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Horizontes, el pueblo donde no nacen niños, pero sí renacen veredas

Este pequeño paraíso entre el Norte y el Occidente de Antioquia contiene varias aristas para entender mejor la crisis del campo y las posibles salidas.

  • Horizontes se encuentra entre Belmira y Sopetrán y lleva ese nombre desde hace 70 años. Está encaramado en una montaña a más de 2.100 metros de altura. FOTOS MANUEL SALDARRIAGA
    Horizontes se encuentra entre Belmira y Sopetrán y lleva ese nombre desde hace 70 años. Está encaramado en una montaña a más de 2.100 metros de altura. FOTOS MANUEL SALDARRIAGA
  • Las iniciativas para revitalizar el pueblo en los primeros años de este siglo fueron el punto de partida del particular proceso de retorno. FOTO Manuel Saldarriaga
    Las iniciativas para revitalizar el pueblo en los primeros años de este siglo fueron el punto de partida del particular proceso de retorno. FOTO Manuel Saldarriaga
  • Esta es la posada Sebastyana, el principal alojamiento de las Posadas Turísticas de Horizontes. Es un lugar que verdaderamente permite experimentar la desconexión del mundo. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA
    Esta es la posada Sebastyana, el principal alojamiento de las Posadas Turísticas de Horizontes. Es un lugar que verdaderamente permite experimentar la desconexión del mundo. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA
  • El 55% de los habitantes que vivían en Horizontes hace 30 años se fue. Ahora, el pueblo es habitado de una manera oscilante. FOTO: Manuel Saldarriaga
    El 55% de los habitantes que vivían en Horizontes hace 30 años se fue. Ahora, el pueblo es habitado de una manera oscilante. FOTO: Manuel Saldarriaga
  • En Horizontes el aseo y ornato está a cargo de cada una de las familias. Es un pueblo que básicamente se autogobierna. FOTO: Manuel Saldarriaga
    En Horizontes el aseo y ornato está a cargo de cada una de las familias. Es un pueblo que básicamente se autogobierna. FOTO: Manuel Saldarriaga
  • La posada Sebastyana es un lugar para recuperar el regalo de la conversación. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA
    La posada Sebastyana es un lugar para recuperar el regalo de la conversación. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA
13 de octubre de 2024
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La idea era encontrar un lugar, un punto concreto para darle nombre y rostro a un tema abordado casi siempre con datos generales y asustadores que pretenden decir mucho más de lo que realmente dicen sobre la extinción del campo, esa muerte (no tan lenta) de la ruralidad colombiana impulsada por el éxodo incontenible a las ciudades y un frenón demográfico que parece irreversible.

Y, claro, Horizontes con su rumor de pueblo de casas vacías, de pueblo sin niños, ofrecía sobre el papel un ejemplo fácil. Pero Horizontes es un lugar singular (siquiera), y su caso está lleno de matices.

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Horizontes nació del instinto de las personas de encontrar un lugar cómodo y allí quedarse. Durante décadas fue un sitio de paso en un larguísimo camino de herradura que subía y bajaba montañas para unir al Norte con el Occidente. Muchos de esos fueron viajes cargados de oro, pues el pago de impuestos en tiempos de dominio español se hacía en Santa Fe de Antioquia y se saldaba con oro.

Miles de colonos, arrieros, buscavidas y buscafortunas pasaron por allí hasta que uno y luego otro y varios más se detuvieron a descansar y mientras avistaban desde el filo de la montaña, a más de 2.100 metros de altura, el mudo río Cauca desapareciendo detrás de nubes espesas, decidieron que no querían caminar más, que harían su vida allí. Y así se armó el pueblo.

Le llamaron La Chapa porque todos sus habitantes tenían las mejillas rosadas por el incesante golpeteo del viento frío en el rostro. Y por capricho burocrático terminó siendo parte de la jurisdicción de Sopetrán (un municipio lejano con el que poco se han identificado). Pero hace 70 años, el belicoso monseñor Miguel Ángel Builes conoció el paraje, se puso contemplativo y decidió que debía llamarse Horizontes, y fundó la parroquia para hacerlo oficial.

Las iniciativas para revitalizar el pueblo en los primeros años de este siglo fueron el punto de partida del particular proceso de retorno. <b><span class=mln_uppercase_mln> </span></b>FOTO<b><span class=mln_uppercase_mln> Manuel Saldarriaga</span></b>
Las iniciativas para revitalizar el pueblo en los primeros años de este siglo fueron el punto de partida del particular proceso de retorno. FOTO Manuel Saldarriaga

Ya desde esa época era un agitado polo de desarrollo, según cuenta la matrona Sandra Mesa. Generaba su propia energía hidráulica; tenía un “hospitalito” donde atendían partos y enfermedades delicadas; tenía almacenes y tiendas que vendían todo lo vendible, un colegio con veinte profesores, en fin. Pero la vida del pueblo se fue quedando quieta, relata Sandra. Las casas y las parcelas se fueron vaciando, los negocios cerrando, los adioses se hicieron prolongados, hasta que Horizontes se quedó dormido colgado de ese barranco, como el pueblo blanco de Serrat.

Un campo sin gente

Lo que pasó en Horizontes es lo mismo que pasó en casi todo el país rural en las últimas tres décadas.

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Según reveló el Dane en 2022, el promedio de edad de los campesinos en todo el país oscila entre los 41 y 64 años. En Antioquia es de 57 años. En los últimos diez años aumentó en diez puntos la proporción de población de adultos mayores en los hogares rurales. Antioquia tiene cerca de 2,5 millones de habitantes entre niños y hasta los 24 años, pero solo 360.000 jóvenes se mantienen en zonas rurales y las cifras siguen descendiendo año a año.

El envejecimiento llegó con el éxodo: en los últimos 20 años casi la mitad de la población que habitaba en zonas rurales dispersas de Colombia se marchó.

En Antioquia, desde 1990 la población asentada en zona urbana creció 88% mientras que en la ruralidad se contrajo 6%, según Antioquia Cómo Vamos. El departamento, de hecho, es un caso emblemático (crítico si se quiere). En un territorio con 62.150 kilómetros cuadrados; 125 municipios, 261 corregimientos y 4.353 veredas, el 60% de los casi 7 millones de habitantes están apilados en dos valles: San Nicolás y Aburrá, en una extensión que no llega a los 3.000 kilómetros cuadrados, en solo una ciudad capital y 18 municipios.

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Estudios recientes de la Nacional y Uniandes son enfáticos sobre la conclusión de este fenómeno: a este ritmo, y si no ocurre algo que produzca un vuelco total de la situación, en una década no habrá quien labre el campo en Colombia.

Esta es la posada Sebastyana, el principal alojamiento de las Posadas Turísticas de Horizontes. Es un lugar que verdaderamente permite experimentar la desconexión del mundo. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA
Esta es la posada Sebastyana, el principal alojamiento de las Posadas Turísticas de Horizontes. Es un lugar que verdaderamente permite experimentar la desconexión del mundo. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA

Volver a Horizontes

Adrián Vahos, un empresario oriundo del corregimiento, se inclina por pensar que, paradójicamente, el desdén al que fueron sometidos históricamente por parte de Sopetrán se tradujo en una capacidad de autosuficiencia que explica, en parte, las dinámicas que hoy viven.

Relata que desde los 90 empezó a ser notoria la diferencia entre los estudiantes del casco urbano de Horizontes y los de Sopetrán. Ya desde ese entonces tenían en el corregimiento profesores orquesta que les tocaba repartirse en todos los grados. Pero aún así los estudiantes se las arreglaban, cuenta Adrián, para obtener resultados en los Icfes por encima del promedio del municipio al que pertenecen sobre el papel y que queda a hora y media de camino.

El 55% de los habitantes que vivían en Horizontes hace 30 años se fue. Ahora, el pueblo es habitado de una manera oscilante. FOTO: Manuel Saldarriaga
El 55% de los habitantes que vivían en Horizontes hace 30 años se fue. Ahora, el pueblo es habitado de una manera oscilante. FOTO: Manuel Saldarriaga

“Si en Horizontes se graduaban cinco pelaos, los cinco entraban a la universidad, mientras que en Sopetrán, de 50 bachilleres, a lo sumo ingresaba el 20% en la misma cohorte”, apunta.

El de Horizontes fue en buena medida un éxodo por el conocimiento, pero éxodo al fin y al cabo. Además los futuros universitarios no eran los únicos que alistaban maletas, también los mayores se marcharon en masa desde los 90 buscando empleo en San Pedro o en Belmira (el municipio más cercano), en Santa Fe, en el Sopetrán o Medellín.

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En algún punto, a Adrián le empezó a taladrar la cabeza la idea de ser parte de una generación estudiada y viajera pero sin vínculos con su lugar de origen. De esas inquietudes, en la primera década de este siglo empezaron a surgir asociaciones como Corpohorizontes, conformada por los profesionales desperdigados que quisieron conectar nuevamente con su tierra. Y también iniciativas como “Horizonte Joven” que logró crear una comunidad de 5.000 ciclistas con el objetivo de dar a conocer el corregimiento en todo Antioquia. También “Un pueblo bien pintado”, que surgió en 2006 como una iniciativa para revitalizar las fachadas de un pueblo que estaba envejeciéndose. Pero lo que comenzó como una actividad sin mayores pretensiones se convirtió, según cuenta Sandra, en una forma de autogobierno, de habitar el territorio como si fuera una casa común, gracias a la cual el pueblo se renueva físicamente año a año, y por la cual cada familia se encarga todos los días de un pedacito del pueblo para que luzca impecable.

En Horizontes es una rareza ver una basura en piso o un policía (no la necesitan), y si no duermen con la puerta abierta es por frío, nunca por inseguridad.

Y en ese ambiente de renovación se revirtió el despoblamiento y como ejemplo de ello ocurrió una rareza: una vereda marchita renació.

Juan XXIII, vecina del casco urbano, había quedado extinta porque sus familias se marcharon. Pero hoy le dan vida más de 25 familias, las mismas que se fueron décadas atrás para ser profesionales y decidieron regresar. Desde Juan XXIII se exporta aguacate hass para diez países en Europa y Oceanía.

Una de las que volvió fue Laura Vahos, hermana de Adrián. Laura estuvo doce años por fuera y retornó –para siempre, dice– y hoy lidera uno de los proyectos turísticos más especiales no solo del Occidente sino, tal vez, de todo el departamento.

Laura guía el proyecto de Posadas Turísticas, que es como la antítesis del turismo que se practica en casi todo Antioquia, y en el que ella y otras ocho mujeres ofrecen sus casas para quien desee experimentar un turismo verdaderamente rural, un tranquilo aislamiento del mundo.

En Horizontes el aseo y ornato está a cargo de cada una de las familias. Es un pueblo que básicamente se autogobierna. FOTO: Manuel Saldarriaga
En Horizontes el aseo y ornato está a cargo de cada una de las familias. Es un pueblo que básicamente se autogobierna. FOTO: Manuel Saldarriaga

La posada Sebastyana, el hogar de Laura, es el alojamiento principal y desde esta se puede avistar el Cauca, las casas del pueblo y las nubes que se arman de la nada y juegan todo el día a esfumar montañas. Y el que se experimenta allí es un silencio en vía de extinción.

¿Qué sacar de su historia?

Horizontes no es un lugar al que le quepa solo una definición. Es el pueblo donde el trueque, ese precioso intercambio que prescinde de cualquier moneda, sigue tan vigente como siglos atrás. Un poblado de huertas caseras y comunitarias que garantizan que absolutamente nadie pase hambre.

Es una cabecera de 150 habitantes; de escasos 30 estudiantes; de 160 casas, la mitad de ellas vacías entre semana con sus habitantes desperdigados en otras partes donde trabajan. Casas vacías, pero jamás abandonadas.

Un pueblo de calles desiertas, pero a pesar de todo eso, uno en movimiento constante, que se piensa y se planifica desde muchas partes, como remarcan Laura y Sandra.

Horizontes es eso, pero también es un lugar donde en promedio nace un niño cada cuatro o cinco años y los jóvenes, en su mayoría, siguen buscando la salida hacia la ciudad o grandes centros urbanos. Donde la inviabilidad de la producción agropecuaria es palpable. Una tierra con suelos ricos, cobijados por los climas fríos bajo influencia del Páramo de Belmira, pero también de climas templados en zonas cercanas al Cauca, que le permite producir café, yuca, maíz, plátano y hortalizas y buena leche. Pero donde no hay quien trabaje esa tierra fértil.

La posada Sebastyana es un lugar para recuperar el regalo de la conversación. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA
La posada Sebastyana es un lugar para recuperar el regalo de la conversación. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA

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En Horizontes hay un joven llamado Felipe. Sus abuelos son de allí, pero él se crió en Medellín, se graduó como zootecnista en la Nacional. Regresó a la finca lechera familiar con la intención de coger cancha unos meses y dejarla operando con trabajadores y salir por el departamento para liderar todo tipo de proyectos productivos. Pero dos años después sigue allí y en su rostro es inevitable advertir frustración.

La razón es simple y demoledora: no encuentra mano de obra. Cada vez es más difícil encontrar quien esté dispuesto a medírsele a un trabajo que no admite ni los descansos justos y en un sector que vive de crisis en crisis.

Felipe, que estudió para diseñar sistemas productivos para la ganadería, la porcicultura, la avicultura y la piscicultura, le toca madrugar a sacar en una moto la leche que él mismo ordeña, porque no hay quien más lo haga.

¿Qué extraer entonces de la historia singular de Horizontes que permita entender mejor la crisis de la ruralidad en Antioquia y el país?

Acaso el ejemplo de que es posible crear verdaderas colonias autosuficientes, con huertas familiares, con un sistema de trueque que hasta cierto punto hackea el sistema financiero. Pequeñitas repúblicas con soberanía alimentaria (la verdadera descentralización y no la que tanto se pregona por estos días).

Acaso un caso que ilustra las posibilidades de renacimiento del campo de la mano del neocampesinado, esa población mayor de 30 años, formada académicamente que migran a la ruralidad para intentar diversificar las formas en las que se puede vivir de la tierra.

O tal vez la evidencia de que, definitivamente, las únicas posibilidades de mantener activo el campo se limitan al turismo y al monocultivo. Sopetrán y el Occidente, por ejemplo, la subregión a la que pertenece Horizontes aunque poco se identifiquen con esta, cada vez es menos tierra de las frutas, como se conoció históricamente.

Una investigación del Jaime Isaza y la Nacional en 2021, arrojó que la presión urbana tiene en jaque la producción agrícola del Occidente, por el cambio de uso de suelos para actividades recreativas y turísticas. Por ejemplo, a comienzos de este siglo la región aportaba el 100 % en la producción nacional de zapote y tamarindo. Quince años después apenas alcanzó el 30% de esa cuota.

Tal vez estos escenarios y elementos no sean excluyentes y su caso arroje algunas pistas valiosas sobre todos estos.

Adrián, con su empresa Turantioquia, quiere posicionar la ruta de la leche y las frutas, un recorrido por dos subregiones tan ricas, diferentes y complementarias, una propuesta que seguramente con el turismo reflexivo que proponen incluirá interesantes discusiones sobre las luces y sombras del futuro de la ruralidad en ambas regiones.

Lo que es indiscutible es que Horizontes es un lugar extraordinario. Casi todas los días, al caer la tarde, es posible observar al mismo tiempo la luna y el sol. Dicen en el pueblo que los turistas que llegan allí atestiguan que este fenómeno ocurre en muy pocas partes del mundo.

Divisando desde ese pueblo encaramado el río Cauca; las montañas y sus cultivos uniformes; las casas y sus huerticas, el olor a todo; el sonido de los animales cortando el silencio, es posible entender un poco mejor, para cualquier citadino, qué significa tener el futuro del campo en riesgo.

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