Tres artistas dibujan en el suelo, con tizas y carbón, retratos que parecen estuvieran en papel impreso. Y no, es el asfalto convertido en lienzo.
Hay un gato, un perro y un Sagrado Corazón de Jesús. Los transeúntes que caminan por ahí merman el paso para no pisarlos. Los detallan con cuidado. Otros se toman selfies y unos más se inclinan para arrojar una moneda o un billete en unos tarros que hay a los lados, lo hacen como una manera de valorar el trabajo de Juan Rodríguez, Ricardo Toro y Fernando Vaquer, conocido como “Fernando Tiza”, los autores de estas obras de arte.
Hacer uno de estos dibujos, que miden un metro de alto por uno de ancho aproximadamente, tarda ocho horas. Los hacen a mano alzada. Primero el boceto y luego los detalles que le dan ese aspecto realista. Al mes utilizan alrededor de 12 cajas de tizas blancas y cinco de colores. Esas son sus herramientas de trabajo.
Artista integral
El venezolano Juan Rodríguez tiene 31 años y los últimos cuatro los ha dedicado a retratar en el piso rostros de personas y animales. Es un artista plástico empírico que además hace graffitis, tatuajes y pinta en lienzo.
“Me emociona mucho ver la reacción de la gente porque se les nota el asombro, eso me da muchos ánimos y me hace sentir que lo estoy haciendo bien, incluso una vez que estaba pintando en Bello una señora pasó y me dejó 50.000 pesos y apenas estaba empezando el dibujo”, recuerda Juan.
Esta técnica de arte italiana, conocida como madonnari, es efímera. Como son hechos con tiza se borran fácilmente con las pisadas o con la lluvia, aunque ellos los dejan dos o tres días, y los borran para pintar más. Podrían, sin embargo, durar hasta una semana. Se van deteriorando además de la gente que los pisa, por las carretas que transitan por esta histórica calle. Quedan para siempre solo en las fotos.
Cuando Rodríguez hace su trabajo y lo deja a la intemperie siente, según él, una especie de nostalgia, como si estuviera abandonando a un hijo.
Explica que dos retos a los que se enfrentan con el oficio de pintar en la calle son aguantar el dolor en las rodillas y sentir la resequedad de las manos por el uso constante de las tizas. También, la presión de la gente que se ubica a lado y lado a observarlo trabajar.
“Nunca planeo qué voy a hacer cada día, siempre improviso, busco en Pinterest alguna imagen que me inspire”, explica Juan, quien tiene entre sus sueños montar en Medellín su propia academia de artes para enseñar a dibujar y pintar.
Un toro para el dibujo
Mientras dibuja un gigantesco gato de ojos verdes, Ricardo cuenta que esta técnica la aprendió en Quito, Ecuador. Antes se ganaba la vida haciendo malabares en las calles.
Lleva cuatro años dándole color al pasaje Junín, va entre dos y tres veces a la semana porque a veces le resultan contratos para pintar murales en otros sectores de Medellín.
“Hay gente que no le gusta, pero a la gran mayoría sí le llama la atención; hay gente que se siente sorprendida al ver las imágenes. Me gusta mucho pintar animales y figuras religiosas porque sé que con ellas se pueden enviar mensajes”.
Una anécdota que recuerda: el día que estaba dibujando una Virgen y una señora se molestó porque era en el piso, que la iban a pisar. “Hay gente que se apropia mucho de las figuras”.
Plasmar la realidad
“Fernando Tiza” vive en El Carmen de Viboral, Oriente de Antioquia. Pinta en Junín hace cinco años y escogió este lugar para mostrar su talento porque se respira arte y cultura. “La sensación que ocasiona cada obra es muy impactante para mí porque siempre intento darle el mayor realismo posible, la mirada de los ojos es lo mejor”.
Así como Juan, Fernando también es un artista empírico. Una vez se graduó del bachillerato, trabajó como operario en fabricas y luego descubrió que lo suyo era rayar el asfalto. Sus figuras han llegado hasta Bogotá y países como México, donde en los últimos años ha participado en grandes festivales de este tipo de dibujos.
Los tres viven del arte, que los libera y les permite que su imaginación vuele. Para ellos dibujar con tizas de colores es una manera de darle vida, mucha vida, a un sector de la ciudad que ha sido testigo de la transformación de Medellín.