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¿Qué necesidad de ponerlos de nuevo en los focos de atención de un país que se quiere sacudir de la guerra?
¿Qué se puede decir de un país cuando un individuo que fue responsable de más de 42.000 hechos delictivos –según cifras de Justicia y Paz–, muchos de ellos crímenes atroces, intenta convertirse en el oráculo de la verdad?
Estamos hablando de Salvatore Mancuso, cabecilla de las AUC, uno de aquellos a quienes se les ocurrió la terrible idea de crear una máquina de guerra y someter a Colombia a un conglomerado de dolor y muerte por más de una década.
¿O qué pensar de ese mismo país cuando otro individuo que lleva 40 años dando plomo, que tiene sobre sus hombros condenas que suman más de un siglo, el Estado decide no capturarlo sino que le da la oportunidad –¡por sexta vez!– de participar en un “proceso de paz”?
Estamos hablando de Iván Márquez, uno de los cabecillas de las extintas Farc, que ahora, para seguir siendo foco de atención, se inventó una nueva banda criminal llamada Segunda Marquetalia.
Los dos parecen ser dos caras de la misma moneda: personajes que creyeron torpemente que las armas y la violencia sirven para resolver problemas. Y el presidente Gustavo Petro tuvo la ‘genial’ idea de volverlos a convertir en protagonistas del acontecer nacional: una macabra operación de reciclaje, de volver, una y otra vez, sobre la violencia y la guerra.
Petro bautizó a Mancuso como gestor de paz, su gobierno lo recibió a su llegada de Estados Unidos este 27 de febrero y, oh sorpresa, hace unos días apareció en emisoras contando una nueva versión amañada de la historia. Y a Márquez, lo volvió a sentar en una mesa para “dialogar”, el martes 25 de junio en Caracas. Algún tuitero anónimo escribió que se puede dar una segunda oportunidad, pero una tercera ya es una relación tóxica. ¿Qué decir de una sexta? ¿Hasta cuándo el Estado colombiano va a seguir perdonando a Iván Márquez?
En ambos casos, el mandatario puede haberse saltado las leyes. Para ser gestor de paz es obligatorio ser vocero de un grupo armado y Mancuso ya no lo es. El trató de hacerse pasar como vocero de un sector del Clan del Golfo, pero cabecillas de esos grupos han salido a desmentirlo. Y en el caso de Márquez no podría volverse a negociar con él porque las normas de no repetición en este tipo de acuerdos lo impiden. Él se ha escudado con el supuesto entrampamiento a Jesús Santrich como razón para haber incumplido el acuerdo. El problema es que así le hubieran puesto una trampa a Santrich, que no está claro, lo cierto es que él cayó en ella y cometió el delito.
Como si fuera poco los dos, Mancuso y Márquez, llegaron cargados de arrogancia, con el mismo tono soberbio en su voz y haciendo exigencias como si el país les debiera algo. ¡Hágame el favor!.
Mancuso, sin perder su estilo, jura que él ya pagó lo que debía. Más de un magistrado lo ha tenido que parar en la raya, algunos de ellos han expresado que Mancuso no ha cumplido con las víctimas y las víctimas a su vez se han quejado.
Iván Márquez, que llegó bastante estropeado, en una camioneta con blindaje cinco, con una nueva prótesis en su brazo y un ojo comprometido, acusó al Estado de “traición” al acuerdo de paz.
¿Qué necesidad de ponerlos de nuevo en los focos de atención de un país que se quiere sacudir de la guerra? ¿Hasta cuándo el país en general va a seguir atrapado en esta bicicleta estática de guerra y muerte? ¿Hasta cuándo el presidente de la República le va a seguir dando protagonismo a los asesinos?
Pongamos los números en blanco y negro. Salvatore Mancuso: 1.116 homicidios, 371 hechos de desaparición forzada, 2.023 casos de desplazamiento forzado, que convirtieron 31 poblaciones en pueblos fantasma, por mencionar solo los más terribles crímenes que cometió. Fue responsable, entre muchas otras, de la masacre de El Salado, en donde durante cinco días, torturaron y asesinaron a 60 campesinos, y de la matanza de 15 campesinos en el Aro, en Ituango.
Del otro lado, Iván Márquez, fue protagonista de la otra máquina de guerra y muerte, las Farc. Tiene más de 73 órdenes de captura en su contra, ha sido condenado por los asesinatos de monseñor Isaías Duarte Cancino, toma de pueblos como el de Roncesvalles, y es señalado de ser el autor intelectual del atentado al Club El Nogal en Bogotá, donde murieron 36 personas y del asalto al edificio Miraflores en Neiva.
Los hechos y la historia son elocuentes, sin embargo, el presidente Gustavo Petro, sin mayor consideración por los millones de víctimas de uno y otro, cuando escasamente han pasado 20 años de sus atrocidades, ha decidido darles una estatura que no se merecen. ¿Por qué?
Es evidente que el propósito del mandatario es convertir a Mancuso en un instrumento contra el expresidente Álvaro Uribe. De hecho, ya comenzó Mancuso a hacer su mandado señalando a Luis Carlos Restrepo, el comisionado de paz del gobierno de Uribe, de ser el determinador de la muerte de Vicente Castaño. Una acusación que, como se demostró en EL COLOMBIANO, no tiene sustento en los hechos y en los testimonios que hasta ahora se han dado.
Y en el caso de Iván Márquez, a pesar de que el Gobierno ha intentado convocar a todas las bandas criminales desde hace dos años cuando se posesionó, apenas ahora se sienta con Márquez, que en la mesa se mostró partidario de la Constituyente que quiere hacer Petro. ¿Será acaso que esa es la moneda de cambio?
Petro no solo quiere condenarnos a seguir repitiendo la historia de violencia del país, dándoles escenario a sus protagonistas, sino que parece también estarle dando al país la lección de que ser sanguinario y mañoso paga.