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El Peñol salió a flote: ahora va a un futuro mejor

Cuatro décadas, desde que 38 % del municipio fue inundado para la construcción de la hidroeléctrica.

  • Panorámica del casco urbano de El Peñol que este 2018 cumple 40 años.
    Panorámica del casco urbano de El Peñol que este 2018 cumple 40 años.
  • Postal del parque central en el pueblo viejo, con el templo original, 29 de septiembre de 1973.
    Postal del parque central en el pueblo viejo, con el templo original, 29 de septiembre de 1973.
  • David Tapias.
    David Tapias.
  • Javier Humberto Zuluaga FOTOS JAIME PÉREZ Y Gabriel Carvajal
    Javier Humberto Zuluaga FOTOS JAIME PÉREZ Y Gabriel Carvajal
El Peñol salió a flote: ahora va a un futuro mejor
02 de julio de 2018
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Desde hace 40 años, las campanas de la iglesia repican el mismo día y a la misma hora, las 7:00 p.m., en El Peñol. Cada 21 de junio, su sonido recuerda con nostalgia, pero también con rabia, la noche en la que 300 cargas de dinamita pulverizaron el frontis del templo en el pueblo viejo.

Era el penúltimo símbolo que todavía sobresalía entre la inundación que tuvo lugar en mayo de 1978, y a los peñolitas les prometieron que las tres torres con las que contaban podrían observarse de vez en cuando, con el subir y bajar de la represa, un espejo de agua de 6.365 hectáreas que aporta energía eléctrica para el país con una potencia instalada de 560.000 kilovatios.

La promesa se rompió. El templo se hizo añicos y el embalse terminó su segunda etapa de llenado en 1979, dejando como único edificio sobreviviente a la vieja casona de Demetrio Galeano Jácome, conocido como el médico de los pobres, que hoy en día se convirtió en un museo histórico sobre la subacuática y destruida cabecera municipal.

El Peñol fue trasladado y perdió la esencia que caracteriza no solo a los pueblos antioqueños sino a todos los colombianos: un parque principal, casas coloniales o republicanas y una iglesia que se impone en la centralidad.

El nuevo casco urbano, no tanto teniendo en cuenta que ya cumple 40 años, es otra cosa: calles anchas y pavimentadas, edificaciones modernas, tantos parques como barrios, y una plaza (Simón Bolívar) que sirve como escenario para los grandes eventos y desde la que se accede a la Casa de la Cultura, al Templo Roca y a la Alcaldía local, pero sin alma de centro.

El nuevo, en construcción

Las fechas históricas de El Peñol se concentran entre los meses de mayo y junio, añadiendo a la inundación y traslado del casco urbano, en 1978, la fundación original del municipio, el 20 de junio de 1714.

Durante el mes pasado, el municipio estuvo engalanado celebrando cuatro décadas de existencia en su nueva ubicación.

Con la presentación de cortometrajes, libros escritos por personajes ilustres de la comunidad, exposiciones fotográficas, eucaristías y ensambles artísticos, Byron Urrea, director de Bienestar Social de esta localidad, comentó que buscaban “hacer una reflexión sobre lo que se logró como comunidad en 40 años”.

Porque el poblado, a pesar de tener todas las condiciones físicas y modernas para ser próspero, tiene una deuda en la parte cultural que enfrenta a dos generaciones: los jóvenes están perdiendo interés por la historia del pueblo viejo y los peñolitas de más edad añoran tanto El Peñol de antaño, que no acaban por tener sentido de pertenencia por el nuevo asentamiento.

David Tapias es el director del grupo de teatro local, y aunque con 29 años no vivió lo que fue el cambio de ubicación de su pueblo, sí recuerda que en su niñez los mayores vivían del dolor y del lamento por lo perdido.

“Como parte de las nuevas generaciones tuvimos que entender que aunque sí había un choque arquitectónico del que uno se daba cuenta visitando otros municipios, lo que se estaba construyendo era para los nuevos hombres y mujeres del municipio, sin que eso signifique dejar de reconocer nuestra historia, que estaba siendo olvidada, y desde el arte le damos la importancia social y cultural que se merece”, expresó.

Para Tapias, el nuevo casco urbano es un territorio que cabe perfectamente en el siglo XXI. Desde los terrenos donde resurgió y por lo cual se lo conoce como el ave fénix de Antioquia, se divisan dos símbolos indispensables para sus habitantes: las piedras de El Peñol (en jurisdicción de Guatapé) y la del Marial.

Estas rocas sirvieron como inspiración para levantar el nuevo templo, que en su fachada las ilustra a la perfección y que en el pueblo consideran como una forma de protesta contra EPM, entidad responsable de la represa que, aunque estaba de por medio el contrato maestro firmado en 1969 para construir un nuevo centro urbano, no participó en la edificación de la iglesia.

Aunque los nuevos símbolos que va adquiriendo El Peñol son del agrado de la mayoría de los habitantes -incluso el nuevo Parque del Tomatero que inauguró el año pasado EPM demostrando que las diferencias entre la comunidad y la empresa son cosa del pasado-, no es suficiente para personas como Javier Humberto Zuluaga, de 60 años, que todavía recuerda con profunda nostalgia.

Él hizo parte, en 1977, de la última generación de la Institución Educativa León XIII que se graduó en pueblo viejo. Extraña sitios como el Rinconcito, una taberna que estaba ubicada en una esquina del parque principal, donde encontraba a sus amigos para escuchar música de los años sesenta y luego ir a unas canchas de tejo que quedaban al respaldo.

“Si les preguntan a todos los que nos tocó vivir el traslado que si preferimos el nuevo casco urbano o el viejo, por ahí un 80 % le va a decir que el que inundaron. No es que no nos guste tanto edificio moderno que tenemos ahora, sino que esas tradiciones de antaño eran parte de la identidad”, afirmó Zuluaga.

No olvidará que muchos vecinos vendieron lo que tenían y se fueron a buscar mejor suerte en otros municipios o departamentos, de su mente no saldrá la incertidumbre y el temor que vivieron sus padres cuando desde 1963 anunciaron la inminente inundación del 38 % del municipio.

Zuluaga dice que el contrato maestro sufrió varios retrasos, lo que llevó a que los mismos pobladores comenzaran a levantar sus propias casas en los barrios Comuneros y Conquistadores, que fueron de invasión en un principio y ahora son los sectores donde vive, según la Alcaldía local, la mitad de los cerca de 20.000 habitantes urbanos de El Peñol.

“El pueblo no dejó que pasara lo de Guatavita (municipio de Cundinamarca cuya cabecera se inundó en 1967), que luego lo reubicaron pero para ser llenado por casas y fincas de recreo”, comentó.

Lágrimas en la réplica

Para olvidar un poco del “desarraigo” y de la modernidad del casco urbano que a Zuluaga le parece un barrio de Medellín, dos o tres veces a la semana trata de ir a la réplica, una representación a escala de lo que fue el parque central del pueblo viejo ubicada a kilómetro y medio de la cabecera, que empezó a construirse desde 2004.

La estrategia, acompañada por varias administraciones, no solo pretende potenciar el turismo en un lugar agradable para los visitantes, sino que allí el grupo de teatro que dirige Tapias recrea la historia del municipio en el escenario perfecto, pues la pintura de las casas, la arquitectura, el quiosco en el parque, son fiel retrato para rememorar el pasado.

Tapias recuerda que cuando la réplica fue inaugurada, el impacto de varios habitantes al ver una representación tan fiel al viejo parque de El Peñol fue tan grande que solo podían llorar. Todavía es frecuente encontrarse con las lágrimas de quienes visitan este lugar después de años de haberse marchado del municipio.

“Junto a la Casa Museo (la casona de Demetrio Galeano Jácome), la réplica es el monumento más valioso que tenemos”, anotó Tapias.

Los tintos de los domingos, los helados para los hijos, las copas de aguardiente entre amigos, son escenas de cada ocho días en el parque temático. Allí mismo Zuluaga celebró en varias ocasiones el aniversario de la promoción del viejo colegio junto a sus compañeros.

La réplica está tan bien ubicada sobre una pequeña colina, que desde su mirador la vista alcanza a atrapar ese pedazo del embalse donde estaba el pueblo viejo, alineados ambos lugares para estar atados por siempre, uno reducido a escombros que el agua ya ha erosionado, y el otro levantado por la fuerza de aquellos que no quieren dejarlo morir en la memoria.

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