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Libreros: guías en el mar de novedades

Son lectores y vendedores, algo poco común. Detalles de su labor a propósito de la nueva sede de la Librería Nacional en Sabaneta y otras.

  • La Librería Nacional abrió una nueva sede en Mayorca. Bukz quiere abrir una en Bogotá. FOTO Esneyder Gutiérrez
    La Librería Nacional abrió una nueva sede en Mayorca. Bukz quiere abrir una en Bogotá. FOTO Esneyder Gutiérrez
08 de agosto de 2022
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Ser librero es algo accidental. En eso coinciden Felipe Ossa, Alejandro Torres y Anthony Pulgarín, que atienden a públicos distintos, llegaron al oficio sin proponérselo y ahí se quedaron.

En su libro, “Leer para vivir”, que hace poco reeditó Planeta, Felipe Ossa, dueño de la Librería Nacional, cuenta que cuando aprendió a leer y se fascinó con los libros decidió que iba a ser un “gentil ocioso”, “alguien que vive de la renta, ama el arte y la literatura y escribe de vez en cuando en una que otra revista”. Al final, por las vueltas de la vida, terminó trabajando en la Librería Nacional, propiedad, en ese entonces, de Jesús María Ordóñez, y se enamoró del oficio.

Ya no podía ser un “gentil ocioso”, ahora, además de leer, le tocaba cargar cajas, llevar inventario, limpiar y, por supuesto, vender. A pesar del romanticismo de la profesión, quienes la ejercen concuerdan en que es un trabajo de ventas, que implica labores administrativas. Además, se encuentra dentro de una industria que, a pesar de ser muy productiva, no es la que más ganancias deja, de hecho, quienes trabajan en ella buscan solo ser sostenibles.

Más lectores mismos libros

“La cadena del libro es muy larga”, dice Anthony Pulgarín, un filósofo de 28 años, que por transmitir su amor a los libros en las redes sociales, terminó convertido en librero de una de las tiendas más nuevas y dinámicas de Medellín, Bukz. Desde los autores (que suelen ser los que menos porcentaje reciben por la venta de sus libros), pasando por los editores, impresores, transportadores y vendedores, deben sacar su tajada de productos que no son especialmente de consumo masivo en el país. Los colombianos, según las últimas cifras de la Cámara Colombiana del Libro, leen en promedio 2.7 títulos al año y esto no necesariamente significa que los hayan comprado.

A pesar de los retos evidentes, la pandemia sí aumentó la atracción por la lectura y su hábito, además, en el caso de Pulgarín, permite la creación de comunidad. “Tenía un afán de que la gente, de alguna forma, estuviera al tanto de lo que estaba leyendo, afán de compartir, y empecé a recomendar libros en mi Instagram (@anthopulgarin), una forma fácil de llevar la colección de mis libros leídos, luego me di cuenta que se podía hacer más formal. Me interesé y gracias a eso me traté de enrolar en el oficio de ser librero”, cuenta. Ahora sus clientes son los que determinan de alguna manera sus lecturas, pues debe estar al corriente de las novedades y muchas veces lee pensando en buscar algo para alguien específico, porque no siempre lo último que sacan las editoriales es lo que le interesa a su comunidad. Cada librería tiene una personalidad, que muchas veces se ha formado por el trabajo del librero. En el caso de Bukz, además de las novelas, tienen muchos creativos y empresarios en sus bases de datos.

Alejandro Torres, librero de Árbol de tinta, un local de libros leídos en Bogotá, por otro lado, tiene su fuerte en las obras de ciencias sociales y descubrimientos literarios. Su formación como sociólogo y la curiosidad permanente por leer e investigar es lo que alimenta su oficio. En su caso, es algo más personal que comunitario, pero es precisamente su conocimiento y sensibilidad lo que atrae a los clientes, seguros de que encontrarán una buena recomendación, así no sea lo que están buscando. A diferencia de Bukz, que incluso trae libros por encargo, Alejandro pocas veces busca algo que le encomienden, prefiere ir armando el catálogo casi como su biblioteca. Para él, lo que hace falta en el negocio es una mayor apuesta por la producción local, y le parecería interesante que hubiera más traducciones, que curiosamente suelen ser más costosas que las obras originales, pero que en otros países se financian con becas.

Sin esnobismos

En 1996, en una entrevista con Estela Bravo, Gabriel García Márquez explica que lo que consolidó su amistad con Fidel Castro fue que el escritor empezó a compartirle al dictador cubano bestsellers, para que descansara de la lectura de documentos de gobierno, como Drácula de Bram Stoker y El año de la peste de Daniel Defoe, “libros de muy buena literatura, pero distraídos, entretenidos, que al mismo tiempo enseñan y divierten”, explicó. Felipe Ossa tiene una idea similar de lo que debería conformar su catálogo.

Por supuesto, están los clásicos que sus lectores buscarán permanentemente. En su libro recuerda que Jesús Ordóñez se molestaba muchísimo si alguna vez iba un cliente a preguntar y no encontraba una obra maestra, así que debía haber ejemplares siempre. Y aunque mantiene en los estantes las lecturas que disfruta (las novelas, especialmente gráficas), no denigra de los libros espirituales y de autoayuda, que son los que más se venden, y tiene entre estos, algunos que le gustan. “Hay que tener en cuenta que la gente busca en el libro consuelo, enseñanza, consejo, el libro es eso. Mucha gente que lee un libro, de lo que ahora se llama espiritualidad, lo confortan y le ayuda”, explica.

Por eso dos de los libros más vendidos en la Nacional son de este género, pero no son precisamente novedades. Uno es “Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida” de Dale Carnegie, que se publicó por primera vez en 1948, y el otro, “El hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl, publicado en 1946.

Así como Anthony, que publica sus reseñas en Instagram, Felipe lee mucho de lo que le llega (confiesa que guarda más de lo que alcanza a leer) y escribe las reseñas que salen en el sitio web de la Librería Nacional. No solo recibe los pedidos de la librería, sino que muchas editoriales le envían las novedades y lo tienen como consultor. Su biblioteca tiene aproximadamente 9.000 volúmenes.

Desde sus individualidades, los libreros terminan por imprimirle un estilo e interés personal a las librerías que atienden. Un oficio de carácter, cada vez más escaso.

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