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Estas son cinco poetas antioqueñas que vale resaltar

Distintas propuestas, diferentes caminos. Esta muestra registra el presente de la poesía escrita por antioqueñas.

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06 de diciembre de 2021
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La palabra lo antecede todo, le pone punto de cierre. Sin ella, la vida sería supervivencia limitada por los dictados de la biología, del reloj. Este es un rastreo de las propuestas en poesía de las autoras antioqueñas nacidas en los ochenta y noventa, época signada por la violencia y la esperanza. Se procuró incluir escritoras de obra consistente, avaladas por la gestión cultural, los premios y las ediciones de libros. Para llegar a estos nombres se les consultó a algunos editores, docentes, miembros del circuito literario de la ciudad. Toda antología es un ejercicio de ausencia, muy cierto, y más en este caso: en años recientes el departamento ha presenciado un crecimiento prometedor del número de mujeres interesadas en diversos géneros literarios: poesía, novela, cuento, ensayo.

Las trayectorias de muchas se han nutrido de procesos colectivos –festivales de poesía, revistas y talleres literarios–, sin por ello soslayar el trabajo solitario frente a la blancura de la página del computador y de la libreta. Los temas y los tonos difieren, por supuesto. Incluso la lectura hecha de las tradiciones literarias: unas leen con fervor y una pizca de militancia las obras de mujeres mientras a otras les trae sin cuidado el sexo de quien habla en las líneas. La mayoría cuestiona la imposición de criterios ajenos a la estética en los exámenes críticos o de escogencia de participantes de un festival o antología.

La tradición antioqueña incluye los nombres de Ana María Martínez, Blanca Isaza, Laura Montoya, María Cano, Dolly Mejía, Olga Elena Mattei, Piedad Bonnett, Lucía Donadío, Inés Posada, entre otros. Las incluidas en esta muestra refuerzan la idea del valor y la vigencia de las escrituras femeninas.

Será el tiempo, sin duda, el encargado de otorgar laureles u olvido. Más allá de esto, este breve panorama reivindica la necesidad de escuchar a quienes desde la palabra buscan ofrecer luces a los altibajos de la realidad humana. A fin de cuentas la poesía es la energía vital de los actos, el condimento a los sueños y las empresas, la magia oculta en los días normales y la puerta de salida a los rígidos barrotes de la rutina. Lo dijo mejor García Márquez: “La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana que cuece los garbanzos en la cocina y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos”.

Yenny León

En el inicio, la poesía fue para Yenny Léon (Medellín, 1987) una forma para custodiar su privacidad. Al compartir en la infancia cuarto con su hermana la metáfora se volvió un camino para decir de otra manera. Así, por ejemplo, la tristeza era llamada la montaña oscura.

Sin embargo, la consciencia del valor de la palabra la conquistó en el segundo semestre de la carrera de Filología –emprendida luego de dejar los estudios de Física– en una clase del profesor Óscar Castro García, en 2008. Desde entonces concibe el poema como un punto de energía condensada que deja la mente hecha un jirón de caos espléndido. En su altar personal, Olga Orozco –de quien hizo el trabajo de pregrado–, Wislawa Szymborska, Blanca Varela, Antonio Gamoneda, José Watanabe, Coral Bracho y César Vallejo ocupan un lugar de honor.

La obra de Yenny León está compuesta por los títulos Entre árboles y piedras (2013), Campanario de cenizas (2016), La hierba abre su latido (2018), Rastros-rostros: altares análogos (2019), Margarita despierta (2019) y Heredad (2020).

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Poema:

cada latido

es un autoataque:

el corazón golpea contra el corazón

con el árbol

ocurre algo distinto

su corazón

por encima del agua corrompida

es fuego meditativo

hambre congelada.

Ana María Bustamante

Los versos asaltan a Ana María Bustamante (Medellín,1991) en cualquier lugar y momento. Las puertas del mundo de los libros le fueron abiertas a ella –y a su hermana– por las manos maternas.

Desde pequeña, en las calles de Santa Cruz y en el patio de recreo del colegio Lorenza Villegas de Santos –Aranjuez– escribió relatos y textos. A los trece años el destino dio un giro completo al encontrar “Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy/ El río anuda al mar su lamento obstinado”.

En efecto, Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda marcó un hito en la vida de Bustamante. De ahí en adelante los profesores de castellano y sus compañeras de aula se convirtieron en sus primeros lectores. Las voces de Alejandra Pizarnik, María Mercedes Carranza, Alfonsina Storni le han ayudado a encontrar su manera personal de entonar las palabras.

En 2016 ganó el Premio Nacional de Poesía Carlos Héctor Trejos y en 2019 el Tomás Vargas Osorio. Por el momento, su obra consta de solo un título: Antes de ser silencio, publicado en 2019 por Sílaba. A inicios de 2022, la editorial Valparaíso dará al público su más reciente poemario.

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Poema:

ÁRBOL DE FUEGO

No voy a rendirme ante mi rostro

voy a encender la hoguera

a construir los pequeños troncos

que han de arder

mientras mis palabras

pequeños y volanderos trozos de espuma

enfrentarán el incierto destino

del exilio

pero la sangre

casa infinita de mi sombra

se teñirá de azul como la angustia

se vestirá de lluvia

de paraíso vivo

se encenderá en el fuego

que no podrá extinguir

el dulce torbellino de mi historia.

Manuela Gómez

La luz en el estudio de Manuela Gómez (Medellín,1985) es linda. Allí la visita mientras una y otra vez escribe a mano en sus libretas. A los seis años descubrió la poesía en el olor nocturno de un jazmín, percibido en el jardín de la casa familiar. Al poco tiempo le llegó el deseo de estar sola con un libro, con un poema.

Entre las líneas de lo leído aparecieron las imágenes de la escritura. Al fin y al cabo la lectura y la escritura son impulsos complementarios, gemelos. Desde hace unos años el verso “Con un poco de cal yo me compongo, con un poco de cal y de ternura”, de Dulce María Loynaz la acompaña a guisa de talismán.

Lo lento, lo pequeño y lo cercano, de Inés Posada, y El lugar de las palabras, de María Gómez Lara son poemarios frecuentes en sus manos. La vida como era (2017) y La hora de los satélites (2020) –ganador de la Beca para la publicación de obra inédita del Ministerio de Cultura– son sus libros editados. Además, coordina los talleres de escritura La liebre en el espejo.

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Poema:

MARCAS QUE PERMANECEN DESPUÉS DE QUE PASA LO QUE LAS HIZO:

La luz se dobla en el agua, deja que la fuerza de las olas la curve, por eso existe, define y nombra: esta es la marea que sube, baja, que se arrastra menuda y con delicadeza hasta el borde de la playa donde yo estoy. Escribir es querer dibujar. Un deseo, hacer lo que hace la luz.

Cargo a mi hijo de dos años, adentro del mar no pesa. El calor nos trajo hasta aquí, afuera, en la costa, el aire saturado es húmedo, el residuo del sol entibia y respiramos más sudamos con los corazones rápidos. En el agua se evapora la temperatura, el bebé cruza las piernas alrededor de mi cadera, echa para atrás la cabeza hasta tocar el mar. Entrecierra los ojos lo veo reír y vuelve, se pega a mí hace como un gato, me dice mamá. Entra en nosotros la ternura se estira y escurre, deja a su paso estelas en el pecho, en la barriga. Antes de que se borren arman el afecto, ponen un orden momentáneo y nos dejan fuera de peligro.

Viviana Restrepo

(Medellín, 1985) Corrigió los poemas de su primer libro Lo que dura un eclipse (2011) de una forma peculiar: los pegó en las paredes de su cuarto y en los respiros de las rutinas domésticas los releyó hasta dar con la forma final. Años atrás, en los salones y pasillos de la Biblioteca de Castilla asistió al prodigio de la poesía en la existencia de la gente. Una vez la palabra la flechó inició una senda de escritura frenética que con los almanaques se ha vuelto un proceso más lento, próximo al silencio.

En 2016 ganó el Concurso de Literatura Luciano Pulgar en la modalidad de poesía. Su segundo libro —Camino de inicio (2020)— lo publicó en un proyecto editorial de la que es fundadora junto a los escritores Felipe Restrepo y Elkin Obregón. Es tallerista de lectura y escritura creativa. Además ha participado en calidad de invitada en festivales de poesía.

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Poema:

4

¿Cuándo me uniré a ti

desnuda de la vergüenza del cuerpo

y la modestia del corazón?

Mahadeviyakka

Niña de ojos rasgados,

eras la más pequeña de tus hermanos.

Te dejaron sola y sin un bocado de pan.

Acaso con único vestido y un pedazo de papel para escribir las primeras palabras.

Tuviste esperanza en el amor, pero no fue suficiente para curarte.

No fue así, y no lo sería por los años que prolongaste la terquedad y el silencio.

Nadie te pudo salvar de lo que debías vivir.

Sin advertirlo, ofrendaste tu corazón de mujer-niña a tu señor blanco.

Y fuiste una con tu señor, niña de ojos rasgados, una con el jazmín y la levedad.

Lucía Estrada

Lucía Estrada (Medellín, 1980) palpa con la voz sus versos: luego de un proceso de gestación, los escribe de una sentada. Los deja reposar. Les revisa en voz alta el ritmo, el silencio, el claroscuro. El suyo es un universo literario tejido de alguna manera con los hilos del afecto: sus hermanos –Pedro Arturo, César Augusto y Luis Fernando– hicieron de los libros una presencia constante en la casa familiar.

En los cumpleaños, en la Navidad, los obsequios fueron obras de distintos autores. Por tal razón, resultó natural que a los trece años Lucía iniciara el peregrinaje de la escritura. En un principio redactó cuentos, pero fue Pedro Arturo –su primer lector– quien la enrutó por la senda de la lírica. Los poemas iniciales se publicaron casi en simultáneo en las revistas Punto Seguido y Fuegos.

Algunos de los títulos de su bibliografía son Fuegos nocturnos (1997), La noche en el espejo (2010), Cuaderno del ángel (2012) y Katábasis (2017).

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Poema:

LII

Separo por un momento el agua del pozo: no quiero más su reflejo, su caravana espectral, siempre yo, o la hija del primer hombre.

Al fondo, una legión de aves desconocidas inicia el canto de las formas que no se repiten, y quieren enseñármelo, liberarme de mÍ en la espiral que conduce al propio abandono. A lado y lado están los seres unidos en sabias jerarquÍas. Van quedándose con mi cuerpo: primero un pie, después los brazos, la cabeza y el cuello en la vasija de los más jóvenes, y el lugar del corazón, el centro, bajo la corona del águila. Al buitre reservan mi vientre. Hay en esa labor de condena una música que debo conocer.

Seré pájaro como ellos, mitad vacío, mitad intemperie, mas, en mí, también serán los otros.

Pregunto el nombre de esta unión, de la gran sinfonía que comienza y vuelve a comenzar, y como respuesta, el agua se arquea sobre el pozo, clara, brillante, más allá de mi deseo, y me permite, nos permite cruzar.

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