Con pilonas como agujas capoteras y cables como hilo fino, Medellín empezó hace dos décadas a coser su piel urbana. Desde entonces, el horizonte no volvió a ser el mismo porque la vida y sus complejidades quedaron más cerca de resolverse. Es que las guerras en los campos causaron un éxodo constante desde mediados de siglo y la ciudad, sin darse cuenta y mucho menos sin preverlo, se empezó a expandir hacia el confín de sus laderas.
Ese poblamiento informal trajo, además de asentamientos en las goteras del oriente y el occidente, barrios de difícil acceso, con un reducido número de intervenciones públicas, servicios insuficientes y una urbe fragmentada y desconectada de su centro.
Cuenta Jorge Alberto Ramos López, jefe de Cables del Metro, que desde 1999, apenas en el cuarto año de servicio de la línea férrea, se había puesto el foco en el nororiente y el noroccidente para empezar la expansión del sistema y llevar los tentáculos a cada rincón. No obstante, siempre aparecía el obstáculo mencionado hasta por los arrieros cuando la villa apenas salía del cascarón: la topografía. A esto se sumaba la planificación precaria en esas zonas, insuficientes espacios para las vías y pendientes muy pronunciadas para un sistema de buses, el primero que se pensó.
Ninguna idea aterrizaba y ahí estuvo la clave, la solución estaba en el cielo y consistió en adaptar la tecnología del viejo teleférico turístico a un modo del sistema masivo urbano, integrado a un metro, con estaciones intermedias y con funcionamiento 360 días al año y no solo un semestre como en las zonas de esquí.
Finalmente, el 7 de agosto de 2004 los habitantes de las comunas 1 y 2 de Medellín cambiaron las largas caminatas, las microbusetas repletas hasta las puertas y el transporte informal por unas silenciosas cabinas que desde entonces se bambolean con desparpajo por la montaña.
“Fue un potencial de desarrollo, luego se integraron a los Proyectos Urbanos Integrales, y se construyeron pasarelas peatonales, proyectos de vivienda y espacio público. Dio pie a la expansión de los cables porque ya no solo era una solución tecnológica, sino una oportunidad para mejorar condiciones de vida. Se convirtió en un modelo latinoamericano”, anota Ramos.
La idea se regó y se replicó en Manizales, Bucaramanga, Cali y Bogotá. Luego emigró a República Dominicana, México, Brasil, Chile, Venezuela, Panamá y Bolivia. Este último, en La Paz y El Alto, convirtió los metrocables en la columna central de su masivo (ahora tiene 10 líneas).
Una telaraña
ONU Hábitat, en el libro Planeamiento urbano para autoridades locales (2014), destaca que Medellín preparó un plan integrado para abordar los problemas de accesibilidad, integración y seguridad, con los metrocables como anclas, a los que se sumó equipamiento social adyacente a las estaciones como bibliotecas, escuelas, escenarios deportivos y espacio público.
“La consistencia política fue el factor clave de éxito. La verdadera transformación urbana solo puede lograrse mediante la continuidad de los planes entre gobiernos sucesivos”, añade ONU Hábitat.
Las góndolas, como si fueran una instalación de luces de un pesebre a lo largo de 14,7 kilómetros, surcaron los aires de San Javier (3 de marzo de 2008), Arví (9 de febrero de 2010), La Sierra (17 de diciembre de 2016) y el Trece de Noviembre (28 de febrero de 2019).
“El metrocable es considerado como un símbolo de la regeneración urbana en Medellín y es uno de los pocos sistemas de teleférico utilizados para el transporte público”, concluye ONU Hábitat.
Iván Sarmiento, profesor del Departamento de Ingeniería Civil de la Universidad Nacional, sede Medellín, dice que el sistema ha sido exitoso en la ciudad y se exportó a otras ciudades latinoamericanas porque confluyeron “la situación económica, las pendientes, una empresa prestadora del servicio bastante sólida y una institucionalidad que invierte en los proyectos, haciendo además un trabajo social interesante en el marco de la intervención”.
Picacho llega a la familia
El metrocable de Picacho se construye desde enero de 2018 en el noroccidente. Costó $364.000 millones y es la sexta línea de su tipo en integrarse al sistema metro. Beneficiará a 420.000 personas, aportará 30.000 metros cuadrados de espacio público y podrá transportar a 4.000 pasajeros hora/sentido, la máxima capacidad para este tipo de tecnología denominada Góndola Monocable Desenganchable.
Los cinco metrocables que operan en Medellín oscilan entre los 1.200 (Arví) y los 3.000 (Santo Domingo y San Javier) pasajeros hora/sentido, con telecabinas para ocho personas sentadas y dos de pie.
Las góndolas de Picacho son más grandes y podrán llevar 10 usuarios sentados y dos de pie. El Transmicable de Ciudad Bolívar en Bogotá, por ejemplo, moviliza 3.600 usuarios hora/sentido, con cabinas para 10 personas. Las diez líneas de La Paz (Bolivia) transportan 3.000 pasajeros hora/sentido, al igual que el Complejo Favelas do Alemão, en Río de Janeiro (Brasil).
Si bien Picacho tendrá los mismos principios de los cables con las cabinas desenganchables, su tecnología será de punta. Ya no se sentirá el ruido de los motores en la plataforma electromecánica porque no hay cadena motriz transfiriendo movimiento a un reductor, además, tendrá mejoras en el control y condiciones de seguridad.
Intervención social
El docente de la Facultad de Minas, Jorge Eliécer Córdoba Maquilón, considera que estrenar este cable en la comuna noroccidental se traducirá en equidad si viene acompañada de una intervención urbanística a su alrededor.
En eso coincide Adrián Esteven Delgado, integrante del colectivo Picacho con Futuro, quien señala que lo más importante ahora será lo que suceda alrededor de las estaciones, para que se conviertan en espacio para el encuentro, el deporte y el arte, y para que haya apropiación.
“La comunidad lleva 10, 15 años soñando con este proyecto en una comuna que ha desarrollado liderazgo en proyectos de planificación urbana. Esperamos que el metrocable sea una buena excusa para conocer los barrios y que estos tengan apertura a la ciudad. Que sea la puerta para que este territorio tenga algo más que ofrecer que solo la cara que se conoce”, sostiene.
Es que en Santo Domingo, para citar el caso del primer metrocable, además del ahorro de tiempo y dinero, del nacimiento de comercios y otros negocios, hubo una reducción del 75 % en los delitos de alto impacto en el corredor del metrocable, de acuerdo con un estudio realizado por la Universidad de Columbia y el grupo Previva de la Universidad de Antioquia (2012).
Además, el 77 % de los habitantes de los barrios que fueron intervenidos confiaba más en la justicia y poco más del 90 % estaba dispuesto a colaborar efectivamente en la lucha contra la delincuencia.
Picacho también será el cierre de la primera generación de metrocables porque esta es la última línea de su tipo que está prevista en el corto plazo, dentro del plan de expansión del sistema metro (ver recuadro). La última actualización del documento en 2019, que trazó los 16 corredores del futuro, no tiene definido un nuevo cable.
El jefe de estos modos, Jorge Ramos, explica que hubo ideas de llevar las cabinas a San Antonio de Prado, a Envigado o a El Poblado, pero que estas solo se quedaron en el papel y no tuvieron avance.
“Fueron ideas que plantearon actores, pero hasta ahí llegaron. Además de la definición técnica, de la oferta y demanda, de las necesidades socioeconómicas, está la voluntad política. Todos los proyectos de expansión en el metro quedaron incluidos en el plan de desarrollo de las administraciones de turno, con previsiones en el POT”, apunta.
En todo caso, esta primera generación de cables probó con éxito que una solución de transporte pudo también ser el eje de la transformación urbana de los barrios de la ladera. Aunque el cielo cambió para siempre encima de esas terrazas color ladrillo gracias a esas agujas capoteras y al hilo fino, fue solo el comienzo del tejido del territorio. La piel urbana requiere un tratamiento profundo y continuado
4.000
pasajeros hora/sentido podrá movilizar el cable Picacho, la máximo del modo aéreo.
14,72
kilómetros de líneas aéreas suma Medellín con la entrada en servicio de Picacho.