Una cosa es hospedarse en Medellín y otra alojarse en un pedazo de la historia de Medellín. La restauración de Casa Ángel, anunciada esta semana, no es solo la recuperación de una mansión patrimonial ni la aparición de una nueva propuesta de lujo para ampliar el cotizado mercado hotelero y turístico en la ciudad. Es, sobre todo, la evidencia de una promesa que por fin tomó cuerpo después de ser por décadas solo una idea en el aire: rescatar el barrio Prado.
Casa Ángel, ubicada en Palacé, entre Darién y Belalcázar, se convirtió esta semana en la primera edificación patrimonial en concluir su restauración gracias a una alianza público-privada que le dio forma a una figura incluida en el POT de 2014, pero que había quedado empolvada.
Ese instrumento se llama Compensación por Transferencia de Derechos de Construcción, y fue la forma de otorgarles algo de justicia a los propietarios de las edificaciones patrimoniales en Prado, que recibieron hace dos décadas esa especie de regalo envenenado de la declaratoria de Bienes de Interés Cultural.
Porque si bien para la ciudad tener su único barrio patrimonial fue una buena noticia para la capital antioqueña, para los propietarios de esas 265 edificaciones convertidas en Bienes de Interés Cultural distribuidas en 74 manzanas esto significó un callejón sin salida: imposibilidad para intervenirlas y para construir, dificultad para venderlas a un precio justo.
El municipio les lanzó durante años salvavidas con agujeros: reducción en servicios públicos y prediales, pero nada que realmente marcara una diferencia para lograr el equilibrio entre la conservación patrimonial y el derecho de los propietarios a beneficiarse de sus bienes.
A finales de 2021 hubo un avance con la declaración de Prado como Área de Desarrollo Naranja, lo que abrió la puerta a varias gabelas normativas para que proyectos culturales se asentaran en el barrio. Llegaron graneados, pero faltaban dientes para hacerlo un modelo, para devolverle la vida a Prado, que de todos modos siguió siendo una isla del Centro sin mayor vida barrial.
El instrumento de Compensación por Transferencia de Derechos de Construcción permitía que los propietarios de casas patrimoniales en Prado pudieran vender su derecho de construcción a algún proyecto en otro sector de la ciudad y acceder a recursos para ejecutar restauraciones manteniendo el valor histórico y estético, mientras que inversionistas privados los transforman en proyectos económicamente sostenibles, según explicó Daniel Madrigal, subdirector de Gestión de Paisaje y Patrimonio de la Agencia APP.
Fue la Agencia APP la que se encargó de pasar ese instrumento por el ojal administrativo y burocrático para hacerla viable. Tardó tres años, entre 2020 y 2023 cuando finalmente en medio de esa alianza público-privada comenzaron las restauraciones iniciales. Arrancó con Casa Blanca, un palacete bien del Distrito que Jorge Correa, un desarrollador detrás del modelo de 32 mercados gastronómicos en Latinoamérica (como Mercados del Río), convirtió en Salón Prado, el proyecto ancla de la revitalización de la zona y un centro gastronómico y cultural.
Arrancaron también restauraciones Casa Ángel, Casa Holguín, pensado para alojamiento, con restaurante, café y terraza; Casa Roncari, Casa del Poeta y la del Ballet Folklórico. Casa Ángel es el primero de estos proyectos terminado.
La mansión de un magnate
Tatiana Villegas, la arquitecta a cargo del proyecto, dice que recuperar la historia de Casa Ángel fue tan importante como su restauración física. Con esto, apunta, Medellín rescata un pedazo de su historia. Casa Ángel fue obra de Pedro Nel Rodríguez, hijo de Horacio Rodríguez y nieto del alemán Enrique Hausler, pionero de la ingeniería y arquitectura en Medellín. Don Horacio fundó HM Rodríguez e Hijos, la primera firma de arquitectura que tuvo la ciudad.
Pedro Nel, formado en Estados Unidos y París, fue uno de los responsables de que la capital antioqueña transitara de la arquitectura republicana a la moderna. Pero además dobló la apuesta: insistió en que Medellín necesitaba alcanzar su propio sello arquitectónico y urbanístico, dejando rápidamente de lado la época que él llamó “de incertidumbre y copia”.
Pedro Nel diseñó en los 30 Casa Ángel y otras mansiones de la aristocracia en Prado. También fue la mente que gestó el Teatro Pablo Tobón Uribe, la sede del Banco de la República, El Castillo (el emblemático palacio de Diego Echavarría Misas), la Editorial de Bedout y el barrio Conquistadores.
Pedro Nel también hizo los cálculos y el análisis de resistencia de los materiales con los que su amigo Fernando Estrada Estrada construyó su delirio del Palacio Egipcio, una obra que años después Pedro Nel calificaría como una abominación, el perfecto ejemplo de esa época de incertidumbre y copia.
Casa Ángel lleva ese nombre en honor de su primer propietario: Gabriel Ángel Escobar, hijo de Alejandro Ángel Londoño, quien llegó a ser el segundo hombre más rico de Colombia en la década del 30.
Gabriel, nacido en Sonsón en 1886, fue la mano derecha del emporio que montó su papá en la primera mitad del siglo XX, que incluía la trilladora Ángel, López & Cía., la exportadora de café más grande de Colombia en la década del 30. En una época en la que exportar el grano tomaba tintes de hazaña por las dificultades que imponía la navegación del Magdalena, Gabriel logró dirigir una firma tan sólida que se convirtió en el primer montañero en liderar una compañía de café desde una lujosa oficina en Nueva York.
Gabriel fue un amante del ciclismo. Apadrinó, entre otros, a Cochise Rodríguez, a quien conoció cuando era un despachador de Caribú, empresa en la cual Ángel integraba su junta directiva. El empresario acogió en su mansión, donde vivió hasta su muerte con su esposa Ana Villa y sus hijos, a varios ciclistas que luego cobijó una de sus descendientes. La pasión por el ciclismo la heredó su hija Isabel, la única Ángel que se quedó en el caserón tras la muerte de los padres y partida de sus hermanos.
Isabel apadrinó las carreras de Ramón Hoyos y el propio Cochise y fue conocida como la madrina del ciclismo. Vivió en la enorme casona sin hijos ni esposo hasta su vejez.
En 1996, con el fin de la historia de los Ángel en una de las casas más suntuosas construidas en Medellín, el lugar pasó a tener varios usos; fue, entre otras cosas, sede del ICBF hasta 2018, cuando Ducó Colombia adquirió la propiedad y desde entonces tuvo el objetivo de transformarla en un centro cultural y turístico para ayudar a recuperar el patrimonio y la memoria del barrio Prado.
La firma diseñó y gestionó toda la intervención, que según explica Tatiana, por la singularidad de sus características requirió un trabajo muy complejo que se convierte en un hito en cuanto a restauración de patrimonio arquitectónico en Medellín.
A pesar del paso del tiempo, la casa conservó dignamente sus atributos constructivos, estéticos y tipológicos, detalla la arquitecta. La intervención se centró en revitalizar su sistema estructural: el entrepiso en madera, muros portantes y cubierta en teja de barro. Realzar el zócalo con enchape en granito vaciado en una parte del primer piso; trabajos en muros en revoque y pintura; carpintería de madera en puertas, ventanas, pasamanos de balcón y rejas metálicas; pisos en baldosa de ladrillo en zona de terrazas y circulaciones; madera en segundo piso, cerámica en baños. Todo ese trabajo se tradujo en una regeneración fidedigna de la obra que concibió Pedro Nel y que disfrutó la familia Ángel Villa: el trabajo de la madera elevado a un nivel artístico, la configuración espacial inalterada y el valor estético del espacio público con la fachada y el antejardín.
Casa Ángel reabre sus puertas convertida en alojamientos de estadías cortas con 18 apartaestudios con cocineta y baño y una piscina en su área común. Detalla la arquitecta Villegas que además tendrá una sala de exposiciones para contar la memoria y el patrimonio de Prado y espacios para actividades culturales.
Tatiana apunta que más que un inmueble tradicional reconvertido para usos turísticos y culturales, este es un pilar más en la construcción de un proyecto de ciudad, el resurgimiento del barrio Prado. En fila, tras los proyectos que están próximos a ver la luz, hay 50 Bienes de Interés Cultural en Prado con condiciones ya evaluadas para transformarse, ya sea a través de la figura de transferencias de derechos de construcción o con alianza público-privada.
Ahora sí, no como esfuerzos aislados de privados, organizaciones y colectivos, sino como un modelo, Prado apunta hacia su segunda edad dorada, un epicentro de patrimonio, cultura y arte. Un barrio con vida propia que no se apague ni se esconda cuando caiga la noche.