En medio del luto por la muerte del papa Francisco, cuando todo el mundo católico gira la mirada hacia la Capilla Sixtina esperando humo blanco, ha estallado la primera bomba del cónclave: Angelo Becciu, el cardenal destituido por escándalos financieros y condenado por corrupción, se ha presentado en las congregaciones previas al cónclave e insiste en que tiene derecho a votar al sucesor de Francisco.
La imagen es potente: Becciu, 76 años, exnúmero tres del Vaticano, camina por los pasillos del Palacio Apostólico como si nada hubiera pasado.
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Pese a haber sido apartado por el propio Bergoglio en 2020, acusado de haber hundido 139 millones de euros de las arcas vaticanas en la compra de un edificio de lujo en Londres, insiste en votar.
“Me reconocieron mis prerrogativas cardenalicias”, dijo en una entrevista con el diario La Unione Sarda, aferrado a una lectura canónica cuestionable que pone a prueba los límites del derecho eclesiástico y el peso político del cardenalato.
El cardenal caído que volvió: Becciu se cuela en el cónclave
El conflicto no solo es legal, sino también simbólico. Becciu fue condenado en 2023 a cinco años y medio de prisión por fraude fiscal, en un juicio sin precedentes dentro de los muros leoninos.
El papa Francisco, en una de sus decisiones más tajantes, lo despojó de sus funciones y de sus “derechos ligados al cardenalato”, como participar en un cónclave.
Pero Becciu no se da por aludido. “No hay ningún documento formal que me excluya del cónclave”, argumenta. Y tiene razón en una cosa: la decisión de Francisco nunca se tradujo en un acto jurídico canónico, solo fue divulgada a través de una nota de prensa, dicen los expertos.
Ahora, con el Vaticano sumido en la sede vacante, la responsabilidad recae sobre el decano del Colegio Cardenalicio, Giovanni Battista Re, quien deberá decidir si Becciu puede o no cruzar las puertas de la Capilla Sixtina como elector.
Francisco, los vetos secretos y las heridas abiertas
Becciu no es un don nadie. Fue diplomático en medio mundo, nuncio en Cuba, y sustituto para Asuntos Generales en la Secretaría de Estado.
Bajo Francisco, parecía tener futuro asegurado hasta que estalló el escándalo financiero más sonado del pontificado: una operación inmobiliaria oscura, donde aparecieron personajes como su hermano Antonino Becciu y una consultora autodenominada experta en inteligencia.
La justicia vaticana lo sentó en el banquillo, y el proceso duró más de dos años con 86 audiencias. Fue condenado en diciembre pasado. La apelación está pendiente, pero el cardenal proclama su inocencia.
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El caso Becciu no es el único. El papa Francisco también vetó en secreto al cardenal peruano Juan Luis Cipriani, ex arzobispo de Lima y figura del Opus Dei, acusado de encubrir abusos. Aunque ya cumplió los 80 años y no puede votar, en su momento tampoco se le comunicó oficialmente el veto, solo fue apartado silenciosamente.
Lo mismo ocurrió con figuras como el arzobispo Georg Gänswein, secretario personal de Benedicto XVI, o el cardenal Gerhard Müller, prefecto de Doctrina de la Fe. Todos ellos terminaron marginados, reflejo de las tensiones internas que Francisco intentó controlar con mano firme.