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Por Juliana Velásquez Rodríguez - JuntasSomosMasMed@gmail.com
Era el 2022, año electoral, cuando mis hijos llegaron del colegio diciendo que “Petro” era ladrón de bancos y tiraba basura en las calles. Yo, mamá paisa y sobreactuada, corrí a imprimir (literal) la hoja de vida de Gustavo Petro y me propuse informar a mis hijos sobre el entonces presidente electo, con un propósito: que su opinión de Petro, o de cualquiera, sea el producto de una investigación un poco más profunda que el cuento fascinante de los pasillos del colegio.
Veía en sus palabras, su tono y sus ojitos el inicio de un sentimiento parecido al odio por el presidente Petro. Yo no quiero que mis hijos odien un político, por más perverso que sea. Se trataría de un odio por una figura abstracta construida por opiniones y narrativas. Soy de la teoría, heredada de mis papás, que el odio embrutece, empobrece y esclaviza. Quiero sí, que tengan una opinión firme y crítica sobre gente cuestionable y dañina, que es distinto.
Siendo el tercer año de “gobierno” del presidente Petro, yo, su mamá paisa y sobreactuada de confianza, he reflexionado mucho sobre qué lecciones darle a mis hijos en estos tiempos de desasosiego, insultos, mentiras y bullying político.
Buscándole “la comba al palo”, esta es una gran oportunidad para formar ciudadanos increíbles, reconciliados con la política y ojalá con un gran sentido de pertenencia por el pais. No queremos unas generaciones de niños convertidos en adultos indiferentes, mal informados y con un desprecio peligroso por el ejercicio de lo público.
Estas son las lecciones para mis hijos y si Usted quiere, para los suyos:
La primera: el caos colectivo genera una sensación de impotencia en lo individual. Lo obvio es pensar que un individuo del común no puede cambiar la realidad de un país. Yo quiero promover en mis hijos la convicción de su capacidad de cambiarla a través de acciones individuales asertivas. ¿Cuáles? Que tengan la capacidad de discutir, debatir y conversar con personas diversas con respeto, rigurosidad, curiosidad por la diferencia y compasión; que se involucren con la comunidad a la que pertenecen, construyendo y logrando propósitos colectivos; que generen para ellos una rutina de informarse sobre el país, el mundo y los temas que les interesan, utilizando las nuevas tecnologías sin ser víctimas de algoritmos perversos.
La segunda: quisiera sembrar en mis hijos la convicción profunda que su opinión es muy importante. Expresar lo que se piensa, sentar posición, hablar fuerte y claro, son posibilidades constantes para ellos y a veces incluso una responsabilidad con su entorno. Quisiera que trabajaran siempre por su libertad de poder decir lo que se piensa sin temor por las consecuencias. La indiferencia a veces es un gran disfraz de la inseguridad y el miedo, les digo constantemente, y a la hora de hablar de política tiende a ser peor. Niños seguros, libres y sin miedo, serán ciudadanos vigilantes, vocales e incómodos cuando se necesite.
Tercera y última: quisiera que mis hijos nunca perdieran la esperanza, el optimismo y la creatividad, aun en los tiempos más oscuros. No se me ha ocurrido mejor manera que el ejemplo. En esta casa hacemos un ejercicio consciente de cuidar las frases típicas de estos días, de nunca decir que todo esta mal, de bailar a las 6:00 pm especialmente cuando el día es duro. Lo hacemos con la esperanza (buena redundancia) que ellos vean que estos 3 valores son una decisión que con disciplina, se convierte en sentimiento. Estoy convencida también que estos 3 valores nos han sacado y nos sacarán de cualquier apuro como colombianos. Niños optimistas y creativos serán adultos constructivos y posibilistas.
Mis hijos saben, desde muy pequeños, que pueden cambiar el mundo. A veces es un sueño, a veces una responsabilidad, pero siempre, una posibilidad.