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Mulahttaz, las promotoras del dancehall en Medellín

La vida de las bailarinas pasa de los ensayos a las clases. Ese es el caso de las tres integrantes del grupo que ha difundido los bailes jamaiquinos en Antioquia y Colombia.

  • Imagen de las tres integrantes del colectivo Mulahttaz Dance Hall. FOTO Jaime Pérez
    Imagen de las tres integrantes del colectivo Mulahttaz Dance Hall. FOTO Jaime Pérez
01 de mayo de 2023
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Afuera, el tráfico, las montañas, los edificios, el Puente de la 4 Sur –con sus torres y cables de colores–. Adentro, Jenny Restrepo, Tania Cardona y Laura Cano miran con intensidad un espejo enorme que reproduce sus cuerpos: siguen en él los movimientos propios y de las compañeras. El baile es enérgico, de pasos vehementes. Las piernas son pistones y los brazos hélices que alternan la delicadeza con la fuerza.

Casi ni parpadean y cuando la armonía se rompe –alguna se adelanta o atrasa en la rutina– se detienen: Tania va hasta el portátil conectado a unos parlantes y suspende la música. Los rostros pierden la concentración del atleta y las bailarinas se relajan, se estiran, intercambian risas.

Luego miran el espejo y todo comienza de nuevo. La música vuelve y con ella la fuerza y el ritmo en las piernas, las pelvis, los brazos.

Son Mulahttaz Dancehall Crew y preparan en el piso noveno de Monterrey el show de cierre del primer día de un evento de ballet.

Antes de seguir con el relato, unas palabras sobre el dancehall. El ritmo surgió a mediados de los setenta en Jamaica y, para los expertos y las fuentes de consulta, se trata de una evolución del reggae. En su origen se mezclan, por un lado, los Sound system –grupos de DJ que, provistos de bafles gigantes, montan fiestas en espacios públicos– y, por el otro, la imaginería y la poética de los rastafaris.

Para la profesora Donna P. Hope, el dancehall es uno de los coletazos de la muerte de Bob Marley a principios de los ochenta y su comienzo se dio en años en los que la población jaimaquina vivió profundas transformaciones de corte neoliberal, ocasionadas, entre otras cosas, por la rivalidad entre el Partido Laborista y el Partido Nacional del Pueblo. Los pasos del baile tienen nombres en inglés y están divididos por sexos. Los femeninos se concentran en la parte inferior del cuerpo –el trasero marca la pauta– mientras los masculinos son más reposados.

La memoria de Laura ubica la llegada del dancehall a Medellín en los ochenta. Aquí, entre cerros y comunas, encontró el terreno abonado para conformar una comunidad de bailarinas y músicos: su naturaleza underground y afro le confirió al baile un atractivo para las generaciones que llegaron a la mayoría de edad en los ochenta, noventa y principios del dos mil.

“El dancehall no distingue mucho de estratos sociales o conceptos raciales. Medellín es una ciudad muy caribeña y eso ha ayudado a que mucha gente se interese en esta música”, dice Laura.

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Y, bien visto, Mulahttaz es una muestra de eso: cuando ellas se conocieron en la escuela de baile Urban Flow – fundada por la bailarina alemana Alexa Gall– provenían de mundos distintos. Laura tenía formación en ballet, Tania en break dance y Jenny en los ritmos tropicales.

En esos salones de clase se gestó la idea de fundar el grupo y de adoptar el nombre de Mulahttaz (los amigos de entonces llamaban mulata a Laura). La historia comenzó en marzo de 2014, según el Linkedin de Tania. Desde entonces el crew se ha ganado un renombre que no se limita a Medellín y que, incluso, lo ha llevado a la semilla de todo: las playas y las calles de Jamaica.

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Volvamos al ensayo. El sol se pródiga. Tania y Laura tienen camisas blancas mientras Jenny viste camisa y pantaloneta negras. La primera luce rastas –en las fotos de ella que hay en internet lleva este peinado– y es la de menor estatura. Laura tiene el cabello ondulado arriba de los hombros y en el ensayo casi siempre está en la mitad de sus compañeras. Jenny es la más delgada y el cabello lo contiene en un rodete. Las tres son treintañeras y morenas. De la nada, poco a poco, montan una coreografía.

Afinan los pasos, armonizan los desplazamientos, ajustan los detalles. No descansan, están ahí para aprovechar los minutos que sus agendas les ofrecen para ensayar juntas. ¿Es difícil que puedan reunirse para los ensayos? “Sí, tenemos horarios muy precisos”, dice alguna. Durante el ensayo no pregunto. Veo.

En un momento, Laura toma su celular y transmite un live en la cuenta de Instagram del grupo. Saluda a los seguidores, le lanza dardos a un grupo que les ha plagiado el nombre. Hace bromas sobre el cabello del fotógrafo y el reportero: “Estamos con la gente de EL COLOMBIANO... con el grupo de... ¡Los pelones!”. Las demás festejan la ocurrencia. Pone el celular en una silla, con la cámara orientada al salón de ensayos. Vuelven a las rutinas. Paran de nuevo y hacen otro vídeo, esta vez para invitar a la clase del sábado 29 en Palermo Cultural. Regresan a los pasos. Sudan poco, son deportistas de alto rendimiento.

Y profesionales de la cultura: Tania, además, es DJ, fotógrafa, artista del performance; Jenny es profesora y gestora cultural; Laura da clases y tiene una agencia de bailarines, la primera de Colombia. Han participado en los videoclips Fiesta, de Farina y Ryan Castro; Hula Hoop, de Daddy Yankee; y Agüita, de Gabriel Garzón-Montano. También tienen entre manos los preparativos del Reggae Dancehall Fest, un encuentro que en julio reunirá a los amantes de los sonidos jamaiquinos. “Queremos resaltar cómo se vive en Medellín el reggae y el dancehall”, dice Laura.

Después de dos horas, el ensayo culmina. Los músculos reposan y las sonrisas son pinceladas de satisfacción. Ya tienen la coreografía lista. Lo que aquí fue tanteo y exploración, en el escenario será certeza y determinación. Llega un hombre a la clase con Laura. Tania y Jenny salen del salón 926. Sin un descanso, Laura da las indicaciones para calentar las fibras y la carne. La vida de las bailarinas pendula entre los montajes y las clases. Así hacen real el sueño de vivir del arte.

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