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Mocho, el gallinazo que se hizo amigo de José Rogelio

La relación se inició hace 4 años, cuando el animal empezó a visitar su

local en busca de alimento. Desde entonces, la cita es cada día sin falta.

  • Cada día, en las mañanas o en las tardes, Mocho visita la carnicería y José Rogelio le da el alimento. FOTOS CARLOS VELÁSQUEZ
    Cada día, en las mañanas o en las tardes, Mocho visita la carnicería y José Rogelio le da el alimento. FOTOS CARLOS VELÁSQUEZ
13 de abril de 2022
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Aunque no es el único caso en el mundo, José Rogelio Pérez, un carnicero de Medellín, está entre las pocas personas que tienen como mascota un gallinazo, un hecho que si bien algunos ven con repulsión, para él es normal e incluso se enorgullece de que un ave de esta especie, tan estigmatizada y con tanta carga negativa, se sienta atraída por él y no le dé miedo acercársele.

Todo empezó hace cuatro años, cuando a su local, una carnicería en el barrio Santa Mónica en el occidente de la ciudad, llegó el animal y con el sigilo normal que caracteriza las aves, se arrimó hasta la puerta y esperó a que le arrojaran alimento. A José Rogelio le llamó la atención que el gallinazo no escapó cuando él se le acercó con algunas presas de carne en su mano, y ahí supo que podrían entablar relación.

“Me gustó esa forma de ser de él, así es como se gana un amigo, sin agredirlo, sin atropellarlo, solo sintiéndolo y entendiéndolo”, dice este carnicero de 70 años, que aunque nació en Medellín, gracias a su madre y sus 11 hermanos, oriundos de los municipios de Gómez Plata y de San Andrés de Cuerquia, donde tenían una casa con jardines, aprendió a querer el campo, la naturaleza y todas las especies animales, porque todas tienen una fuerza espiritual tan valiosa como la de los humanos.

“Eso lo sentí en la manera como me miraba, de lado, como lateral, y como ponía la cabecita para oír lo que yo le hablaba”, cuenta este buen hombre, que parece envuelto en una nube por el color de su piel, de su cabello y su uniforme, todos blancos, impecables, en contraste con su amigo el gallinazo, que es negro total y al que puso Mocho porque descubrió que le faltaba una uña: “eso es lo primero que le miro cuando llega para así saber que es el mismo animal”, expresa.

Visita cotidiana

Cada día, sea en la mañana o en la tarde, Mocho hace presencia en la carnicería. No ingresa al local, se posa en un poste de la energía o en la verja, y merodea.

“Yo lo miro, me fijo en su uña y lo identifico y le saco pedazos de carne”. Cuando los devora, pasan unos minutos, el animal sigue por ahí, y al rato emprende vuelo. José Rogelio no sabe a dónde va el ave, a la que por ser carroñera y alimentarse de desperdicios, no considera una especie menor. Al contrario, él la ve hermosa y necesaria para el ecosistema.

“Los gallinazos tienen cosas muy valiosas: guían los parapentistas, porque su vuelo es majestuoso y les muestran la dirección de los vientos; avisan a los campesinos cuando nace un ternero porque empiezan a rondar la vaca; identifican dónde hay fugas de gas; y limpian el planeta de tanto desperdicio”.

Él no la ha domesticado ni ha intentado encerrarla en jaulas. La sabe y la quiere libre y aunque quisiera tocarla con sus manos, no lo hace por higiene y por los perjuicios que existen sobre el animal: que las plumas dan verrugas, que significan la muerte, que infectan por alimentarse de carroña.

José Rogelio desecha todos esos mitos y estigmas y resume todo en una idea de la que está convencido: “eso es racismo puro, si el gallinazo fuera blanco nadie lo vería así”.

Lo expresa él, envuelto en su blancura, un hombre que se autodefine positivo, emprendedor, de un espíritu cálido y amigable con los animales y el planeta y que no lo siente como su mascota. Solo espera que Mocho nunca deje de llegar a su tienda sino “que viva otros treinta años, que en mi negocio nunca le va a faltar carnita” .

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