40 %
de los partos de la provincia de Khost se atienden en su Hospital de Maternidad.
Nadia* estaba a punto de dar a luz de su tercer embarazo. No sabía que iba a tener gemelos porque en nueve meses jamás asistió a un control prenatal. Como es costumbre en su familia, una partera atendería el nacimiento de su bebé. Ella estaba en su casa en zona rural de Pakistán, el invierno azotaba su país y las montañas cercanas a la frontera con Afganistán, donde ella vive, estaban recubiertas de copos de nieve. Llegó el momento, las contracciones pasaron y dio a luz al que sería su tercer hijo, pero ella y su partera se dieron cuenta de que había un bebé más dentro de su cuerpo.
A pesar de las contracciones y de que su gemelo ya había nacido, este bebé no quería salir. Por eso, pensaron que nacería si esperaban los suficiente. Pasó el tiempo, Nadia ajustó dos días en trabajo de parto, el segundo bebé aún seguía dentro de ella y decidieron acudir a un hospital, algo que jamás estuvo en sus planes porque en algunos países de Medio Oriente, las mujeres no acostumbran acudir al médico durante su embarazo. La tradición es tener un parto en casa, en el que solo estén presentes mujeres. ¡Ir a un hospital es un riesgo porque un hombre no podría atenderlas!
Séverine Caluwaerts, una obstetra belga que trabaja con la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) en Medio Oriente, fue la encargada de atenderla en el hospital de maternidad de la región y al conocer su historia imaginó lo peor: “Pensé que el bebé estaría muerto. Era muy difícil para él sobrevivir”, contó a EL COLOMBIANO. Al revisarlo se dieron cuenta de que el bebé estaba vivo y recostado con su espalda hacia bajo, hicieron una cesárea y por fin, después de dos días, la paciente pudo tener a su segundo hijo de este embarazo: “Para mi sorpresa, el bebé vino en una muy buena condición. Esta es una historia en la que la mujer y el segundo bebé fueron muy afortunados”.
Desigualdad en la salud
Afganistán y Pakistán son dos países donde las mujeres dan a luz en un ambiente poco favorable para su salud y la de sus hijos. Si bien es una tradición cultural que los partos sean en casa, estos suelen ser atendidos por lo que en Colombia conoceríamos como parteras, quienes no tienen el mismo conocimiento de un profesional en Medicina. Y, al ser un parto en casa, los espacios donde se realiza el procedimiento carecen de la asepsia indicada para atender el nacimiento de un bebé. La mayoría de estos se presentan en contextos de guerra (para el caso de Afganistán) y territorios que se recuperan del conflicto, como Pakistán e incluso Irak, donde en las zonas rurales no hay hospitales o personal calificado.
“En Afganistán y en Pakistán rural las mujeres son muchas veces vistas como que no tienen tanto valor en la sociedad como los hombres. Tienen que dar a la familia muchos hijos, especialmente niños, para poder ser consideradas como una buena mujer”, explica Caluwaerts. Cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indican que para 2015 solo el 50,5 % de los nacimientos en Afganistán fueron atendidos por personal en salud calificado. En Pakistán, para 2013, este índice oscilaba en el 55 %. “A menudo no hay medicamentos, agua limpia o electricidad”, señaló la Dr. Khadija en un reporte de MSF.
Pero esta no es la realidad de todo Medio Oriente. En Emiratos Árabes, Turkmenistán y Qatar casi la totalidad de los nacimientos son atendidos con las condiciones idóneas; y en Turquía, este índice alcanza el 97,4 %. Incluso en Irak, que se recupera de la guerra, la cifra está alrededor del 70 %. En ese territorio de contrastes que es Oriente Medio, donde países ricos comparten sus fronteras con países sumidos en la pobreza y las potencias –Estados Unidos, Rusia, Arabia Saudí– patrocinan la guerra entre grupos rebeldes y los gobiernos, quienes han trabajado en la zona con grupos de mujeres aseguran que para ellas “la vida es más complicada”.
Ser madre de 15 hijos
Bismilla* tuvo a su octavo hijo en el Hospital de Mujeres de Peshawar. Era el primero que daba a luz en un centro médico porque sus otros siete bebés nacieron en su hogar, en un campamento para personas desplazadas en la capital de la provincia de Khyber Pakhtunkhwa. “Quería entregar en mi casa, por supuesto, esta es la tradición y todos esperaban que lo hiciera allá”, cuenta esta mujer de 35 años. Pero durante el trabajo de parto sintió un dolor un intenso, no era normal, y por primera vez acudió a una clínica para dar a luz.
Allí también le ofrecieron planificar, pero rechazó la oferta porque ella y su esposo quieren volver a ser padres. Su meta es tener siete hijos más. Si lo logra, sería madre de 15.
“La tasa de fertilidad es bastante grande. Ellas tienen muchos hijos. Hay altos índices de nacimientos y mucha mortalidad”, afirma Thomas Balivet, jefe de misión de MSF en Pakistán. Allá, uno de cada 22 bebés muere durante su primer mes de vida, la tasa más alta de mortalidad infantil en el mundo según Unicef. En Afganistán, 1 de cada 25 fallece. De acuerdo con la OMS, en 2017 en el mundo murieron 2,6 millones de niños en su primer mes y casi la mitad de los fallecimientos tuvo lugar en las primeras 24 horas de vida y tres cuartas partes durante la primera semana.
Balivet cuenta que se trata de una sociedad muy tradicional con valores antiguos y a veces, especialmente en las zonas rurales, la situación es más complicada porque hay problemas relacionados con el conflicto. “La población vive en condiciones difíciles y las madres y los niños son siempre las primeras víctimas”, asegura.
Madres adolescentes
Shakeela tenía 13 años cuando tuvo su primogénito. Ahora tiene 48 y ha estado embarazada 17 veces, pero cuatro de sus hijos han fallecido. En septiembre de este año dio a luz a su decimotercer bebé en el Hospital de Mujeres de MSF en Peshawar, pero –como Bismilla y Nadia– en sus planes no estaba tener un parto en el hospital. Por el contrario, estaba siendo atendida en casa donde le aplicaron una inyección para acelerar las contracciones y, de esta forma, el nacimiento del bebé.
Pero el medicamento complicó el parto y al llegar al hospital los médicos encontraron que su presión arterial era muy alta. Después de atenderla todo estuvo bajo control y pudo dar a luz a su bebé, a quien llamó Muza Milshah, sin embargo, él nació con meningitis. “Estoy feliz de que mi hijo esté a salvo, pero ahora no quiero tener más bebés. Todos mis hijos nacieron grandes como este y ya estoy demasiado débil”. Ella solo vive con los varones porque las niñas están casadas y señala que “los hombres no hacen nada en casa”. Testimonios como el suyo evidencian como las adolescentes se convierten en esposas y madres.
El caso de Shakeela muestra una inconveniente más: el suministro de medicamentos por parte de personas que no son especialistas. Se trata de la oxitocina, una hormona se aplica como inyección al momento del parto para inducir las contracciones y está disponible por menos de 10 rupias pakistaníes, que equivalen a 250 pesos colombianos. En estos dos países es de fácil acceso, porque no existe un control a su comercialización como en Colombia. Pero, cuando no es suministrado por un profesional médico calificado, puede ser extremadamente peligrosa para la madre y el niño.
El ginecobstetra y profesor de la Universidad de Antioquia Luis Javier Castro, describe la oxitoxina como un medicamento “tan bueno” que le salva la vida a un montón de pacientes porque “sin ella los nacimientos no podrían ser atendidos”, ayuda a contraer adecuadamente el útero y a que la mujer no siga sangrando después del parto. “Pero también la oxitocina en malas manos o en personas que no tienen la capacitación y el conocimiento, puede ser, en vez de una ayuda, un peligro con las pacientes”, comenta. Y ese es justamente el problema al que están expuestas estas madres en Afganistán y Pakistán al recibir esta ampolla por parte de personas no calificadas para suministrarla.
Muerte, el riesgo
La mayoría de los pacientes del hospital de Peshawar provienen de comunidades rurales marginadas y empobrecidas, donde la atención médica todavía no es de fácil acceso debido a su costo y a la dificultad para trasladarse a un centro médico, sea por la inseguridad (guerra) o su lejanía. Las pacientes son refugiadas, principalmente de Afganistán, o han sido desplazadas internamente de las antiguas Áreas Tribales Administradas por el Gobierno (FATAs), una región que soportó hasta principios de 2017 los conflictos y la inestabilidad resultantes de la guerra de 2001 en Afganistán.
Una de esas madres fue Shaheen, quien dio a luz a su cuarto hijo mediante una cesárea. Al preguntarle su edad, asegura no saber cuántos años tiene. “Ninguno de nosotros realmente sabe cuántos años tenemos. Es una pregunta que nunca hacemos. La mayoría no hemos ido a la escuela, por lo que nuestra edad no es un problema”, comenta. Según sus cálculos, podría tener 25 años.
Séverine, quien ha estado en Afganistán, Egipto, Irak, Líbano y Pakistán, recuerda aquel día en el que recibió enKhost a una mujer cuyos signos vitales se estaban apagando y sangraba profusamente. Ella había llegado al hospital después de parir su undécimo hijo, tuvo complicaciones en la noche, pero tuvo que esperar hasta que amaneciera para poder ser llevada al centro médico porque era muy peligroso tomar la carretera.
No podía sentir su pulso y su presión arterial no existía. Intentaban resucitarla, pero parecía que ya se había ido. Cuando sentía que todo estaba perdido, que esa mujer había muerto dejando a once hijos en casa, percibió un pulso muy débil y la llevaron al quirófano. Su placenta aún seguía dentro de ella y tuvieron que extirparle el útero. Sobrevivió y pudo regresar a casa. “Es una luchadora, como muchas de las mujeres que he conocido en Afganistán”, recuerda.
Al preguntarle a Séverine qué pasará con los hijos de Shaheen, Shakeela, Bismilla y Nadia, su respuesta es una prueba más de la desigualdad de la que son víctimas las mujeres. “Si el bebé es una niña, el futuro muchas veces es problemático y difícil. Conozco mujeres afganas que tuvieron buen futuro si el padre decide que la mujer puede estudiar y si nacen en una familia con dinero. Pero el futuro de una mujer en mi país natal, en Bélgica, es mucho mejor que el de una mujer en Afganistán”.
¿Y si es mujer tiene un bebé varón? Séverine asegura que el futuro de un niño es mejor que el de una niña, pero sigue siendo un bebé nacido en la guerra. “Hay mucha pobreza, no hay buena educación. Los menores de edad pueden ser heridos por las bombas o por las balas”. Bebés de la guera y sus madres, seres que viven en riesgo