Para llegar hasta Juradó, municipio colombiano ubicado en la costa Pacífica norte, en el departamento de Chocó, hay que tomar un avión y después una lancha, una lancha que luego de atravesar manglares y mar abierto se estaciona lo más cerca posible de la playa para que la gente que va adentro pueda bajarse.
Sin embargo, durante el trayecto, ese aislado rincón del mundo emerge como el único protagonista del momento y se desborda de los recuerdos de los que sí tienen el placer de haberlo conocido.
—La gente de Juradó se siente más cercana a Panamá que a Colombia —dice Edwin Rengifo, el gerente de la agencia de turismo Tour de Ríos, mientras la velocidad de la lancha choca estrepitosa contra las olas y el sol que se posa sobre ellas genera un nuevo tono plateado.
—¿Por qué? —le pregunto.
—Porque geográficamente está muy cerca.
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Y es verdad. Juradó tiene una extensión de 1.350 kilómetros cuadrados que limita al norte con la República de Panamá, por el oeste con el municipio de Río Sucio, por el sur con el municipio de Bahía Solano y por el oeste con el océano Pacifico, y además de su cabecera municipal, bajo su jurisdicción están tres centros poblados más: Curiche, Punta Piña y Punta Ardita.
Y, aun así, esos datos son en los que uno menos piensa cuando se baja de la lancha, pues uno se concentra primero en la humedad y luego en el calor que le abraza el cuerpo, ya que su temperatura media es de 28 ºC, aunque desprevenidamente una playa amplia y limpia, un corredor de cocoteros y una calle principal que se bifurca y le da paso a las demás, lo abstraen de la realidad.
Tal vez basados en esta capacidad de seducción, propia de este territorio ligeramente quebrado y selvático, la Alcaldía de Juradó, el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y Fontur, le están apostando para convertirlo en un destino turístico en el marco del programa Colombia, el país de la belleza, que bajo la premisa de que “cada rincón del país es una puerta abierta para revelar y descubrir nuestra belleza oculta”, invita a todos los ciudadanos a explorar y a vivir lo que somos.
—Aquí tenemos un potencial muy grande en cuanto al turismo por nuestra ubicación geográfica, pero desconocida por completo por los colombianos, por ejemplo, muchísimos extranjeros, muchísimos, llegan a practicar pesca deportiva porque muy cerquita tenemos la bahía de Humboldt, que es un corredor impresionante de especies —señala Vicente González Arrunategui, un lugareño que por más de 50 años ha impulsado el turismo en la zona bajo el foco de la pesca deportiva—. Además, desde aquí se puede hacer avistamiento de ballenas jorobadas igual que en Nuquí o que en Bahía Solano, lo que pasa es que como estamos tan lejos, estas playas no son tan atractivas, pero eso hay que cambiarlo.
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Es decir, Juradó no solo cuenta con un paisaje que deslumbra a cualquiera, sino también con la posibilidad de llevar a cabo esta práctica recreativa a la que se refiere Vicente y que ha hecho que en los últimos años al municipio se le conozca como “La perla del Pacífico”; con la posibilidad de avistar a las ballenas jorobadas que migran a Colombia para reproducirse de mayo a octubre, desde las aguas frías del polo sur en un viaje de más de 8.000 kilómetros durante dos meses aproximadamente, como explican en el blog Animal Bank; y con la posibilidad de expandir y explorar el mercado de artesanías que los resguardos indígenas allí presentes están prestos a aportar a esta cruzada, puesto que son los mejores en la talla de figuras de madera, los tejidos con chaquiras, y en la creación de canastos de fibra de palma trenzada, una habilidad conocida como wérregue.
—Nosotros estamos muy interesados en que nos incluyan en el tema del turismo porque todos nos veríamos beneficiados, cada familia podría tener un sustento, la entrada de un recurso económico, y tenemos todas las herramientas para hacerlo, lo que no hay es comercio, y tenemos la esperanza de que eso puede cambiar con estas iniciativas —apunta Liviana Chagito Chiripua, una lideresa indígena que trabaja en la Oficina de la Mujer de la Alcaldía de Juradó con el fin de empoderar a las mujeres de su comunidad “para que así tengan una vida más justa e igualitaria”.
Y es que la población de este lugar del mundo está dividida en 11 resguardos indígenas que representan el 24% del total de la población, el otro 65% le pertenece a la comunidad afrodescendiente y el 11% restante a los colonos, quienes a lo ancho de todo Juradó se presentan siempre amables y expectantes ante la presencia de los foráneos, dispuestos siempre a invitarlos a un jugo de coco o a un trago de viche, esa bebida propia de los indígenas de la que los afro se apropiaron y la hicieron suya, según me contaron ellos mismos, y que se puede acompañar perfecto de arroz clavado, atún o enconcado, tres platos típicos que se presentan como una verdadera experiencia gastronómica; y de la música autóctona de la región, como la que hace el grupo El Tamborito.
—Nosotros aquí en Juradó nos sentimos más panameños que colombianos —dice Pedro Caicedo, director del grupo Tambores de Juradó, después de tocar un par de canciones a orillas del mar.
—¿Por qué? —le pregunto.
—Por el abandono al que nos ha sometido siempre el estado.
Tal vez como sociedad solo nos falta mirar hacia dentro.
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¿Cómo llegar hasta Juradó?
