La Tierra está atravesando un momento sin precedentes en el que el cuidado y la preservación de los recursos naturales se han convertido, con urgencia, en el centro de todos los temas y todas las agendas, así que para sumarse a la conservación, el turismo comenzó a hablar de regeneración y a trabajar con ella, más allá de la sostenibilidad, en la restauración activa de los ecosistemas y el fortalecimiento de las comunidades locales en las que tiene impacto.
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Por eso en Colombia, un país en el que la etiqueta “biodiversidad” se volvió más que una simple etiqueta, una bandera, este tipo de turismo, el turismo regenerativo, está ganando relevancia, pues a medida que los viajeros del mundo buscan experiencias más auténticas y responsables, el nuevo enfoque les ofrece una solución que beneficia en un triple aspecto vital a la restauración de los ecosistemas, a la revitalización cultural y a la calidad de vida de las personas que habitan las comunidades anfitrionas.
En el primer Foro de Naturaleza Regenerativa, EL COLOMBIANO conoció tres proyectos que se enfocan en este tipo de turismo en distintas zonas del país. Aquí los presentamos.
Siempre he querido ser montaña
“Mi nombre es Estefanía Rivera y mis abuelos fueron los primeros en llamarme así. Crecí en la montaña contando maíz, trabajando el campo e hilando lana de chivo, una experiencia que despertó mis habilidades y mi pasión por el trabajo manual, haciéndome aprender a sumar antes de leer, adelantándome varios grados en el colegio y permitiéndome ser una de las primeras egresadas de un colegio público de Suba en recibir una beca Colegios Amigos del Turismo para la educación superior.
Desde entonces, no solo soy montaña de mis abuelos, sino también montaña de la Universidad Externado que fue donde estudié Administración de empresas turísticas y hoteleras; donde empecé a crear empresas ficticias que, por suerte, ficticiamente no quebraban; y donde me interesé por proyectos territoriales, que más tarde me llevarían a trabajar con la comunidad de Dibulla, en La Guajira, en una iniciativa de la Fundación Iguaraya que surgió gracias a la gestión de Alfredo Navas, que reunió unos predios y unas reservas de la sociedad civil para trabajar restauración ecológica; y de Gabriela Grisales, que arrancó un proceso con cocineras, pescadores, músicos y campesinos, de preservación del patrimonio vivo de ese territorio.
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Una iniciativa muy significativa porque permeó mi vida, pero también el turismo de la región, un turismo que, más allá del mar Caribe, habla de las acciones que regeneran el territorio y que se evidencian en la correspondencia que les da la comunidad, o en las cocineras tradicionales cuando se paran duro y dicen: “Soy recipiente de generaciones de saberes gastronómicos, no tengo por qué usar productos industrializados porque con mis saberes tengo para sazonar este mundo y dos más”.
Entonces todo este trabajo que estamos haciendo en el territorio para atraer visitantes es la muestra precisa de que Dibulla primero es un hogar, y luego un destino, y por último una opción para generar recursos económicos. Así que ahora soy la montaña de mis abuelos, de la Externado y de Dibulla”.
Más de este proyecto en @fundacioniguaraya.
Porque no quiero ser sostenible
“Hace algunos años, tomé una decisión que cambió mi vida por completo. Me pregunté: Iván Castrillón, ¿por qué quiero ser sostenible cuando puedo ser regenerativo?, pues para mí la sostenibilidad se había convertido en un concepto vacío: a pesar de los esfuerzos globales que se han realizado por más de cinco décadas para conservar la naturaleza, los indicadores ambientales y sociales solo empeoraron, y el cambio climático, la contaminación por plásticos y el estrés en la vida urbana solo se convirtieron en algunos de los problemas que enfrentamos hoy.
Crecí en una finca que mi padre compró cuando yo tenía cuatro años, y aunque él no se la quedó para desarrollarla, esa breve conexión con la tierra me marcó profundamente, y a los 14 años, decidí estudiar agronomía para sacar adelante ese lugar, sin embargo, la vida me llevó por otro camino, me llevó a trabajar en la industria de agroquímicos, donde creía que esa era la única forma de producir alimentos, pero todo cambió cuando descubrí un cultivo de banano orgánico en Ecuador que no utilizaba ese tipo de productos, y recuerdo que eso me impresionó tanto que comencé a cuestionar mi trabajo y a estudiar alternativas, así que fui comprendiendo que podía cultivar de manera diferente, imitando a la naturaleza en lugar de luchar contra ella, y de esa forma nació la idea de hacer turismo regenerativo en nuestra finca. Hoy, con mi familia, gestionamos un hotel ubicado allí mismo, en el Lago Calima (Valle), donde aplicamos principios regenerativos: producimos alimentos sin agroquímicos, reciclamos todos nuestros residuos y trabajamos con la comunidad local, creando un legado de sostenibilidad real. Lo más importante es que hemos cambiado desde dentro, transformando nuestra manera de vivir y trabajar.
Este viaje no ha sido fácil, pero vale la pena, porque mi sueño ahora no es solo mantener lo que tenemos, sino regenerar y devolverle a la Tierra más de lo que tomamos. Hoy lo que verdaderamente importa no es ser sostenibles, es ser regenerativos”.
Más de este proyecto en @huertahotel.
La naturaleza me enseñó a vivir
“Soy Santiago Barragán y mi historia comienza en la cuenca del Orinoco, en el norte de Casanare, un lugar donde los mitos y la majestuosidad del llano forjaron la identidad de nuestra familia, pues allí mi abuelo, don Armando Barragán, adquirió en 1974 el Hato La Aurora, en el municipio Hato Corozal, la mayor reserva natural de la sociedad civil del país, una reserva con 17,000 hectáreas protegidas, en las que prohibió la caza y adoptó una ganadería regenerativa, respetando las prácticas ancestrales de mis bisabuelos.
Una razón de peso para que mi padre, don Nelson Barragán, continuara este legado, enfrentando el desafío de la modernización que llevaba consigo prácticas insostenibles que lo incentivaron a, en 1999, asentar el ecoturismo en la reserva a través del Ecolodge Juan Solito, un ecoturismo que tenía por único fin promover la conservación del medio ambiente y el respeto por la naturaleza, pues nos centramos en experiencias inmersivas y respetuosas con los ecosistemas donde el impacto en su ingreso es mínimo e incluso nulo, y ofrecemos caminatas guiadas por el bosque de galería, donde los visitantes pueden observar la rica biodiversidad del territorio, incluyendo monos aulladores y jaguares en su hábitat natural, o por el río Ariporo y por los majestuosos paisajes del llano. Todo esto sin contar con que en nuestro lugar los visitantes tienen la oportunidad de experimentar la vida en el campo y la autenticidad de la cultura llanera, a través de estancias que incluyen un acercamiento con la música tradicional y la gastronomía local.
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Así que si en algún momento estuve perdido, y lo estuve, regresar a mi territorio me permitió ver la verdadera belleza del ecoturismo: aprendí a amar y a cuidar la Tierra, a trabajar por su preservación, a disfrutar de la naturaleza de manera consciente, e invito a todo el que puedo a hacer lo mismo, pues la felicidad y el sentido de pertenencia se encuentran en la conexión profunda con nuestro entorno, en la preservación y en la admiración de la vida que nos rodea”.
Más de este proyecto en @hatolaurora.
* EL COLOMBIANO asistió a el primer Foro de Naturaleza Regenerativa por invitación de USAID.