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Es indispensable apelar a la cultura ciudadana para que el gobierno apruebe disposiciones orientadas a la detección de hábitos y motivaciones que representan un peligro, pues suelen llevar a las barras a proceder de forma perjudicial para la vida y la seguridad”.
Por Armando Estrada Villa - opinion@elcolombian o.com.co
El titular del periódico El Tiempo el 22 de septiembre de 2024, expresó: “La violencia se toma el fútbol: recrudecimiento de barras bravas en un septiembre negro” y El Colombiano, el 19 de diciembre de 2024, en un sensato editorial denominado “Empecemos por la paz en los estadios”, comienza afirmando: “Las barras bravas están desbordadas este año en Colombia no hay duda”. De esta manera, los dos importantes rotativos ponen de presente que la actividad frenética de estas organizaciones tiene un efecto dañino para el fútbol profesional, como se comprueba con los hechos violentos durante los partidos Junior-Nacional en Medellín y América-Nacional en Cali, más puede afirmarse que la violencia en el fútbol se extiende a todos los equipos y sucede en todas las ciudades.
Y es que por obra fundamentalmente de las barras bravas, el entusiasmo y emoción que produce el balompié en los aficionados ha cambiado de sana diversión en exaltación e intransigencia, de espacio de entretenido pasatiempo en campo de agitación y arrebato, que provoca violencia verbal y física, en ocasiones con saldo de heridos y hasta de muertos, dentro y fuera de los estadios, antes, durante y luego de los partidos.
La rivalidad es característica esencial del fútbol, ya que lleva a escena una contienda entre dos equipos que buscan la victoria con todos los medios que tienen a su alcance. Es el deporte que enciende los más exaltados fervores y en su entorno se manifiestan inmensos alborozos y hondas aflicciones, excitaciones y convulsiones a granel y en no pocas oportunidades violencia. Los hinchas más fervorosos portan camisetas de su conjunto, llevan banderas, corean cánticos y hacen desfiles en estadios y vías públicas los días de los encuentros, en demostración de apoyo y fidelidad, a lo que debe agregarse que la lealtad se incrementa con los triunfos y no disminuye con las derrotas, lo que los conduce no solo a querer con intensidad a su equipo, sino a aborrecer a los otros de la localidad y a sus más destacados competidores.
El fútbol es un deporte y un espectáculo de grandes masas que tiene en la hinchada uno de sus más valiosos cimientos, pero debe resaltarse que esa fanaticada participa de distintos modos. Una parte, festeja los éxitos y deplora los fracasos del equipo de su simpatía con tranquilidad, de forma pacífica, sin armar altercados, ni cometer acciones violentas. Otra parte, la constituida por las barras bravas, que están conformadas por seguidores incondicionales, apasionados y extremistas, que ante el buen o mal desempeño del equipo de sus amores, celebran las victorias con euforia y lamentan las derrotas con pesadumbre e incurren en tropelías, desenfrenos y protagonizan actos violentos de palabra y material contra jugadores del conjunto adversario, árbitros, directores técnicos, hinchas del otro conjunto y hasta de su propio equipo cuando tiene malos resultados.
El comportamiento de las barras bravas convirtió el espectáculo futbolero en un enfrentamiento antideportivo que muchas veces conduce a la violencia, agresiones, disturbios y vandalismo, viola las normas de convivencia y es intolerante con los hinchas que respaldan otros equipos, lo que representa un problema que afecta la vida en comunidad. Situación que obligó a las autoridades públicas y deportivas a poner en práctica drásticas medidas para prevenir y sancionar a los protagonistas de los desórdenes y actos violentos. No obstante, es indispensable apelar a la cultura ciudadana para que el gobierno apruebe disposiciones orientadas a la detección de creencias, hábitos y motivaciones que representan un peligro, pues suelen llevar a las barras a proceder de forma perjudicial para la vida y la seguridad de otros aficionados e incluso de la sociedad.