Carlos Raúl Yepes, expresidente de Bancolombia, fue el protagonista del más reciente round entre Jaime Gilinski y el Grupo Empresarial Antioqueño. Nadie esperaba que Yepes se apareciera en medio de la asamblea de Sura en la cual se presagiaba que el banquero caleño iba a tomarse la junta y por esa vía el control de todas las empresas insignia del GEA.
Yepes se paró a un metro de Gilinski y le dijo: “Nadie me obligó a venir aquí, pero no me podía quedar callado”. Las palabras de Yepes tenían un peso específico porque él trabajó 25 años en empresas del GEA y tuvo que retirarse de manera prematura porque la primera guerra con Gilinski afectó su salud.
“Estamos ante la misma guerra, y se lo digo a usted doctor Gilinski: esta guerra hay que pararla, así no se pueden hacer negocios (...) Si nuestra guerra se terminó después de 12 años con un acuerdo, con una transacción, podemos ahorrarnos todo esto”, dijo.
Usted fue la gran sorpresa de esa asamblea, se paró de frente a Jaime Gilinski y le dijo ‘acabemos esta guerra’. Cuéntenos esa historia.
“Lo de hacerme presente fue un llamado, como que era mi obligación moral hablar”.
Y entonces decidió ir a comprar una acción. ¿Cómo la consiguió si están tan difíciles por el interés de Gilinski?
“Era muy fácil, era solo una. Yo estaba en mi casa el domingo alimentando a los perros, tomando café y leyendo prensa. Y de pronto se me vino a la mente todo lo que he leído, esa preocupación de todo el mundo, y dije, me va a tocar hablar”.
¿Sentía inminente la toma del GEA?
“Yo no creo. Gilinski por estas vías judiciales, que son de pleitos, nunca va a ser el controlante. A lo mejor estoy pensando con el deseo. Yo soy muy de hacerme preguntas. Cogí una hoja y apunté, si usted Carlos Raúl tuviera a Jaime Gilinski al frente, ¿qué le diría? Y se me fueron como nueve páginas de manuscrito. Empecé a ordenarlas, y lo primero fue explicar que yo no era vocero de nadie y sobre todo no era mandadero de nadie, y así lo dije en la asamblea. La idea tenía solo un pequeño problemita y es que a título de qué iba a ir yo a una asamblea del Grupo Sura. Yo no fui directivo ni era accionista”.
Como expresidente de Bancolombia...
“Tampoco. La única forma era comprarme una acción. Ese día llamé a la comisionista de bolsa y le dije que necesitaba una acción para el jueves”.
¿Cuánto le costó?
“38.600 pesos, más IVA, más comisión”.
¿Cualquier accionista que vaya a una asamblea pide la palabra y se la dan?
“No es tan fácil. Yo no quise comentarlo con nadie. Para mí era importante hacerlo con la pureza de intención. Yo no voy a dañar a nadie, no voy a insultar, voy a hacer un llamado que no se ha hecho. Porque lo viví, lo padecí, es que decidí hacerlo. Mi señora sufrió mucho cuando le conté que lo iba a hacer”.
Era como despertar un demonio...
“Me dice, ¿pero qué vas a hacer si ya estabas alejado? Y cuando la veo prendiendo veladoras le pregunto: ¿Para qué? Y me dice, para que no vayas. Y le dije, mejor ponga la veladora para que el mensaje que quiero llevar cale. Que piensen que la guerra, la confrontación, esto que estamos viviendo en las empresas y en la ciudad no es el camino”.
¿Y cómo logró que le dieran la palabra?
“Pues la verdad, no sé. Yo llegué a la asamblea y me quedé debajo de unas escalas porque no quería que me vieran. Luego, cuando empezó la asamblea, me senté en la última fila. No estaba seguro de intervenir”.
¿Y en qué momento se decidió?
“Tomó la palabra el abogado de los Gilinski, después la tomó el abogado del Grupo Argos y empezó un peloteo de erudición legal donde cada uno quería lucirse. Además les pagan muy bien para que se luzcan. Y de pronto desde atrás, me acerqué por la mitad del pasillo...”
¿Pero pidió la palabra?
“Yo, digamos, irrumpí. Juan Luis Múnera, el vicepresidente jurídico de Sura, trabajó conmigo en Argos y en Bancolombia. Entonces cuando él me ve, se sorprende, yo pido la palabra y él ahí mismo me la da”.
Aunque fue respetuoso increpó a Gilinski. ¿Cómo lo recibió él?
“Yo tenía mi libreto, me lo aprendí. Traté de evitar los adjetivos. Lo primero que dije fue: no soy vocero de nadie. Lo segundo ¿qué me motiva para estar aquí? Y dije, a mí lo único que me motiva es la tristeza de ver cómo se nos van instituciones y empresas entre las manos”.
Usted recogió la manga de su camisa y mostró el brazo izquierdo mientras decía “esta cicatriz que tengo acá yo la llamaba Gilinski”...
“Mi hilo conductor era decir, señores, yo ya viví esto, esto es una guerra de 12 años, una guerra donde sufrí muchísimo, donde no vi crecer a mis hijos, donde me enfermé, y ahí es cuando muestro mi cicatriz”.
Una cicatriz además de todo el brazo...
“A mí me sacaron la arteria radial, de la mano izquierda, junto a las dos mamarias y la safena, las utilizaron para hacerme bypass. Sufrimos mucho, yo tenía una hija de 4 años, un hijo de 2 años y yo 33 años. Entonces por eso dije ahora, voy a ir a contar la historia”.
¿Cuál es la historia?
“Después de los escándalos del Grupo Gran Colombiano, de Jaime Michelsen, el Estado colombiano asume la mayoría del Banco de Colombia y en 1994 lo privatiza, en una subasta, y lo adjudica a don Isaac Gilinski”.
Eso fue acabando el gobierno Gaviria. El ministro Rudolph Hommes no quedó muy satisfecho con el monto de la venta...
“Don Isaac Gilinski y el doctor Jaime Gilinski, que en esa época tenía 37 años, en una movida inteligente quedan con la mayoría del Banco en 1994. Y en 1997 lo ponen en venta y nos llaman a nosotros en el Banco Industrial Colombiano (BIC). Para ese entonces, el Banco de Colombia, fundado en 1875, era el primer banco del país por nivel de activos, y el BIC, fundado en 1944, era el séptimo. La frase era el séptimo compra el primero. David compra a Goliat”.
¿Y por qué Gilinski quiso vender el primer banco del país?
“Porque sabe moverse en el mundo de los negocios. Ha hecho negocios cuando compra otros bancos”.
Dicen que el BIC le pagó a Gilinski casi tres veces más del precio por el cual él lo compró al Estado...
“Yo no recuerdo cuánto, pero en tres años sí ganó mucho. Como lo que le está pasando ahora, que también está ganando muchísimo. Por eso la reacción en ese momento fue de asombro por la audacia de Gilinski. Primero compra el Banco de Colombia y después el BIC le compra el 51% de las acciones por 418 millones de dólares”.
Él había comprado el 75% por 295.000 millones de pesos...
“La diferencia es que el Banco de Colombia era de una familia, la familia Gilinski, y el BIC era de muchos accionistas, como son todas estas empresas en Antioquia que nunca han tenido un controlante mayoritario. Esa sí es la verdadera democratización de la propiedad accionaria”.
Esa es la gran diferencia del llamado Grupo Empresarial Antioqueño con muchas empresas cuyos dueños son familias...
“Absolutamente cierto. En la medida, en que haya más accionistas y esté más dispersa la propiedad es mucho mejor, porque no hay controlantes. Pero aquí, en Colombia, como en muchas partes del mundo, son familias”.
¿Cómo empezó la pelea?
“Gilinski tenía 63%, nos vendió el 51%, se quedó con el 12%. El contrato, que firmamos en agosto del 97, tenía una cláusula que decía que Gilinski debía mantener una garantía durante tres años y ese fue el origen de todo”.
¿Garantía de qué?
“De que lo que Gilinski había dicho que era el banco que nos estaba vendiendo, era así. Si nosotros encontrábamos que no estaban los activos que él había dicho, se hacía efectiva la garantía. Esa garantía podía valer unos 80 millones de dólares porque era del 20% de la venta y debía mantenerse en 80 millones de dólares para responder por eventuales reclamos”.
¿Hicieron algún reclamo?
“No, como la garantía estaba en acciones del banco, viene la crisis asiática y eso arrastra todas las bolsas del mundo. Esa garantía, de 80 millones representada en acciones, se cayó a 50 o 60 millones. Entonces le dijimos, señor Gilinski, de acuerdo con el contrato, usted debe reponer la garantía hasta el nivel de los 80 millones”.
Es decir, le tocaba poner 30 millones de dólares más de sus acciones y él les respondió con una demanda en la que los acusó de hacer un autopréstamo, porque parte de la compra la pagaron con un préstamo del mismo banco...
“Así sucedió. El 2 de noviembre del año 97 los abogados de Gilinski dicen “nosotros no vamos a entregar nada en garantía porque hemos descubierto una gran estafa de ustedes porque se hicieron unos autopréstamos”. Y empezó una guerra, que terminó 12 años después, en el 2010, con una declaración conjunta donde se decía que se había llegado a un acuerdo y donde se declaraba que no había ni ganadores ni perdedores”.
Hubo varios tribunales de arbitramento...
“Eso es lo que yo quiero evitar, porque Gilinski, además de haberse ganado 418 millones de dólares, en sus pretensiones pedía 600 millones de dólares más”.
Y la presión de los Gilinski fue tal que hasta lograron que un fiscal en 2007 ordenara la detención del entonces presidente de Bancolombia, Jorge Londoño...
“Sí. Pero el fiscal general de la época revocó la orden a los tres días. Fue un conflicto muy duro para todas las partes. Yo creo que para ellos también, fue costoso. Por eso digo, hay que pararlo ahora. Yo creo que este conflicto va a terminar en un acuerdo. La pregunta es cuándo”.
¿Qué otras similitudes ve entre esa guerra de Gilinski contra Bancolombia y la de ahora de Gilinski contra el GEA?
“Los procesos son iguales, y eso es lo que yo quería decir en la asamblea. Los negocios con Gilinski empiezan muy bien, y después mutan, van cambiando. Yo no entiendo el por qué para empujar un negocio hay que tener una estrategia política y una estrategia de medios. En 1997, hace 25 años pasó esto, y hoy el modus operandi es el mismo. En ese pasado nos demoramos 12 años en guerra y terminó en un acuerdo contractual llamado transacción. Lo que les pido es ahórrense esa plata, esos dolores de cabeza, esos daños, y no dejen que una cosa que lleva año y medio dure mucho más. ¡Paren esa guerra y siéntense a conversar!”.
¿Gilinski le respondió algo? ¿Lo llamó?
“No, a mí no me ha llamado. Pero sí valoro, que en su discurso al cierre de la asamblea, cuando yo ya me había retirado, él acoge mis palabras, dice que él también quiere evitar conflictos y que me agradece la intervención. En la asamblea, yo tenía al doctor Gilinski y a su hijo a un metro de distancia, y la verdad, el que menos me hizo sentir mal fue él”.
¿En qué sentido?
“En la posición corporal, en su forma de mirarme”.
¿A los demás los sintió estresados?
“O incómodos”.
El presidente de Sura, Gonzalo Pérez, le pidió que terminara...
“Me llamó la atención para que acelerara mi intervención porque tenían otra asamblea a las 10. Me lo dijo cuando yo llevaba cinco minutos y apenas eran las 9 de la mañana. Él me dice, por favor, vamos terminando. Y yo le dije, doctor Gonzalo, muchas gracias, continué y al final hablé menos de 10 minutos”.
Se ha dicho que esta operación de Gilinski para quedarse con el GEA es una venganza por lo que le pasó con Bancolombia. ¿Cree en esa teoría?
“Nunca he creído que se trate de una revancha del doctor Gilinski. Él vio una buena oportunidad en unas empresas que estaban a un muy buen precio. Como lo hizo en el pasado, buscó quién lo financiara, antes fue George Soros y ahora es el jeque árabe. A mí me llama la atención cómo de manera facilista meten a esas empresas bajo la sombrilla del GEA”.
Mucha gente no acaba de entender lo del GEA. ¿Es grupo o no es un grupo?
“Una explicación corta es que el GEA no es un grupo. Estas son unas empresas democratizadas que nacieron independientes. Los abuelos les regalaban a los nietos acciones de estas empresas. Han sido empresas muy valiosas, generan valor distribuido: empresas que tienen más de 100 mil empleados, participan con el 7% del PIB del país y son importantes no solamente en Colombia sino en el mundo, porque están en el Dow Jones Sustainability Index”.
¿Por qué si no existe el GEA se habla tanto del GEA?
“Yo creo que es una invención periodística del año 82, cuando la toma hostil de Jaime Michelsen. No sé de dónde sale la molestia con estas empresas, no las quieren y sin embargo el mismo Jaime Gilinski tanto valor les ve que las quiere comprar y quiere ser controlante”.
Volviendo a la cicatriz ¿por qué la bautizó ‘Gilinski’?
“Porque a toda hora estaba en función del banco en lo comercial, en la estrategia, pero también defendiéndonos de todos esos ataques”.
Decían los periódicos de la época que Gilinski llegó a tener 31 abogados...
“A la mesa iban ocho y todos muy importantes, exprocuradores, exfiscales, Fernando Londoño, Fernando Hinestrosa, Jaime Bernal, Gustavo de Greiff...”.
¿El médico le dijo que era por estrés? ¿O usted por qué le dice cicatriz Gilinski?
“Porque no había otra razón distinta a la forma en que yo trabajaba. Definitivamente el cuerpo grita. Lo que pasa es que uno no oye los susurros”.
Pero logró sobrevivir, ¿fue una intervención difícil?
“Muy difícil. Fueron 12 horas de cirugía a corazón abierto, que le parten a uno el esternón. Me fue regular en el postoperatorio, me dio neumonía, de todo. Después me seguí deteriorando y pues ahí ya viene la carta de mi hija donde me dice papá ya no más. En seis años entré 10 veces a la clínica. Yo tenía en ese momento divertículos, colectomía, colostomía, pancreatitis”.
Todo lo que da el estrés...
“Sí, diabetes, hígado graso”.
Y ahora después ¿cómo está?
“Absolutamente feliz y muy bien de salud. Lo único que quiero es reiterar que esto es un proceso tortuoso, estamos muy polarizados en el país, en la forma en que nos relacionamos, y lo que estoy pidiendo, suplicando, es siéntense, dense la oportunidad, que si en el pasado 12 años de guerra terminaron en una transacción, ahora también podemos llegar a esos acuerdos. Ahorrándonos tiempo, plata, dolores, tristezas y daños para las empresas”.