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Problemas normales. “El otro hijo”, de Juan Sebastián Quebrada

06 de noviembre de 2023
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Más que un grito es una desgarradura, carne que se quiebra. Estamos en Medicina Legal y volvemos a recordar que un muchacho ha muerto cuando escuchamos ese sonido que nos atraviesa, como una lanza con la que nos terminaran de herir, ya crucificados. Vemos a otro muchacho, Federico, que no duda en acercarse a la mujer que grita, su madre, que es un solo dolor, para abrazarla e intentar brindarle un consuelo imposible, porque su otro hijo ya no la va a abrazar nunca más.

La ficción, cuando está bien hecha, tiene el poder de conmovernos mucho más de lo que lo harían las mismas situaciones vistas a través de un noticiero, por ejemplo, gracias a que la suma de los distintos planos y su montaje cuidadoso permiten que sintamos que estamos parados junto a los protagonistas, que los observamos en silencio. Hemos visto durante las últimas semanas a madres que lloran a sus hijos por bombardeos despiadados y a pesar de que sabemos que son reales, no logran sacudirnos como lo hace esta escena.

El otro elemento importante para lograr esa conmoción en los espectadores es el tiempo. Se necesita tiempo para conocer a la gente, para que se conviertan en personas, a las que podemos identificar y nombrar. Para que nos importen. Juan Sebastián Quebrada muestra el oficio suficiente en “El otro hijo” para llevarnos a esa sala deprimente sólo cuando hemos podido identificar ya a esa madre que vive su segundo matrimonio, cuando sabemos que tiene dos hijos del primero, ambos jóvenes, que responden con la displicencia y la rebeldía que se puede esperar de cualquier adolescente de clase media. Una conversación en un almuerzo basta para conocer su carácter y para saber que ellos, igual que todas las familias, lidian con problemas que son tan graves como los de aquellas personas con menos capacidad económica, a lo mejor más vistos en nuestro cine durante los últimos años.

Porque uno de los problemas de vivir en un país como Colombia es que ha impuesto una especie de obligación en nuestros creadores de explorar en sus historias solamente temas “importantes”: la violencia de las guerrillas, la maldad de los narcotraficantes, el desplazamiento de los campesinos. Eso ha permitido que existan películas extraordinarias, pero nos ha privado bastante de ese diálogo con su cine que tiene el público en países con realidades menos apremiantes, donde se pueden hacer comedias y dramas sobre conflictos más pequeños y cotidianos, y donde esa “clase media” que llena las salas de cine se ve representada. Por eso es tan agradable contar con una película como ésta en cartelera. Una película donde se puede decir sin falsos moralismos, que nuestros jóvenes viven una cercanía con las drogas y el licor que nos negamos a ver. O que todos en este país necesitamos ayuda sicológica porque nadie nos ha enseñado a manejar el duelo o las pérdidas. O que pareciera que hay una forma “discreta y aceptable” de vivir la tristeza y que no soportamos cuando una madre nos grita su dolor hasta desfallecer.

Calificación total: 4 estrellas

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