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El libro salvaje, un libro que no quiere dejarse clasificar ni ser leído por nadie, un libro que, quizás, odie a los lectores, un libro incompleto, rebelde, que aún no ocurre porque no ha encontrado un lector de verdad.
Por Diego Aristizábal - desdeelcuarto@gmail.com
Hace poco, una amiga muy querida, un tesoro para mí, me recomendó una charla de Juan Villoro sobre Juan Rulfo y su novela Pedro Páramo. Según ella, era la mejor charla que había visto en mucho tiempo. Desde luego le hice caso y la vi. Quedé fascinado y con ganas de volver a leer esa novela memorable.
Como suele ocurrir, apenas terminó la charla, en la lista de videos sugeridos había otra charla de Juan Villoro sobre su amor por los libros. Fui incapaz de parar y seguí escuchando al escritor mexicano que siempre me ha parecido tan elocuente. Lo que más me gustó fue que cuando le preguntaron por el libro más querido de los que había escrito hasta el momento, Villoro habló de un libro que justo yo había comprado hacía poco pero que no había leído: El libro salvaje.
Según el escritor, es un libro que le ha dado felicidad y le ha permitido que lo conozcan en muchas partes como escritor. ¿Qué hice apenas terminé de oírlo?, claro, fui, desempaqué el libro reeditado hace poco, a pesar de que se publicó en 2008, y lo empecé a leer.
Resulta que, ante la reciente separación de sus padres, Juan, el protagonista, tendrá que pasar las vacaciones con su tío Tito, un hombre que vive en una casa que es un laberinto de libros, que odia los mosquitos, pero adora las arañas porque “son amigas del silencio y se comen los mosquitos con todo y su música”.
Un día, en una conversación de desayuno, mientras Juan disfruta un omelette Homero, especialidad de la casa, Tito le cuenta que los libros son muy escurridizos. “Buscas uno en un estante y lo encuentras en otro, o no lo encuentras durante años y de pronto aparece frente a tu nariz. Al principio pensé que Eufrosia los cambiaba de lugar después de sacudirlos, luego pensé que era yo quien los movía sin darme cuenta. Soy muy distraído, eso lo nota cualquiera. Pero luego llegué a la conclusión de que los libros se mueven solos: te buscan o te rehúyen”.
Y así empieza esta aventura, donde Juan va comprendiendo que una biblioteca no es para leerse entera, sino para consultarse; que lo importante no es tenerlo todo en la cabeza sino dónde encontrarlo; que cada libro tiene un espíritu y ese espíritu busca a su lector. A su lector favorito, ideal, absoluto. Ahora, esperen, no les he dicho lo más importante, Juan no está en casa de su tío de forma arbitraria, él está ahí porque deberá resolver un enigma que inquieta a Tito, y es dar con el paradero de El libro salvaje, un libro que no quiere dejarse clasificar ni ser leído por nadie, un libro que, quizás, odie a los lectores, un libro incompleto, rebelde, que aún no ocurre porque no ha encontrado un lector de verdad.