Aquel lunes 21 de mayo, hoy hace 20 años, me desperté pensando en lo afortunada que era, pues la vida me había permitido regresar al país y abrazar nuevamente a mi padre, cuyo secuestro había sufrido encontrándome en Italia, donde culminaba mis estudios de Derecho Público.
Al despedirme de él aquella mañana, no sabía que ya nunca más lo vería con vida, y que el almuerzo de mediodía programado para celebrar mi regreso, sería para siempre la fecha luctuosa de su asesinato. Nosotros, su familia, habíamos perdido un padre maravilloso; al país, se le había arrebatado un hombre público de ejemplar rectitud, integridad y vocación de servicio, lo cual, en esta Colombia dolorosamente sumida en la más honda corrupción, sigue representando todavía hoy una irreparable pérdida para la sociedad colombiana.
Recuerdo la devoción de mi padre, cuando en la penumbra de su biblioteca, e inclinado sobre la luz de su escritorio, escribía a mano sobre sus fichas de color verde, las notas para las clases de Derecho Penal en la Universidad de Medellín, el claustro que tanto quiso, del que fue su primer egresado, Decano de la Facultad de Derecho, y el que le otorgó uno de los títulos que más valoró: El de Profesor Emérito.
Vuelven a mi mente su inquebrantable disciplina y su amor por el conocimiento, durante las extenuantes jornadas en las que al ritmo ágil de su máquina de escribir, redactaba su libro Derecho Penal -Parte General-, y las múltiples conferencias y artículos con los que enriqueció el estudio del Derecho nacional y comparado, a más de sus ponencias para las Comisiones que presidió, de los Códigos Penal y de Procedimiento Penal de Colombia, y para el Código Penal Tipo para América Latina, todos ellos de obligada referencia para los estudiosos de estas disciplinas.
Cómo olvidar aquellos casetes en los que, expectante, oía su voz erguida y solitaria en formidables debates políticos que hicieron época en el Congreso de la República; allí, y por casi dos décadas, luchó con espíritu indoblegable contra la corrupción y la violencia, y en defensa de los más necesitados. Su paso por la Corte Suprema de Justicia, tribunal en el que brilló por la inteligencia de sus tesis y por sus denodadas batallas en defensa de las libertades públicas amenazadas por los excesos del poder, forjaron el destino de muchos de nosotros.
Hoy como entonces, en aquel lejano 21 de mayo de 1990, nos dolemos de su temprana desaparición, convencidos como estamos, de que su vida consagrada al servicio de los más nobles ideales de la patria, la justicia y el derecho, habría podido contribuir durante muchos años más a la construcción de un país más democrático y equitativo para todos.
Al rendirle homenaje a su memoria en esta fecha, nos queda el consuelo de que, luchando contra las brumas del olvido, su legado continúa inspirando las vidas de muchos que como él, tenemos una fe indeclinable en las inmensas reservas morales y espirituales de la nación, y en que a pesar de las adversidades, aún brilla la esperanza de un futuro mejor para todos los colombianos.
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