El 13 de julio del 2021 no cabía una persona más en la iglesia de La América, era como si ese tumulto estuviera despidiendo a una celebridad o a un personaje destacado.
El último adiós se lo estaban dando a Bernardo “Malagente” Arango, un empresario de segunda generación que había renunciado a su carrera como mecánico industrial para mantener vivo el legado de su padre, también llamado Bernardo Arango (Q.E.P.D).
Así empezó el negocio
El patriarca llegó desde Caucasia y comenzó administrando pequeños bares en el centro, hasta que se dio la oportunidad de convertirse en el dueño de su propio aviso. Y desde 1962 puso a sonar entre los clientes esos ritmos afro-latinos que estaban pegando.
El negocio lo tuvo en varios sitios de La Candelaria, eran pequeños pero su poder de convocatoria era poderoso, los distribuidores de Pilsen se asombraban al ver como en un local tan chico se movían tantas cajas de cerveza. El toque mágico se lo daba el mismo don Bernardo, un emprendedor empírico que trataba a los visitantes como si fueran miembros de su familia, los recibía con alegría.
—Hola suave —era el saludo característico cuando llegaba un cliente.
Catalina Arango, su nieta, se asombra cuando recuerda que su abuelo aplicaba tácticas de fidelización y atracción que años después ella vio en la academia, cuando estudió administración de empresas.
El bar tenía nombre, pero los clientes le decían El Suave, precisamente, porque esa era la manera en la que don Bernardo se dirigía a ellos y ellos le respondían igual:
—Suave, ¿me puede complacer con una canción?
La era de Malagente
Todos los hijos del fundador se hicieron profesionales y aunque él soñaba con que la empresa sobreviviera, la ruta de los descendientes parecía ser diferente, excepto para “Malagente”.
Siguiendo sus pálpitos, el joven renunció al empleo que había conseguido y habló con su esposa para comunicarle que no se sentía bien y que se dedicaría a atender el negocio junto a su señor padre.
“Yo discutí con él, yo quería presentar a mi marido como un profesional, no como un cantinero”, narró Nancy Díaz, esposa de “Malagente”.
Pese a que ella no estaba de acuerdo al principio, y aunque la salsa le producía dolor de cabeza, ayudaba con la atención y ya era su familia la que veía con malos ojos que una dama se dedicara a un negocio con música y licor.
Don Bernardo, “Malagente” y Nancy estaban al frente de la empresa que ya se había convertido en un referente para el público salsero. El equipo laboró durante 20 años, hasta que al patriarca lo aquejó un problema de salud y su hijo se apersonó completamente del bar.
¿Por qué le decían “Malagente”? No es que tuviera un mal carácter, sino que su saludo para quienes en verdad apreciaba era ese:
—Qué hubo Malagente.
“Si a mi suegro lo quisieron, a mi esposo lo adoraron”, comentó Nancy y exaltó ese don que tenía su compañero para escuchar las historias de los afligidos en la barra.
Precisamente, esa fue una de las enseñanzas que le dejó a su esposa y a sus hijos, Catalina y Jhorman: “Si alguien llega acongojado, aconséjenlo como su corazón les diga, esa persona necesita ayuda”. Bajo su administración, la afluencia de público crecía tanto que en 1994 trasladaron el local a la calle Colombia y ahí registraron legalmente el nombre con el que siempre fue conocido: El Suave.
Salsa desde lejos
La pandemia ha sido el desafío más grande que enfrentó esta empresa familiar. Pero gracias a la reputación de buen arrendatario, “Malagente” llegó a un acuerdo con el dueño del local y se comprometió a pagarle hasta el último centavo tan pronto como les permitieran reabrir las puertas.
El negocio sobrevivió a las cuarentenas y “Malagente” transmitía toques los fines de semana: “No hubo ganancias, pero la clientela nos acompañaba y nosotros a ellos en esa época tan dura”, narró Nancy.
Tristemente, como lo pregonaba Héctor Lavoe, “todo tiene su final” y la era de “Malagente” comenzó a marchitarse cuando le diagnosticaron el cáncer que finalmente se lo llevó. Su máxima preocupación, después de 42 años liderando el bar eran los empleados (12 personas viven del bar y una de ellas está cerca de la pensión), fue por ellos que aun en los peores momentos no lo dejó morir.
Respetando su voluntad, Nancy no solo mantiene viva la empresa sino que la trasladó a un local más grande en la avenida 33. Ella ayuda con la atención de los clientes y, quién diría, tal como su esposo y su suegro, tampoco quiere que muera el legado. ¿Habrá una tercera generación? Ese es su máximo deseo.
Una anécdota que se cuenta en el bar
“Don Bernardo quizás no sabe que le tenía una envidia enorme. Porque cada vez que me acercaba a la barra alguien le estaba contando una historia de la vida (...)”, fueron algunas de las líneas que dejó Martha Echavarría (Q.E.PD.) en una carta con fecha de 1977, recopilada en el libro titulado El pucho de la vida. Descendiente de una prestigiosa familia paisa de industriales, entró a El Suave huyendo de una manifestación estudiantil. Allí, encontró un sitio que le despertó sentimientos reprimidos en el alma y en esa carta de despedida (se quitó la vida), exaltó los momentos felices que vivió en El Suave.
42
años estuvo “Malagente” encargado de El Suave, el bar que fundó su padre.