Colombia es uno de los países de América Latina que más tiempo trabaja a la semana. Por ley son 48 horas en total, que se distribuyen en 8 diarias en una semana de seis días, de lunes a sábado. Así está estipulado también en México, Argentina, Cuba, Bolivia, Perú, Paraguay y Ecuador, todos estos seguidos de Chile en donde se trabajan 45 horas a la semana.
La norma está basada en la idea popularizada en el siglo XIX, atribuida al empresario y activista Robert Owen, que divide las 24 horas del día en tres momentos: ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio y ocho horas de descanso, más un día de receso total que sería el domingo. Esta distribución temporal, que significó un avance progresivo hacia una jornada más digna, fue aplaudida en razón de que los obreros solían trabajar a diario entre 10 y 16 horas, un hecho que, según Owen, afectaba directamente la calidad de vida.
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“En Colombia y buena parte de América Latina partimos de esa base tradicional de seis días laborales, cada uno con ocho horas de trabajo”, explica Iván Jiménez, experto del Laboratorio Laboral de la Pontificia Universidad Javeriana, “y esto permeó la forma en que concebimos el trabajo hoy en día: se paga el tiempo y la disponibilidad del trabajador al servicio del empleador”.
Sin embargo, la pertinencia de esta forma de concebir la actividad laboral está siendo reevaluada en la actualidad. Uno de los informes más recientes de la Organización para el Desarrollo y Cooperación Económico (Ocde) arrojó que los países europeos (sobre todo los del norte) mejor posicionados económicamente son los que menor promedio de horas trabajan al año, de ahí que los pertenecientes a esa organización estén ajustando sus legislaciones.
En Colombia, por ejemplo, la Ley 2101, expedida el 15 de julio de 2021, establece una reducción gradual de la jornada laboral de 48 horas semanales a 42. A partir del próximo año, 2023, la jornada será entonces de 47 horas, en 2024 de 46, en 2025 de 44 y en 2026 de 42. “Actualmente Colombia aparece en los índices como un país con baja productividad y eso es, en parte, porque tenemos asumido que nos pagan por las horas que trabajamos y no por lo productivos que somos”, agrega Jiménez. Eso significa que el trabajo es medido en tiempo y no en resultados.
Experiencia en otros países
En junio de este año Reino Unido puso en marcha un experimento que llevó a 70 empresas, más de 3.300 trabajadores, a laborar solo cuatro días a la semana sin que eso implicara una reducción en el salario.
Tres meses después, los resultados ya eran alentadores: trabajar solo cuatro días a la semana no bajó la productividad, al contrario, la incrementó. Así, el 88 % de los empleadores aseguró que la semana de cuatro días estaba funcionando bien, así mismo, el 51 % aseguró que la productividad se había mantenido igual, el 34 % que había mejorado ligeramente y el 15 % que había mejorado de forma significativa.
Entre 2015 y 2019 Islandia hizo un experimento similar con trabajadores del sector público, y los resultados no fueron muy distintos. Los empleados pasaron de laborar 40 horas a la semana a hacerlo 35 dejando como resultado iguales o mejores niveles de productividad.
Tanto fue así que a día de hoy el 86 % de la población de ese país trabaja con la jornada reducida. Para entonces, Will Stronge, director de la investigación, dijo a CNN que la prueba había tenido, “según todos los parámetros, un éxito abrumador”.
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En Países Bajos, de acuerdo con información de la Ocde, se trabajan en promedio 30 horas semanales; en Dinamarca, Noruega y Suiza cerca de 33, y en Alemania, 35. “Los vanguardistas de la disminución de la jornada han sido los países europeos que se han enfocado en tener economías muy productivas con poco tiempo de actividad, porque han encontrado, entre otras cosas, que el buen descanso de los trabajadores se refleja en mayor productividad”, puntualiza Jiménez y matiza que, si bien en Colombia el total de horas legales a la semana son 48, hay empresas con jornadas más cortas que trabajan las ocho diarias, pero solo de lunes a viernes.
También salud
Con un cambio de este tipo, estiman los expertos, es posible prever cambios positivos en la salud mental de los empleados, pues una jornada laboral más corta puede significar mayor cantidad de tiempo para disfrutar de otros espacios y actividades como encuentros con amigos y familiares. Así lo señala Wilmer Sánchez Álvarez, coordinador del Centro de Medición y Evaluación (Cesmide) de la Universidad CES: “En ese sentido pueden tenerse mejores niveles de motivación intrínseca frente al trabajo, porque aumentan los niveles de satisfacción y por ende mejora la disposición de los trabajadores para asumir sus funciones”.
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Por otro lado, de acuerdo con un estudio hecho por la firma Mercer-Marsh, reseñado por la revista Forbes, Colombia es el país que mayor estrés laboral presenta, pues el 57 % de los empleados dice sentirse al menos algo estresado a diario, una cifra alta teniendo en cuenta que el promedio para toda América Latina es de 56 %. “Ese estrés acumulado es resultado del agotamiento que se da por las largas jornadas de trabajo”, precisa Sánchez. “Al disminuir las jornadas deberíamos poder disminuir esos niveles de estrés y angustia por no poder participar, por ejemplo, de los encuentros familiares o la crianza de los hijos, que es una de las quejas que más se repiten en el país”.
La clave está en garantizar que la transición sea en realidad favorable, enfatiza Héctor Aristizábal, abogado experto en Derecho Laboral con Énfasis en lo Humano y docente de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la U de A, “porque han habido pruebas en Corea del Sur y allí se han obtenido resultados poco alentadores en vista de que han puesto a producir a los trabajadores mucho más en una jornada menor: aumentaba el estrés, se afectaba la salud mental y había menos espacios de camaradería entre los compañeros”. Hacer bien la transición implica adaptar los procesos.
¿Es viable en Colombia?
Para los expertos consultados el cambio es viable tal como lo plantea la ley. “Habla incluso de establecer una mesa de concertación entre representantes de los trabajadores y el Gobierno para que la transición no implique que haya una carga excesiva”, precisa Aristizábal, a lo que Jiménez añade: “Si logramos que ocurra aquí será muy positivo, pero claro, el cambio no debe ser solo en las jornadas, también en la cultura”. Jiménez hace alusión a dejar de lado la idea de que a mayor tiempo en la oficina, mayores resultados. Hay muchas cosas por organizar, el recorte de la jornada es apenas el primer paso.
El éxito de la modificación también dependerá del sector en el que se desarrolle, pues los hay que por su magnitud, como el minero o el de hidrocarburos, dependen mucho de los tiempos extendidos. “Hay que ser muy cuidadosos, no todos los trabajos permiten este tipo de flexibilización. No es lo mismo estar en una empresa de manufactura que tiene que mantener la productividad y sus obligaciones laborales que, por ejemplo, un trabajador de vigilancia. Hay que discriminar porque puede afectar positiva o negativamente al empleado dependiendo del trabajo”. Este tipo de puntos son los que deberán evaluarse en las mesas de concertación.
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Para que la transición sea efectiva, puntualiza Sánchez, es importante que haya entrenamiento y pedagogía en las organizaciones para sensibilizar a los trabajadores en dos aspectos: primero, en la optimización del tiempo y segundo en la planificación de las tareas y la concentración. “Una persona siempre y cuando se concentre en la tarea, puede ser mucho más productiva que aquella que está en su trabajo más de ocho horas”. Encontrar procesos más eficientes para la ejecución de las labores es fundamental. El recorte de la jornada es apenas el primer paso.