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Migrantes en Necoclí: un negocio que deja más millones de dólares

Con el posible cierre de la frontera entre Colombia y Panamá, la situación de migrantes empeora, mientras que las dos únicas empresas que transportan desde el puerto de Necoclí generan millones.

  • Niñas migrantes de Venezuela de 3 y 6 años viven bajo una canoa adaptada como su casa, allá viven con su hermana bebé y sus padres y otro migrante. Foto: Carlos Velásquez
    Niñas migrantes de Venezuela de 3 y 6 años viven bajo una canoa adaptada como su casa, allá viven con su hermana bebé y sus padres y otro migrante. Foto: Carlos Velásquez
  • En la playa del puerto más de una canoa ha sido adaptada como una casa para migrantes. Foto: Carlos Velásquez.
    En la playa del puerto más de una canoa ha sido adaptada como una casa para migrantes. Foto: Carlos Velásquez.
  • Javier Hernández dentro de la casa-canoa compartida con 3 niñas y su padres. Foto: Carlos Velásquez.
    Javier Hernández dentro de la casa-canoa compartida con 3 niñas y su padres. Foto: Carlos Velásquez.
  • Así luce la casa-canoa por dentro, cartones y plásticos son utilizados como piso para aislarse de la arena, humedad y calor. Foto: Carlos Velásquez
    Así luce la casa-canoa por dentro, cartones y plásticos son utilizados como piso para aislarse de la arena, humedad y calor. Foto: Carlos Velásquez
  • Migrantes viven bajo la sede de Migración Colombia en el puerto de Necoclí. Foto: Carlos Velásquez
    Migrantes viven bajo la sede de Migración Colombia en el puerto de Necoclí. Foto: Carlos Velásquez
  • Madre peinando a su hija en la búsqueda de piojos. Foto: Carlos Velásquez.
    Madre peinando a su hija en la búsqueda de piojos. Foto: Carlos Velásquez.
  • En la salida del puerto venden herramientas de supervivencia para la selva del Darién. Foto: Carlos Velásquez
    En la salida del puerto venden herramientas de supervivencia para la selva del Darién. Foto: Carlos Velásquez
  • Migrantes a la espera del llamado de su apellido para ingresar a la lancha que los llevará al Darién. Foto: Carlos Velásquez
    Migrantes a la espera del llamado de su apellido para ingresar a la lancha que los llevará al Darién. Foto: Carlos Velásquez
08 de septiembre de 2023
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Debajo de una canoa —que se usaba para la pesca de pargo, róbalo, sierra, corvina y bocachico— vive Javier Hernández y una familia de tres niñas y sus padres, están a la espera de recolectar los 300 dólares que piden los lancheros por pasarlos por el golfo hasta Capurganá, donde se embalarán por fin por la selva del Darién. En baldes y botellas de plástico guardan toda el agua que pueden. La canoa, puesta en la arena como el caparazón de una tortuga prehistórica, está dividida en el interior con una tela oscura que aísla el calor, simulando así una casa con dos espacios separados.

En la playa del puerto más de una canoa ha sido adaptada como una casa para migrantes. Foto: Carlos Velásquez.
En la playa del puerto más de una canoa ha sido adaptada como una casa para migrantes. Foto: Carlos Velásquez.
Javier Hernández dentro de la casa-canoa compartida con 3 niñas y su padres. Foto: Carlos Velásquez.
Javier Hernández dentro de la casa-canoa compartida con 3 niñas y su padres. Foto: Carlos Velásquez.
Así luce la casa-canoa por dentro, cartones y plásticos son utilizados como piso para aislarse de la arena, humedad y calor. Foto: Carlos Velásquez
Así luce la casa-canoa por dentro, cartones y plásticos son utilizados como piso para aislarse de la arena, humedad y calor. Foto: Carlos Velásquez

Los inquilinos no se acuestan sobre la arena, usan cartones y plásticos como piso y allí encima un colchón y unas sábanas. Como los demás, esta familia también viaja con lo que puede, una mochila a la espalda, una carpa, ropa, implementos de aseo personal, los juguetes de las niñas y el coche del bebé. En las bancas de la canoa, convertidas en repisas por el ingenio del caparazón, guardan algunos objetos personales y otros que no pueden exponerse al sol como jabones, alcohol y aceite para cocina.

Un asentado, un homeless, un sintecho o un habitante de calle parece lo mismo que un migrante. El viajero o migrante solo vive de una cosa: la astucia y, quizá, de la imaginación. Javier Hernández es uno de los miles de migrantes que pasan a diario por el Urabá antioqueño, no tiene carpa, ni tantas mudas de ropa. Es flaco, chupado, dice que la contextura se la debe a que come lo mínimo, y no por falta de apetito, sino por falta de dinero.

Migrantes viven bajo la sede de Migración Colombia en el puerto de Necoclí. Foto: Carlos Velásquez
Migrantes viven bajo la sede de Migración Colombia en el puerto de Necoclí. Foto: Carlos Velásquez

Toda la plata que consiga, que le regalen, tiene como objetivo reunir los 400 dólares que necesita para cruzar. “Hace como un mes estaban cobrando 50 o 70 dólares por pasar, pero ahora son unos $300 el paquete completo sin contar los $40 en la ‘onu’ —como le llaman a la frontera con Panamá—, más de 10 dólares de bus, $50 de lancha, $80 de un guía que marca los pasos por la selva y $50 de extras que necesitas para dentro de la selva”. Mientras recopila dinero, comparte esta lancha patasarriba con una familia de la que sabe poco, solo que las dos niñas tienen 6 y 7 años.

Por la casa invertida pasan muchos migrantes, su espacio no se compra ni se vende, se traspasa. Algunos van haciendo fila mientras duermen en hamacas, o en el piso sobre cartones. Otros optan por meterse debajo del muelle de la oficina de Migración Colombia, que siempre está cerrada y con el aire acondicionado encendido.

Madre peinando a su hija en la búsqueda de piojos. Foto: Carlos Velásquez.
Madre peinando a su hija en la búsqueda de piojos. Foto: Carlos Velásquez.

No hay policías, quienes dan instrucciones son hombres con los logotipos de las empresas privadas de transporte, que llaman por apellidos y nombre a los migrantes para entregarles un tiquete. No hay agentes de migración. Al puerto llegan constantemente más migrantes, llegan en taxis con placas de Medellín. Estos servicios suelen ser tomados en la Terminal del Norte de la capital, que tiene conexión directa con el Urabá. Aproximadamente está entra 1 y 2 millones de pesos un taxi directo, se reconocen los logos de Coopebombas en los automóviles y otras aplicaciones que suelen ser utilizadas para el transporte diario en la ciudad.

El muelle se ha transformado en un pequeño barrio improvisado que se está cerrado y tiene una sola entrada. Allí hay una estación permanente de la Cruza Roja, levantada al lado un pequeño estand a cargo de un adolescente que vende armamento de supervivencia: un cuchillo en 35.000 pesos, condones a 6.000 pesos, estuche para el celular en 15.000 pesos, curitas a 1.000 pesos y un largo etcétera

En la salida del puerto venden herramientas de supervivencia para la selva del Darién. Foto: Carlos Velásquez
En la salida del puerto venden herramientas de supervivencia para la selva del Darién. Foto: Carlos Velásquez

Hernández cuenta su historia de migrante. Dice que entró por el río Arauca hasta la ciudad de Villavicencio y luego tomó un bus que lo dejó en Bogotá: “Fueron 2 días y medio saliendo desde Guárico y uno más cruzando el río Arauca. Amanecí en la terminal de Bogotá entre unas sillas”. Luego, sin comer cogió un bus para Medellín y allí hizo un trasbordo que lo arrojó en las arenas de Necoclí. “Aquí llegue a las 7 de la noche, viendo para los lados, con mis 60 dólares, ¿y ahora qué hago?”.

“De lo que había traído de Venezuela solo me quedaban 60 dólares”, hace un mes cuando venía para acá, me decían que “cobraban 50 dólares de lancha más 20 dólares por cruzar la selva, pero me lleve la sorpresa de que son 300 dólares y se pagan por adelantado. Te llevan a Acandí, la gente empieza a caminar por la selva para llegar al primer campamento, hasta las 6 de la tarde tienen chance de avanzar, después no se camina más. Aparte, de eso, hay que comprar una carpa. Hay que pasar por otros dos campamentos más hasta el tercer día, cuando se llega a la frontera, ahí me dicen que toca cruzar por un río y te cobran otros 10 dólares”.

Alrededor el muelle de Necoclí existe una pequeña colonia, como una capital internacional, los migrantes duermen en hamacas, en cartones, debajo de canoas y entre piedras del muelle. Al lugar llegan y no “tienen donde quedarse, porque de repente hay mucha contaminación, mucha basura, tanta multitud de migrantes puede traer una enfermedad, hay gripe, fiebre, hay como una fiebre con gripe que hace que la piel de los niños se pele y salga un hongo raro”.

2 millones de dólares

Hay dos empresas de turismo que venden los tiquetes durante el día, como si se tratase de un bingo, las familias esperan anheladamente el llamado de su apellido, “Luton”, “Cesaire” son algunos de los apellidos haitianos que se escuchan por el megáfono, que sostiene un hombre con gafas oscuras.

En la entrada de la playa hay publicidad de Katamaranes del Darién, creada en 2016, durante el incremento del paso de viajeros por el Darién, está registrada para el transporte de pasajeros marítimos, cabotaje, carga y actividades turísticas; fue creada con 742 millones de pesos repartidos en dos socios. Desde su fundación la empresa no reporta ni más ni menos activos, siempre el mismo valor, como camuflando los valores reales.

Migrantes a la espera del llamado de su apellido para ingresar a la lancha que los llevará al Darién. Foto: Carlos Velásquez
Migrantes a la espera del llamado de su apellido para ingresar a la lancha que los llevará al Darién. Foto: Carlos Velásquez

Su única competencia es la comercializadora Marítima y Fluvial El Caribe, creada el 17 de agosto de 2016. Reporta ingresos por 7.300 millones de pesos, y está registrada como mediana empresa, empezando con un capital de 1.000 millones de pesos en acciones repartidas en dos socios. Es decir, las dos empresas que transportan migrantes tienen activos por 2 millones de dólares.

Uno de los socios es Juan Carlos Valderrama Cano, quien es familiar de Asdrúbal Yamid Valderrama Cano, alias “Montesco”, miembro de una red que surtía cocaína a carteles mexicanos desde el Urabá y que fue capturado en 2010, en un operativo de la Dirección Antinarcóticos de la Policía. De acuerdo con la investigación, estaban “emparentados” con el Clan del Golfo.

En el puerto hay una mujer que anota en una hoja, con la ortografía y forma gramatical que a ella le parezca, los nombres y apellidos de los migrantes. Mientras el pago –que siempre es efectivo- lo llevan en un computador y dentro de una oficina en la entrada de un hotel.

“¿Tienes yesquera?”, pregunta Hernández mientras busca como prender cigarrillo y cuenta sobre que es mejor viajar solo, sin la familia. En el lugar, hay más “asentados” como él, todos a la espera de algún trabajo o ingreso para reunir la palta que necesitan. Hacen arroz en olletas de aluminio y leña. A su lado hay montañas de basura, compuestas de pañales, pañitos y ropa.

Como en un aeropuerto que restringen el peso de las maletas, y los viajeros dejan cosas o se las terminan poniendo, aquí el migrante debe ir dejando sus “corotos” como en una clase de herencia, los que llegan encontrarán entre lo abandonado un salvavidas.

En la casita-canoa las niñas juegan con sus muñecas, mientras la mamá peina a una de ellas, les busca piojos, pasa el peine de arriba hacía bajo sin tanta fuerza, pues el pelo es crespo y se enreda con mayor facilidad. Esta casita es más fresca que cualquier sombra de afuera, donde la temperatura llega hasta los 31 grados.

Aunque el Urabá es el punto de partida, a lo largo de Centroamérica y hasta la frontera con Estados Unidos, los medios continúan registrando noticias sobre el rescate a migrantes que transportan en condiciones inhumanas. La cifra ya va por 80.000 personas que transitan la jungla, los datos son ofrecidos desde Panamá, aquí solo hay números de ganancias y activos.

19-10-2023

Juan Carlos Valderrama Cano se comunico con EL COLOMBIANO, donde expreso que no es familiar de Asdrubal Yamid Valderrama Cano, alias “Montesco”.

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