Dentro de su especie, el cocodrilo del Orinoco (Crocodylus intermedius) –también conocido como caimán llanero o caimán mariposo– es uno de los más grandes conocidos en el mundo, pues puede llegar a los 3 m de longitud (el máximo tamaño registrado fue de 6,8m), su hocico es alargado y delgado, y es endémico de Colombia y Venezuela, en la cuenca baja del río Orinoco que une a los dos países.
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Actualmente, está catalogado como “en peligro crítico” tanto por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (Iucn) como por el Libro Rojo de Reptiles de Colombia (2015), del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible del país, entre otras cosas por la caza ilegal que se dio entre 1920 y 1960 para comerciar su piel y que lo dejó cerca de la extinción por la exportación de unas 254.000 pieles de adultos de esta especie, sin contar los subregistros.
Uno de los últimos grandes censos se realizó en 1980, cuando solo había 280 individuos: 180 en Arauca, 49 en Casanare, 14 en Meta y 37 en Vichada. Y hoy, con amenazas como la fragmentación y destrucción de su hábitat, la caza y el consumo de su carne y sus huevos, es difícil que encuentren pareja, lo que disminuye su diversidad genética.
Sin embargo, la Estación de Biología Tropical Roberto Franco ha sido uno de los pilares de su conservación, y desde la primera captura de este réptil en la década de 1970 se ha logrado consolidar una población de 600 caimanes llaneros que forman parte de uno de los mejores programas de conservación de reptiles del país.
No obstante, aún existe un vacío en el entendimiento de las bacterias que forman parte de su organismo y que podrían incidir en su comportamiento y salud, por lo que la investigadora María Camila Polanco Rodríguez, magíster en Microbiología de la Unal –en conjunto con un grupo de investigadores de la Estación y con la guía del profesor Mario Vargas, del Departamento de Biología– realizó lo que sería el primer gran estudio de la microbiota de estos animales en la Orinoquia colombiana, y que, si se implementara en los planes de conservación, ampliaría las herramientas existentes para su protección y complementaría los estudios ecológicos, fisiológicos y genéticos de la especie.
Para ello, el investigador se adentró en el excremento de estos cocodrilos, ¿por qué? Pues porque en las heces están las bacterias presentes en el aparato digestivo del animal, las cuales se alimentan de los nutrientes que el cocodrilo consume y se propagan: si el reptil está saludable, los microorganismos se encargan de potenciar su energía y el funcionamiento de su organismo; pero también puede ocurrir que haya una condición llamada “disbiosis”, que es la alteración de la microbiota, por lo que aumenta el riesgo de infecciones y enfermedades crónicas, aunque los cocodrilos tienen un sistema inmune fuerte.
Según la investigadora, se han adelantado estudios sobre la microbiota de otros reptiles como las iguanas marinas de los Galápagos, las tortugas verdes hawaianas, la tortuga marina Caguama y otros cocodrilos como el de agua salada o el americano, y allí también se encontraron bacterias como los Firmicutes.
Por eso, encontrar la microbiota en los cocodrilos del Orinoco genera preguntas acerca de cómo esto podría incidir en su cautiverio y posterior liberación, ya que en la investigación se halló que los animales que están en la Estación tienen una condición corporal mucho mejor que los silvestres, ya que tienen menor movilidad y al dejarlos en su hábitat natural podrían tardar en adaptarse a acciones como adquirir el alimento, compuesto especialmente de peces, aves, otros mamíferos, o incluso de carroña.
“En la Estación los cocodrilos tienen una dieta de pescado y vísceras que se compran en las pescaderías de la zona, por lo que ellos no tienen que cazar en los ríos, como habitualmente lo hacen en medios silvestres, lo cual explicaría por qué estas bacterias están presentes en mayor medida; por ello se busca que con estos descubrimientos se generen estrategias desde la ingeniería del microbioma, un campo inexplorado en Colombia”, indica la experta.
Durante un mes y medio se recolectaron 84 muestras de heces de los cocodrilos, de las cuales quedaron 24 por su calidad; la médica veterinaria las conservó congeladas para que no se dañaran y para extraerles el ADN por medio de técnicas especializadas con el fin de secuenciar y analizar los genes presentes allí; el “16Sribosomal” fue el más importante, pues permite diferenciar las bacterias presentes.
“Logramos identificar la mayoría de las bacterias presentes en el excremento; entre edades la riqueza y diversidad de microorganismos era similar, pero entre los dos grupos el porcentaje era diferente, lo cual se explicaría con la diferencia de tamaño y el tiempo para metabolizar la comida, además de cambios que llegan naturalmente con la edad”, expresa la magíster.
Añade que es necesario que en futuras investigaciones se haga el mismo análisis de las heces de los cocodrilos que están en medio silvestre, una población aproximada de 200, y que al no tener las condiciones controladas de aquellos de la Estación, podrían tener otro tipo de bacterias no identificadas en este estudio.
“Lo que se está haciendo como estrategia ante los problemas de adaptación de los cocodrilos cuando son liberados es que el proceso sea progresivo, lo que quiere decir que hay expertos que monitorean cómo están interactuando con los lugares en donde se dejan, un hábitat más grande y con las condiciones para reemplazar poco a poco su alimentación”, indica la magíster en Microbiología.
Además, las bacterias en sus heces abren el debate sobre su capacidad para resistir en ambientes contaminados o con desbalances en la alimentación. Un caso interesante es el de cocodrilos nadando en lugares como Tárcoles (Costa Rica), que tiene una alta presencia de microorganismos como Escherichia coli, situación que no es ajena en Colombia; por ejemplo en las desembocaduras del río Bogotá se ha encontrado al caimán aguja (Crocodylus acutus) nadando sin ningún problema.
Por último, asegura que este es un primer paso en este campo inexplorado, y que la distribución de estas bacterias en las heces es común en distintas especies, pero en el cocodrilo del Orinoco hay cantidades que, en comparación con otros reptiles, resultan alarmantes, en especial por lo que son carnívoros, aunque no causan necesariamente enfermedad en los reptiles, lo cual se debe cotejar con investigaciones posteriores en cocodrilos silvestres que se alimentan de carroña o animales muertos.