En tiempos desesperados como los que atraviesa Bogotá por cuenta de la crisis de agua y su ínfima preparación para afrontarla, muchos han volcado sus esperanzas en los acuíferos, una palabra que suena a solución milagrosa. Y con razón: se estima que el 78% del agua apta para abastecer personas en Colombia es subterránea.
Sin embargo, los expertos han aterrizado esas expectativas con un hecho inobjetable: efectivamente en el país hay mucha agua bajo los pies, pero no se sabe dónde está ni mucho menos cómo sacarla.
Cuando se habla de agua subterránea se refiere a la que se aloja en los espacios vacíos, en los poros de los sedimentos y las rocas. Y llega allí por las lluvias que se abren paso a través de los suelos y por las conexiones hidráulicas con los ríos, según explica la profesora Marcela Jaramillo Uribe, jefa del pregrado en Geología de Eafit y doctora en hidrogeología.
En Antioquia, hace apenas dos décadas la ciencia comenzó a ganarles terreno a los mitos y desinformaciones sobre el agua subterránea. Por ejemplo, la investigación que adelantaron en 2017 la Universidad de Antioquia y la Nacional, en cabeza de expertos como la profesora Teresita Betancur, del Grupo de Investigación en Ingeniería y Gestión Ambiental, esclareció algunos enigmas sobre los acuíferos en el Valle de Aburrá.
Hasta ahora se han identificado tres acuíferos en la subregión: el del Valle de Aburrá, conformado por los depósitos aluviales del río Aburrá-Medellín y sus afluentes, categorizados como flujos de lodo y escombros con edades de máximo dos millones de años; el semiconfinado, que está conformado por depósitos aluviales y están separados del acuífero libre por una capa sellante de arcilla. Este está debajo de quienes habitan la zona central y sur del Aburrá; y el acuífero Dunita de Medellín, que está compuesto por un sistema de cuevas pequeñas y grutas que, según cálculos, almacenaría un gigantesco volumen de agua subterránea que podría abastecer a amplios sectores urbanos de Medellín, Bello y Envigado. Pero los misterios de este acuífero todavía superan las certezas que se tienen sobre él.
Sin embargo, aunque la idea de habitar un valle con enormes lagos de agua virgen protegidos por rocas puede resultar fascinante, lo verdaderamente importante, según explica la profesora Jaramillo, no es el agua depositada entre rocas sino comprender todo lo que se necesita para que llegue hasta allí. Se trata realmente de un solo sistema en el que todo está conectado.
Y aquí viene el punto central de este asunto: para hablar de acuíferos, explica la doctora en hidrogeología, hay que hablar de zonas de recarga, esas donde confluyen las condiciones climatológicas, topográficas y geológicas que determinan que las lluvias puedan infiltrar los suelos y llegar a donde la cuenca hidrográfica necesita que llegue.
Ahí es donde aparecen los problemas: la deforestación y la permeabilización de los suelos (el frenesí de cemento) alteran drásticamente esos procesos de recarga. El territorio de Medellín, por ejemplo, tal como lo muestra el mapa adjunto, funge casi por completo como zona principal de recarga del valle. La saturación de construcciones en las laderas y la desaparición de la frontera urbano-rural entran a jugar en contra de ese equilibrio que se necesita para que esos grandes depósitos de agua subterránea se mantengan.
El valle de los aljibes
Según apunta la jefa del pregrado de Geología de Eafit, actualmente hay cerca de 1.000 pozos y aljibes que extraen agua subterránea, para lo cual se requiere permiso de Corantioquia (en zona rural) y del Área Metropolitana en suelo urbano.
Los cálculos de la investigación liderada por la profesora Betancur, de la facultad de Ingeniería de la UdeA, indican que bajo el suelo del Aburrá podría haber 212 millones de metros cúbicos de agua, suficientes para llenar 111.579 piscinas olímpicas o 17 embalses de La Fe. Los cálculos, aún tímidos, del Área Metropolitana arrojan que esta agua serviría para abastecer a 400.000 personas cada año.
Actualmente, según la investigadora Betancur, son utilizadas para usos industriales y actividades que demandan un altísimo consumo del líquido, como los lavaderos de carros y el riego de jardinería, algo que en el concepto de la docente resulta un uso eficiente del recurso, porque evita que el líquido que viene de los embalses y que trata EPM termine en actividades que no requieren agua tratada.
La gran pregunta entonces es si el Valle de Aburrá está cerca de poder acceder a gran escala a esta vasta cantidad de agua para soportar el consumo de casi cuatro millones de personas que habitan la región. La respuesta es no. Y el porqué de la respuesta también es simple y contundente: falta plata para avanzar en investigaciones, recalca Jaramillo.
La docente de Eafit sostiene que tras dos décadas de investigaciones que sentaron las bases, a esta altura la exploración detallada de los acuíferos del Valle de Aburrá debería ser una realidad. Pero señala que han faltado recursos y mayor ambición en integración entre EPM, autoridades y universidades.
Sigue pendiente, dice, entender mejor cómo es la geometría de los acuíferos; o sea, a qué profundidad está el agua, qué espesor tienen los estratos geológicos que almacenan el líquido, qué tanto se extiende lateralmente, cómo es la permeabilidad de las rocas y suelos, qué tan fácil se mueve el agua por el acuífero y de dónde está llegando el agua.
Entrar en contacto con los acuíferos para tener un retrato real de su potencial es indispensable, entre otras cosas, porque los cálculos y modelaciones son cada vez más difíciles ante el escenario de incertidumbre que impone el cambio climático.
Por supuesto, también hay avances importantes. Todo ese insumo logrado en dos décadas de trabajos de campo y complejas modelaciones en laboratorios permitieron conformar un Plan de Manejo para las zonas de recarga del sistema acuífero del Valle de Aburrá. Allí está trazada una ruta indispensable si es que la región quiere tener el respaldo a mediano y largo plazo de una reserva de agua subterránea suficiente para apagar las posibles crisis hídricas que desde ya anuncian sus potenciales impactos.
Un elemento clave del plan es la utilización de Sistemas Urbanos de Drenaje Sostenible (SUDS), la vanguardia que utilizan a nivel internacional para mantener en equilibrio los procesos naturales de infiltración, evaporación y escorrentía. Sumideros para infiltración, jardines de lluvia, franjas filtrantes, cunetas verdes, pavimentos permeables son otras técnicas para darle un empujón a ese colosal proceso que garantiza la existencia de acuíferos. Pero son todas esas tareas por hacer.
Hace unos días, ante las opiniones y declaraciones de políticos y opinólogos sobre la posibilidad de mitigar la crisis de agua en Bogotá extrayendo el recurso de los acuíferos de la capital y Cundinamarca, el docente del departamento de Geociencias de la Nacional, Fernando Helí Ramírez, les dio un baño de realidad explicando que para hacerlo es necesario adelantar estudios y nuevas investigaciones que no estarán listos de la noche a la mañana.
Pero hay que recuperar el tiempo perdido, tanto allá como aquí. En el Valle de Aburrá, según la profesora Betancur, los análisis disponibles permiten recomendar a EPM y el Amva construir un primer sistema de pozos para abastecer sectores golpeados ante la ocurrencia de emergencias o racionamientos.
La profesora Jaramillo concluye que el histórico confiable abastecimiento de agua de los embalses, como ocurre en el caso de los valles de Aburrá y San Nicolás, ha generado un confort que ha impedido ver como una necesidad real desarrollar el potencial que ofrecen las aguas subterráneas.
Sin embargo, si algo han dejado claro las últimas alarmas de riesgo de escasez es la fragilidad de ese abastecimiento, sobre todo con la frecuencia de eventos climáticos extremos como El Niño. ¿Seremos capaces, entonces, de extraer de manera sostenible esa agua que reposa entre las rocas?