que pusieron una bandera en el gigante asiático, que en la actualidad importa a Colombia el 90 por ciento de los cueros sintéticos.
Ernesto Arango dice que esa aventura comenzó a principios del siglo 21, cuando se demoraban hasta tres meses para enviar la mercancía por barco hasta las costas chinas.
Los productos gustaron y, viendo la necesidad de ser competitivos, edificaron hace una década una bodega en la tierra del kung fu, los dragones voladores y las viandas con grillos fritos. Un colombiano y tres chinos se encargan de ofrecer las creaciones allá.
Los productos consentidos son los cueros técnicos para calzado de seguridad y para la moda (bolsos, calzado, ropa y tapicería).
Una de las razones para esa sostenibilidad en el tiempo, agrega Ernesto, es la responsabilidad ambiental. Mesas de trabajo con la comunidad, con EPM y el Área Metropolitana mantienen centrada a la empresa en ese tema.
Muy distinto a cuando Juan Carlos fue contratado en 1987, pues el olor de la curtimbre se sentía desde el parque de Itagüí, en la actualidad la tecnología permite controlar los aromas del tejido que antes fue vivo. Incluso instalaron un dispersador de olores, que de vez en vez expulsa al aire la esencia de la canela.
En 2013, mientras en Venezuela lloran la muerte de Chávez, en Cuba palpita la mesa de diálogos con las Farc y los católicos se sorprenden por el discurso del Papa Francisco, Curtimbres de Itagüí continúa exportando el talento de los trabajadores antioqueños, tan emprendedores como lo fueron don Gustavo y don José.