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La falta de coherencia y sentido común demuestran que el estado no es la solución y tristemente está siendo destrucción, incrementando los niveles de desconfianza, atizando la polarización.
Por Juan David Ramírez Correa - columnasioque@gmail.com
Llevamos días viviendo al garete de las decisiones “trinescas” del presidente Gustavo Petro, motivadas por impulsos inexplicables, incomprensibles en su retórica, erráticos -incluso en su redacción- y fácilmente clasificables como actos alucinantes.
Lo que pasó con los Estados Unidos fue un claro ejemplo. Más allá de cualquier consideración política, un trino visceral a deshoras y para nada sensato, desató una crisis sin precedente en la historia. Por culpa de un acto impulsivo, pero, sobre todo, por la falta de sindéresis y el delirio ideológico, la quiebra del país estuvo a horas de materializarse. Lo hecho con los dedos fue grosero e irrespetuoso, no con los Estados Unidos, sino con los colombianos.
Vale la pena recordar algunas cosas. En el marco de la democracia, Colombia, por medio de sus instituciones y mecanismos constitucionales, le perdonó a Gustavo Petro haber empuñado armas, disparado, actuado en la clandestinidad y la ilegalidad. Eso fue su paso por el M-19. Luego le abrió las puertas para ser una figura pública, ejercer cargos de elección popular y ser parte de la configuración del Estado de derecho, tanto así que le permitió ser el presidente de la Nación. Eso se llama condescendencia.
Hasta ahí, pues bien, es la democracia. La cosa cambia cuando esa condescendencia es manipulada tratando de crear figuras redentoras extraídas del mundo garciamarqueano o cartas blancas para inventar el futuro de la nación. Por eso, son inaceptables los sentimientos romanticones de indignación, como los que Petro usó para enfrentarse con los Estados Unidos, porque ahí no está lo que Colombia necesita resolver.
Los problemas de este país son reales y no forman parte del realismo mágico. Aureliano Buendía es ficción y habita en un libro, pero los muertos en el Catatumbo, no. La vida de los colombianos no se alimenta de mariposas amarillas y a una madre que llora a sus hijos muertos no le importa que descendamos del califato de Córdoba (¿?).
Aquí, las cosas se viven en las regiones, donde el gobierno actual no ha entendido los verdaderos dolores que causa la cooptación por parte de los actores ilegales. Se sienten en los bolsillos de la gente de a pie y de los empresarios, que generan empleo y valor a la economía. Pasan por el desenfoque de la política de paz, que les ha permitido a los bandidos jugar con una doble moral para seguir controlando los territorios. Pasan por la incapacidad de ejecución del gobierno, el desorden administrativo y la desconexión existente con lo razonable para dar paso a ideologías que ya han hecho daños profundos en la salud, en la política de vivienda y el desarrollo de obras de infraestructura, entre otros.
La falta de coherencia y sentido común demuestran que el estado no es la solución y tristemente está siendo destrucción, incrementando los niveles de desconfianza, atizando la polarización. Cosa que no le favorece al país.
Las ínfulas caudillistas no calan en el contexto que vivimos, son peligrosas, destructoras e incendiarias. Alejan cualquier consideración sobre el sentido común, cosa que tanto necesitamos. Colombia no puede darse el lujo de prenderse porque alguien quiso jugar con fuego con los dedos.