Con la muerte de la reina Isabel II se cierra una época que comenzó en un mundo que ya no existe: sin internet y con dos potencias disputándose la hegemonía global, los Estados Unidos y la Unión Soviética. La mayoría de la población inglesa no conoce a un monarca distinto a Isabel II. Por ese motivo, se abre de nuevo un debate sobre el futuro de las instituciones monárquicas en Europa. En ese continente las figuras del rey o la reina se conservan en Bélgica, Dinamarca, España, Países Bajos, Suecia, Luxemburgo y Reino Unido. Sin embargo, ningún otra corona ha tenido un impacto similar al de la extinta cabeza de la familia Windsor.
En años recientes dos hechos han puesto a tambalear la firmeza de los reyes europeos. Los escándalos de corrupción y excentricidades del rey Juan Carlos I, de España, y los no menos sonoros líos del príncipe Andrés, de Inglaterra –cuyo nombre llegó a las páginas de los diarios por el caso de Jeffrey Epstein–, han abierto grietas en un sistema político que ha sorteado siglos de poder, guerras y controversias. A esto se le suma el fallecimiento de Isabel II, el bastión de los monárquicos del orbe.
Tras un reinado tan largo, las dudas caen en la capacidad del rey Carlos III de superar la sombra de su madre y darle un nuevo aire a la monarquía. Idénticas sombras cobijan al rey Felipe VI, de España. La razón es simple: tanto Juan Carlos I e Isabel II sortearon crisis globales y locales que de alguna manera forjaron sus temples de estadistas. El rey emérito español fue crucial en el proceso de transición de la dictadura de Francisco Franco a la democracia, como lo cuenta el novelista Javier Cercas en Anatomía de un instante. Por su parte, Isabel II sobrevivió a las figuras de Winston Churchill y capoteó el huracán mediático que se desató con el divorcio de Carlos y Lady Diana.