En el municipio de Yarumal –al norte de Antioquia– un pequeño de 13 años es un prodigio musical que, pese a su corta edad, se le mide a tocar el sexagenario órgano tubular de 1.020 flautas que hay en la Basílica Menor Nuestra Señora de la Merced.
Su nombre es Daniel Areiza Salinas, el hijo de Andrés y de Janeth. Daniel es un joven bastante particular, menudo, de ojos cafés expresivos y cabello corto y castaño. Pese a que aún conserva su voz aguda, habla como un señor hecho y derecho. Eso sí, cuando menciona sus pasiones deja aflorar la alegría infantil que todavía lo acompaña.
Con el permiso del sacristán y del párroco de la iglesia, Daniel entra al templo “como Pedro por su casa”. Se mueve con confianza casi felina por las centenarias torres.
Cuando llega al enorme órgano, enciende el interruptor de este haciendo que emita un curioso zumbido. Tras sentarse en la consola –que asemeja la cabina de un avión por tantos botones que tiene– sus pequeños dedos se posan en ella y en los teclados; mientras los presiona, grácil, Daniel dice dejar de ser él para volverse pura energía musical.
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Las notas musicales retumban en el templo dándole gran solemnidad. Daniel exige al portentoso órgano tubular, un Opus 4431, digno “hijo” de la mítica fábrica E.F. Walcker de Ludwigsburg en Alemania que aún resuena con claridad, al menos para el oído del periodista.
Que alguien tan pequeño como Daniel maneje semejante órgano gigante, obliga al símil religioso de David y Goliath. Sin embargo, es más preciso hacerlo con el profeta Daniel (¡Oh casualidad!) y las feroces bestias del foso al que fue lanzado por predicar su fe a raíz de la mansedumbre con la que la “bestia” responde a los tecleos del adolescente.
Es curioso que la gente dentro de la Basílica no aprecie los dos extraordinarios sucesos que pasan sobre sus cabezas: un niño prodigio muestra su gran potencial y a la vez le sigue dando vida a un rarísimo órgano tubular –de los que apenas quedan tres en el mundo según el mediador cultural Arlinson Gómez Porras– cuya llegada a Yarumal fue toda una gesta arriera por haber movido el armatoste a lomo de mula.
Un autodidacta
Aunque en sus primeros años vivía en Medellín, a los nueve, Daniel decidió radicarse en el barrio Villa Fatima de Yarumal junto a sus abuelos Raúl y Dioselina. “En Medellín no veía muchas oportunidades para mí. Además pasaron muchas cosas, como la muerte de mi papá, entonces preferí venirme para acá”, detalló.
Desde los siete años su familia notaba que el pequeño tenía potencial para la música. Así lo manifestó él mismo cuando su tía Luz lo llevó un día una iglesia cristiana solo para ver qué cara hacía ante los instrumentos y las armonías que allí entonaban. Luego vino lo que él define como una casualidad afortunada.
“Buscando descargar algún juego en el celular de mi mamá para entretenerme, encontré un simulador de piano. Me bajé la aplicación, y apareció en la pantalla un teclado de piano y unos tutoriales con canciones básicas como el cumpleaños o ‘Estrellita’. Con los días ya manejaba muy bien el piano del celular y me soñaba tocar en una organeta de verdad. Cuando me vine a Yarumal, un familiar tenía una y él me la prestaba. Un día él me dijo que si me aprendía 10 canciones me la regalaba. Yo me emocioné mucho y entonces me puse como meta hacerlo. Me aprendí las 10 canciones y me quedé con ella”, dijo.
En 2022, su familia lo inscribió en la casa de la cultura de Yarumal. Allá conoció al profesor Carlos Villegas, uno de su primeros tutores.
“Un día el profe empezó a tocar una canción que se llama Aleluya y me dijo que intentara tocarla con él, pero él no sabía que yo ya me la había aprendido. Él se quedó asombrado. Fue así que decidimos montar la canción juntos en un evento con los demás niños. Ese fue mi primer concierto”, recordó Daniel.
Posteriormente conoció al profesor Adolfo Marín, un músico profesional que llegó a dar clases a los colegios de Yarumal. Tras su arribo, Marín conformó un semillero musical y un coro en el que Daniel siguió aprendiendo.
Primer encuentro
Cuando Daniel tenía 10 años, iba los domingos a misa en Yarumal y escuchaba sonar el órgano. Lo que oía le parecía espectacular. Todavía sonríe y se emociona al recordar esos acordes que lo hacían perderse lo que decía el cura.
“Yo le decía a mi papito (abuelo) que algún día tenía que tocar ese órgano. Un día me dije: ‘A la próxima que lo toquen pregunto si me dejan subir a verlo’. Un domingo tenía muchas ganas de ir a preguntar pero no me animé, resulta que esa fue la última vez que tocaron el órgano por muchos meses”, comentó.
Tiempo después Daniel descubrió que quien tocaba el instrumento se llamaba Camilo Olarte; tras buscar al músico por todo el pueblo se lo encontró y al final de una misa en otra iglesia se le presentó y le pidió conocer el órgano.
Tras una pequeña audición que asombró al músico, él y Olarte se citaron para ver el órgano, Daniel contó que ese día se puso su mejor pinta y salió feliz a conocerlo.
“Cuando abrieron la consola, mi corazón estaba a mil, y cuando presioné la primera tecla sentí que ese fue el mejor día de mi vida. Aunque al principio, cuando empecé a tocar, me dolían un poco los dedos porque las teclas son duras. Aún así sentía que las canciones me salían del alma”, dijo.
Manos amigas
Infortunadamente la alegría duró poco, pues al tiempo Camilo debió dejar Yarumal por lo que el órgano se quedó sin un doliente por seis meses.
Sin embargo, Daniel no se quedó quieto, siguió en clases con el profesor Adolfo hasta que este encontró una plaza docente en la sede Yarumal de la Universidad de Antioquia. La cuestión es que ahora, para acceder a las clases del profesor, Daniel y su familia debían costear la matrícula, algo complejo pues los abuelos se dedican al reciclaje, labor que hacen todos los días desde las 4:00 a.m. Aún así, la vida fue cuadrando las cargas.
“Como a los seis meses el profesor me invitó al semillero, yo le dije lo del tema económico, pero él me dijo que luego mirábamos como le pagaba. Él habló con la directora Juliana, la jefe del profesor, y ella de su bolsillo me pagó mis semilleros porque me conocía y decía que estaba impresionada con mis avances”, agregó Daniel.
Tiempo después, Marín le sugirió a Daniel que ya era hora de que un profesor especializado en piano tomara su tutoría, así que en la conversación apareció el docente Gustavo Isaza, pero nuevamente el tema económico afloraba.
“En 2023, me conseguí el número y yo hablé con el profe Gustavo, entonces nos citamos para una audición en Prado Centro, ese día fui a Medellín con mi ‘papito’. Ya en la casa del profe, empecé a tocar su piano. Luego de la audición le preguntaba sobre el costo de las clases, porque no podíamos pagar mucho. Él me decía que de eso hablábamos luego. Un tiempo después él llamó a mi abuelo y acordaron que yo iba a ser su único alumno becado. Además, la directora Juliana nos patrocinaba los pasajes”, añadió.
Sin embargo, a raíz de que la directora no podía seguir costeando los viajes, Daniel empezó a faltar a clases y ya se estaba estancando. Algo había que hacer para que el diamante en bruto de su talento no perdiera brillo.
“El profe Gustavo comenzó a buscar apoyos e incluso escribió cartas a mecenas de Bogotá. Días después él me comentó que había llegado a un acuerdo con sus alumnos: hicieron una ‘vaca’ para pagarme los pasajes y así yo poder ir cada 15 días a clases”, apuntó a la vez que agradeció infinitamente a tanta gente dispuesta a darle una mano amiga.
Con el paso del tiempo, Daniel ha conocido más personas que han aportado a su desarrollo musical. Por ejemplo los músicos Christopher y David le han prodigado conocimientos suficientes para que ahora pueda tocar el órgano cada ocho días en las misas dominicales a la vez que desentraña todos los secretos del viejo instrumento.
Tras preguntarle su futuro, Daniel se toma un tiempo corto para responder: “Pienso que puedo hacer de todo. Quiero ser un pianista profesional. Me sueño en concursos internacionales y ganándolos. Pero también me veo en Yarumal como profesor de piano. Mejor dicho: que la música sea la que defina el resto de mi vida”.
Buscan apoyo para preservar órgano
Desde la iniciativa ciudadana Tocatas de la Basílica buscan recursos para que el viejo órgano vuelva a su esplendor pues aunque tiene un estado general aceptable, requiere mantenimientos. “Hay que hallar la manera de lograr una revisión periódica, ojalá semestral, ya sea por un acuerdo municipal o por una iniciativa ciudadana. Esas revisiones valen $2 millones, según especialistas de Medellín”, detallaron.
La idea de Tocatas también es buscar recursos para que el órgano sea el protagonista en conciertos mensuales con artistas locales y foráneos para que así se vuelva un referente cultural de Yarumal y del Norte, brindando opciones a los jóvenes locales en temas culturales y musicales; y mostrando otras facetas del municipio.