Quienes en algún momento conversaron con el doctor Francisco Lopera coinciden en su calidez de un conversador sencillo que, sin ningún asomo pretencioso, soltaba ideas de enorme calado, enseñanzas perdurables, reflexiones necesarias.
En medio del homenaje que le realizó la Universidad de Antioquia tras recibir el Premio Potamkin, otorgado por la Academia Americana de Neurología y la Fundación Americana del Cerebro, el investigador recordó una de las frases que lo acompañó durante sus años de colegial y que, en gran medida, retrata la personalidad del científico que falleció este martes 10 de septiembre, luego de liderar 40 años las investigaciones del Grupo de Neurociencias sobre el Alzhéimer y otras enfermedades neurodegenerativas.
“Nada es imposible para el que quiere”, fue la frase que apuntó en la primera hoja de todos los cuadernos durante su etapa escolar y el bachillerato. Y la que anotó también en las libretas de apuntes con las que estudió para poder pasar el examen de admisión para ingresar a la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, la misma que este martes lo recordó como un “ser humano invaluable, profesional riguroso, profesor inspirador e investigador curioso y creativo que trazó un camino en la lucha contra el alzhéimer”.
Como líder del Grupo de Neurociencias, Lopera se convirtió en un todero que parecía estar en todos los lugares al mismo tiempo. Fue el impacto que siempre le causó las consecuencias del alzhéimer, lo que lo motivó a trabajar de manera incansable para encontrar alguna esperanza de la cual las familias de los pacientes pudieran asirse. “Lo que más me ha impactado es que el cerebro queda vacío de recuerdos y de todo, se pierde completamente la mente, y eso es lo que nos hace redoblar esfuerzos, por eso estamos aquí, trabajando duro, para encontrar, aunque sea, una luz”, le dijo en una entrevista a EL COLOMBIANO en 2023.
Ahí también dejó plasmada otra frase que le reiteraba a sus estudiantes y colegas sobre la necesidad de convertirse en apoyo real para las familias, en hacer ciencia pero untándose las manos. “Les he dicho a los estudiantes que nos ayudan con el neurobanco que esto es de mucha entrega, muchas veces nos ha tocado salir tarde de la noche para realizar una extracción a pueblos lejanos. Apenas el donante muere la familia nos llama porque tenemos poco tiempo y muchas veces en los pueblos ni siquiera hay una morgue para poder hacer el procedimiento”.
A la par que avanzaba en las investigaciones, también abogó por desmitificar la enfermedad y liberarla del peso de supersticiones y fatalismos para centrar la discusión pública en cómo lograr ofrecerle como sociedad un mejor entorno a los pacientes y a las familias. “Lo primero es no verlo como una tragedia. Es una enfermedad grave, pero hay que desdramatizarla, mirarla más como una nueva forma de vida. Si uno la mira de esa manera, puede adaptarse a ser feliz con la enfermedad”, respondió a la BBC cuando le preguntó el año pasado cómo enfrentar el miedo que produce esta enfermedad.
“El alzhéimer tiene las ventajas de que no produce dolor y que quien la sufre no es muy consciente de lo que está pasando. Al principio, sí, pero cuando la enfermedad avanza ya uno ni siquiera sabe que la tiene. El paciente, en realidad, no es el que más sufre, sino sus cuidadores. Pero si la familia y el medio rodean al paciente de un ambiente favorable para ser feliz, es posible lograrlo. Por supuesto, lo mejor es no tener la enfermedad y hacer lo que más se pueda para prevenirla: ejercicio físico, evitar el estrés, dormir y alimentarse bien”, atestiguó para el medio británico.
Por todo lo que le tocó presenciar de primera mano, por esos cerebros que investigó día y noche y que fueron el testimonio de todas vidas y los recuerdos esfumados de decenas de pacientes, Lopera manifestó en sus últimas entrevistas que quería ser recordado como alguien que simplemente trabajó duro durante muchos años y ayudó a visualizar, a avanzar hacia un camino más sólido hacia la cura y la prevención del alzhéimer como una persona que trabajó intensamente durante muchos años y logró visualizar dónde está la cura y la prevención del alzhéimer. Convencido de que ya había hecho su parte y dejado un legado para que su equipo continuara con la labor, hace un mes se retiró para descansar en su casa, rodeado de su familia, y así falleció a los 73 años.
