Hace 20 años José Fernando Navarro no era más que un estudiante de biología de la Universidad de Antioquia que en cada salida de campo se dedicaba a recolectar toda la información posible sobre los animales que iba viendo, sin siquiera imaginar que ese instinto de curiosidad primaria le cambiaría la vida para siempre.
Por eso la historia de la segunda edición del libro Huellas y rastros de los mamíferos en Colombia, recientemente publicada por la editorial de la Universidad CES, y escrito por José Fernando, como primer autor, y Andrés Arias Alzate y Carlos Delgado, comienza en ese momento.
—Tengo un profesor que se llama Ricardo Callejas, a quien considero un maestro de vida —cuenta él mismo—, aunque nunca me dio ninguna materia porque él es botánico y yo soy zoólogo, pero con el que era muy común que me pusiera a hablar en la cafetería de la universidad sobre diferentes temas, así que una vez le pregunté: ¿Qué tan interesante sería sacar un artículo en una revista científica con una información que tengo?
—¿Y qué le respondió?
—Me preguntó qué información tenía, le conté que tenía los rastros de unas 33 especies, unos dibujos a mano alzada y unas fotografías, y ahí sí me respondió que eso no daba para un artículo sino para un libro, porque en el libro no solo se trataba de presentar resultados, sino de ofrecerle, a muchas personas, un compendio de información útil que les sirviera para hacer estudios en campo. Eso me desinfló mucho.
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Pero ese desinfle no lo llevó a olvidar el tema o a echarlo en un cajón, al contrario, José Fernando empezó en 1998 a robustecer la información que tenía al respecto y justo cuando se graduó, en el año 2000, ya tenía un libro para imprimir y para presentar, tal y como sucedió gracias al patrocinio de otro profesor.
—Un día me aparecí con el libro en la oficina de Ricardo y se lo regalé. Él me dijo: ¿Y esto qué es? Le respondí: Este es el libro que usted me dijo que hiciera hace tres años. Y me volvió a preguntar: ¿Y es que usted me creyó? Le volví a responder: Sí. Y me dijo: No puedo creer que de mi comentario haya salido este libro. Lo empezó a mirar, le dio mucha emoción, y en un momento me lanzó una frase que no se me olvida: Uno realmente no sabe el poder que tienen las palabras sobre los demás —cuenta entre carcajadas el autor.
Y es que detrás de esa frase, se escondía algo más profundo, porque después, en una conversación seria, Ricardo le explicó al joven investigador que aunque el libro era bonito y valioso, que poder decir que “x” signo representa a un animal es algo único y algo que solo hacen las comunidades étnicas y campesinas que conocen a profundidad la naturaleza, no estaba enmarcado en un contexto de ciencia, pues la ciencia se mide con datos.
—Al salir a campo se cuenta el número de individuos, se hacen tablas e índices, pero con los rastros, ¿qué calculas? Nada. Lo que yo hacía en ese momento era simplemente recoger rastros e información sobre ellos, así que no tenía datos que me permitieran ligarlos a un modelo matemático. Además, lograba identificar las especies a las que pertenecían los datos porque me movía con comunidades étnicas y campesinas y ellas me daban mucha información al respecto, información que yo absorbía como una esponja.
En ese momento José Fernando empezó a indagar técnicas variadas de rastreo, pues la que él usaba hasta ese momento era una en la que se pone un vidrio sobre el rastro, un acetato sobre el vidrio y con un rapidógrafo, se dibuja.
Y es que el rastreo es eso, el estudio, la detección y la observación no invasiva de los mamíferos (y de cualquier otra clase de animales) en condiciones naturales, practicada por el hombre desde la edad de piedra y asociada a los procesos de cacería para subsistencia de los pueblos ancestrales, que como no es difícil imaginar, evolucionó con los tiempos, y hoy, tal y cómo lo ha determinado el mexicano Marcelo Aranda, es la recolección de todo “vestigio, señal o indicio que dejan los individuos durante sus actividades, además de todo rastro que quedan de ellos”.
Ahora, ¿para qué sirve eso? En el libro Huellas y rastros de los mamíferos en Colombia está la respuesta.
En la actualidad, “el estudio de la fauna silvestre, a través de sus rastros, ha sido de gran utilidad, puesto que no solo ha permitido a los científicos y a las autoridades ambientales implementar normas de manejo en áreas protegidas, sino también en la identificación y el descubrimiento de nuevas especies, basándose, por ejemplo, en los restos craneales encontrados en las egagrópilas de lechuzas y búhos o en las heces de algunos mamíferos carnívoros. Esta habilidad para interpretar rastros puede permitirnos ‘ver’ a los animales, seguir sus movimientos y darnos una idea de aspectos ecológicos y de historia natural que sucede día a día en nuestros territorios. Adicionalmente, los signos nos posibilitan conocer aspectos más íntimos, como la abundancia relativa de una especie, su estado reproductivo, su organización social o la composición de su dieta”.
Por eso muy pronto José Fernando logró romper el paradigma y encontrar nuevas técnicas de recolección de datos y formular un método matemático, muy inspirado, a propósito, por Marcelo Aranda, que es una eminencia en este campo, que le permitieron brindar información detallada, al lado de los investigadores Andrés y Carlos, que se sumaron después, de 77 especies presentes en el territorio nacional y descritas en la nueva publicación de la Editorial CES, con sus respectivos rastros, es decir, nombres comunes, etimología, descripción diagnóstica, historia natural, distribución geográfica, aspectos claves para su identificación taxonomía, cráneo, fórmula dental, corporación proporcional a los humanos, peso, medidas, aspectos anatómicos, locomoción, patrones de movimientos, y su respectivo rastreo por medio de huellas, pelos y excretas.
—Los rastros son en sí huellas en tierra, pero también huellas de vegetación, olor, restos de alimentos, la orina, las heces, la saliva, los signos que dejan en los territorios, los senderos que usan, los refugios, y pues bueno, las huellas son uno de los signos más fáciles de ubicar en campo, sin contar con que le dan a uno información detallada sobre la especie que está ahí presente y permiten el descubrimiento de otros signos, por lo que son como la introducción al rastreo de “x” especie.
Esa es la razón por la que, cuando un científico o un naturalista identifican una huella en campo, ya sea en huelleros o sendas barridas, lo primero que hacen es examinarla meticulosamente, fijarse en los dedos, en las uñas que contiene, y sacarla, por medio de una fotografía, un dibujo o de una placa, y luego, empezar a detectar los demás signos, a hacer rastreo por medio de pelos, por medio de excretas y egagrópilas.
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—Esta guía que presentamos expone algunos elementos metodológicos para la obtención y registro científico de los rastros, como una aproximación para el diseño, implementación y aplicación en proyectos de investigación, manejo y conservación de los mamíferos silvestres en el país, con el fin de que reivindique el interés por la observación, la historia natural y el uso del rastreo, como uno de los componentes más importantes y robustos en el campo de la investigación mastozoológica en Colombia, debido a que es un método poco invasivo en la naturaleza y de muy bajo costo —concluye José Fernando.