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Lagrimón por Begowcito

10 de abril de 2025
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  • Lagrimón por Begowcito

Por Óscar Domínguez Giraldo - oscardominguezg@outlook.com

El viejo cascarrabias del Mark Twain sugería vivir de tal forma que lo lamente hasta el dueño de la funeraria. En el caso de Bernardo González White, Begow, seis personas lamentamos su muerte: yo, tú, él, nosotros, vosotros y ellos.

Agotó adjetivos como estos que he guaqueado en las redes: correcto, ético, servicial, generoso, solidario, leal, cariñoso, cálido, mamagallista, buscapleitos, sabio, estudioso, simpático, único. Era el milésimo hombre que acompañaba a su prójimo hasta el cadalso y se ahorcaba con él.

Cuando supimos de su viaje con un ojo lo lloramos y con el otro nos alegramos. Después de haber vivido intensamente, se habia ganado la muerte. Nos hemos dado el pésame entre familiares y amigos. Tiene que estar a la diestra de Dios Padre, como en el cuento de Carrasquilla que le heredé, entre otros libros. Los escépticos lo ubican en el Walhalla de la gente bella.

Luis Bernardo tuvo tiempo de morir dos veces. Del primer coqueteo con la pelona escribió: “Ya me gasté una vida. Tuve la fortuna de resucitar para organizarme con mis chécheres físicos, pues los mentales no los ordena nadie. Estoy agradecido con la vida por la maravillosa cantidad de amigos leales que me ha brindado”.

Optó por un exótico “modus muriendi”: regalando libros. En sus propias palabras: “Buscando estar liviano de equipaje, he ido obsequiando libros de acuerdo con el gusto del amigo destinatario. Claro que los reviso bien pues algún secreto puede estar por ahí guardado. O un billetico”.

Estudiamos en el Colombiano de Educación de don Nicolás Gaviria, nos mechoniamos jugando ajedrez en el Club Maracaibo, oímos rock en el Festival de Ancón que documentó como historiador. Documentaba un atardecer.

Sus pares de la Academia Antioqueña de Historia con su mandamás Luis Fernando Múnera a la cabeza, reconocieron “la huella imborrable que dejó con su calidez, sabiduría y generosidad”.

Nuestra amiga común Elbacé Restrepo, abuela de Lupe, excolumnista estrella de El Colombiano, no salía del estupor: “Noooo, imposible. Mi casa me habla de él por todos los espacios.... Que un cuadro original de Ramón Vásquez, que un montón de libros, que la campanilla de no sé dónde, la misma que ahora Guadalupe toca y dice: “todos a amozarrr”.

Sigue diciendo Elbacé: “Cómo olvidar los cigarrillos babiados que compartimos en La Alcancía, sus lamentos de soledad por la ausencia de sus hijas, su generosidad y ese cariño ilimitado que nos prodigó. Celebro inmensamente que se haya aliviado de sus dolores del cuerpo y del alma”.

El poeta y arquitecto sonsoneño, Hugo Álvarez, con el alma hecha hilachas, patentó esta despedida, con lágrima incorporada: “Mi querido Begowcito: hacía tiempo que no lloraba y hoy me hiciste llorar, amigo del alma”. A todos se nos piantó un lagrimón. (Exequias el sábado a las 4 de la tarde en la Catedral Metropolitana. A todo señor, todo honor).

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