Me preguntan con frecuencia para qué sirve el periodismo en estos tiempos de redes sociales y vértigo noticioso. Suelo responder que, aunque los periodistas hayamos perdido el monopolio de la información, el periodismo sigue siendo muy útil para lo mismo de siempre: denunciar, informar, narrar, analizar, orientar y, sobre todo, ayudar a entender.
El escritor Héctor Rojas Herazo decía que amaba a quienes buscan la verdad pero desconfiaba de quienes creen haberla encontrado. Ejerzo el periodismo con un ojo puesto en esa máxima.
Acaso lo mejor de ser periodistas es tener la oportunidad de ponernos en los zapatos de los demás para comprenderlos. Para comprendernos.
El periodismo nos permite ser testigos, y luego contar. Hay que vivir tal situación para saber lo especial que es. Además, haciendo periodismo uno aprende mucho sobre la condición humana.
¿Y lo peor? Supongo que los riesgos, especialmente en aquellos lugares donde, según el poeta Jaime Jaramillo Escobar, exponer las opiniones no atrae a un contradictor dialéctico sino a un sicario.
O quizá lo peor son los sueldos. En América Latina he conocido legiones de periodistas desencantados de este aspecto del oficio. Es una paradoja triste: mostramos los problemas que tienen otros profesionales por causa de los malos salarios, pero nunca escribimos sobre los que tenemos nosotros por la misma razón.
Sin embargo, nos damos el lujo de ser felices en tales condiciones, y hasta repetimos, en coro con Albert Camus, que el periodismo es el oficio más bello del mundo.
Las nuevas tecnologías han transformado el oficio. Pero tales transformaciones no alteran el fondo de nuestro compromiso. Los medios tradicionales se inventaron la prisa como valor casi único del periodismo, y luego, cuando las redes sociales empezaron a desafiarlos en ese terreno de la velocidad, ya no supieron qué hacer.
Borges decía que no hay nada más nuevo que el periódico de hoy ni nada más viejo que ese mismo periódico al día siguiente. Y eso que en los tiempos de Borges la inmediatez se medía en horas, no en segundos. Si el compositor puertorriqueño Tite Curet Alonso estuviera vivo, ya no le diría a su musa que su amor es un periódico de ayer, sino que es un tuit de hace diez minutos.
Lo que quiero decir es que la velocidad no puede ser el único valor del periodismo. Tampoco el culto a la tecnología.
Si Robert Capa viviera también tomaría fotos con un teléfono móvil, pero él tendría claro que la herramienta tecnológica es un simple canal del mensaje y no el mensaje mismo.
Hay que tener curiosidad. Hay que ser acucioso. Saber quién sabe lo que uno no sabe, y preguntarle -como proponía don Alfonso Castellanos - es una manera muy linda de terminar sabiendo. Uno de los principales mandamientos del oficio es administrar la ignorancia.
Por último, no hay que confundir periódicos con periodismo. Los primeros suelen acabarse cuando no les funciona la parte mercantil. El periodismo es una necesidad social, y como tal sobrevivirá aunque no exista ningún periódico.
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