Me han invitado mi amigos Alfonso Buitrago, autor, y Édgar Jiménez, su protagonista, para presentar este viernes su libro: El Chino, el fotógrafo de Pablo Escobar, editado por Universo Centro. Yo empecé a leer el libro con cierto escepticismo, no creía posible mucha novedad, después de la avalancha que se ha dado alrededor del capo. Pero me equivoqué, el texto además de inventariar una parte del material, escrito y audiovisual, que se conoce, entrega información inédita. A tal punto que es también un documento para pablólogos, si es que algo así existe.
Buitrago ha encontrado al Chino, que no solo tiene un material excepcional, sino que nos lleva con finura por los entresijos de la cotidianidad de Escobar a la que accedió “escondido” con su cámara. Con una intensa y extensa reportería, el autor nos lleva como testigos en un recorrido para reconstruir su vida, desde que fue compañero de colegio de Pablo y cuando posteriormente fue, algo así, como fotógrafo oficial de la Escobar. Son miles las fotos que tomó a su hacienda Nápoles, a sus animales, a su actividad social y política en Medellín, a las fiestas, y, también a escenas íntimas de Escobar. Nos cuenta cómo el capo uso las dádivas y la guerra para elevarse en su narcisismo extremo y trascender; sobre cómo se constituyó de manera deliberada en bandolero social en tiempos de postmodernidad y como terminó siendo nuestra sombra más universal, que a pesar de los discursos morales, genera apegos y romerías que no logramos comprender.
Pero el Chino, un hombre flaco y desgarbado, de notorias gafas, no es solo una fuente sobre Pablo. A través de su vida, Buitrago narra las andanzas de este hombre que se movió en el mundo insurgente, como militante del M19 - con sus heroísmos, delirios y estropicios- y la labor periodística y social en la que acompañó al capo. Y también revela otros mundos más profanos de Medellín, en los que este libro ahonda por primera vez. Porque el Chino fue fotógrafo de publicaciones eróticas que promovió Édgar el Poeta, escritor de discursos y relacionista público del Escobar. El Chino ofrece una mirada inesperada de quien, estando en primera línea en momentos decisivos de nuestra historia y habiendo rozado el poder prefirió afirmar su vida en la marginalidad, en el mundo de billares y ajedrez, donde se ha conservado en alcohol.
Yo hacía tiempo que no leía, ni veía, nada sobre Escobar y narcotráfico. Después de dedicar cinco años a escribir La Parábola de Pablo (que también se conoció como el Patrón del mal), y cansado de ser vocero “oficial” de su historia, opté por el silencio. Ahora que busco actualizarme me sorprende el volumen de publicaciones, documentales y series. La vida de Pablo dejó de ser secreta y, ahora, está sobrexpuesta, en ocasiones de forma apologética y extravagante. En realidad, como dice el Mexicano Carlos Monsiváis, lo narco es la gran crónica roja de nuestro tiempo.
Pero el volumen de información no implica que haya más claridad. Al contrario hay preguntas que siguen vigentes. Un buen ejemplo es: ¿cómo exactamente fue la muerte del capo en ese tejado del occidente de Medellín? Hay una versión oficial según la cual el mayor Aguilar fue el gran protagonista; pero don Berna, del lado de los Pepes, le da ese protagonismo a su hermano conocido como Semilla. Juega también la idea que mantienen sus familiares de que Pablo se suicidó. Y el general Oscar Naranjo no le da credibilidad a ninguno de ellos.
Pero tal vez la pregunta que más nos atormenta a los colombianos, que nos atormentan más las series que la realidad, es ¿por qué se mantiene el mito de Escobar? Generalmente se dice que es porque solo se difunde una idea benévola sobre él. Pero creo que una de las condiciones del mito Escobar es haber sido el guerrero cruel, que el mundo empezó a conocer desde 1984, cuando en un acto inédito para un delincuente común decidió asesinar al ministro de justicia, Rodrigo Lara Bonilla. (Desde luego, también juega el haber sido benefactor de los humildes que lo sacralizan, es otra condición).
Entre lo publicado me han impactado los libros Mi vida y mi cárcel de Victoria Henao, su esposa y Mi padre de Juan Pablo Henao, su hijo, porque revelan detalles no conocidos de la vida privada del capo. No puedo garantizar la total veracidad de sus testimonios, pero si puedo decir que han sido valientes y, paradójicamente, son de los más críticos con su pariente. Victoria Henao se ha ganado el odio de otros familiares porque define a Escobar como psicópata y megalómano y se declara abusada por él cuando era apenas una adolescente. Son calificativos duros sobre los que ella ha insistido en diversas entrevistas. Juan Pablo, por otra parte, ha retomado su identidad y su historia trágica para recorrer el mundo diciendo que no hay que idealizar a su padre, que simplemente enseñó el camino que no se debe recorrer.
Insisto: no creo que sea por no conocer las facetas oscuras del personaje que tantos lo admiran. A pesar de su extrema crueldad, Pablo se coló en el mundo de los robinhood. La discusión de fondo que nos debemos, que esta bien planteada en el libro de Alfonso Buitrago, no es si las narcoseries crean nuestra realidad, sino sobre qué hacer con este narcotráfico que nos sigue horadando como sociedad.