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Ya nada nos sorprende

Todo podría sorprendernos, pero ya nada nos sorprende. No, al menos, con la emoción que genera algo que nos impacta: el dolor en el pecho que da ver la angustia en otros y la frustración de poder hacer tan poco.

05 de noviembre de 2024
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  • Ya nada nos sorprende
  • Ya nada nos sorprende

Por Amalia Londoño Duque - amalulduque@gmail.com

Hay un video en redes de un reportero español que ensaya para un directo y detiene la grabación para ir a arrodillarse sobre el barro, ensuciarse y volver a su grabación.

Algún vecino de los edificios que rodean la escena, graba todo desde su balcón y lo monta en TIktok.

¡Boom!
“Cámara, acción, rodando... ese es el periodismo actuado al que nos sometemos”, dicen en los comentarios.

La tragedia que el paso de DANA ha dejado sobre Valencia apenas empieza a dimensionarse, muchos videos rotan en redes sociales: Los reyes visitando las zonas afectadas, Pedro Sanchez saliendo del lugar, la gente gritando desesperada.
Enojo, frustración, rabia y desamparo.

Y aún así, pasaron cinco días sin que nadie llegara a socorrer.

¿Qué pensó ese periodista en ese momento?

¿Qué lo hizo pensar que estando lleno de barro lograría mayor audiencia?

Ya no es solo el espectáculo de los medios, ahora competimos por la atención y nada parece impactarnos demasiado porque hay muchas cosas sucediendo al mismo tiempo y por eso muchos deciden renunciar a saber, deciden ignorar deliberadamente porque esa sensación de no poder hacer mucho con tanto que pasa también afecta.

La búsqueda de la atención nos enfrenta ahora a una competencia de información en la que no tenemos chance de pensar.

Pasa la imagen de una mujer maquillándose mientras cuenta que volvió con su pareja y después de mover el pulgar hacia arriba, pasa de pronto a la imagen cruda de la guerra en Gaza. Pasan imágenes de viajes de otros, movemos el pulgar hacia abajo y llegan en milésimas de segundos videos del concierto de algún artista.

Todo podría sorprendernos, pero ya nada nos sorprende. No, al menos, con la emoción que genera algo que nos impacta: el dolor en el pecho que da ver la angustia en otros y la frustración de poder hacer tan poco o también la alegría que llega con momentos que viven otras personas.

La atención dura poco sobre cada cosa, el espacio para la compasión es estrecho y corto.

Me horroriza que tengamos que ponerle adornos al dolor porque ya no parece suficiente ver niños muriendo en una guerra o ver gente desolada en medio del lodo.

Con el tiempo fugaz que ha pasado después de la pandemia, poco hemos podido detenernos para mirar desde otra perspectiva todo lo que nos ha pasado en estos cuatro años.

Vemos en televisión, en radio y en redes todo eso que le pasa a otros y que termina también siendo la desgracia nuestra.

La desgracia de alzar el pulgar hacia arriba y pasar a la imagen siguiente.

La tragedia de pensar que como ya nada nos impresiona, hay que ensuciarse más de barro, teatralizar el dolor para ver si tal vez así nos damos cuenta.

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