No le gustó al padre Nicanor, mi tío, que lo hubieran invitado dizque a un encuentro de compañeros de cuando él estudiaba en el seminario.
-¿Vos te imaginás, sobrino? Reunir un montón de viejitos decrépitos que lo mejor que podemos hacer es no dejarnos ver para que no se note la decadencia que dejan los años.
-A ver, tío. Tampoco es para hablar así. Usted me ha dicho siempre que la vejez es una gran riqueza, que hay que tener el valor de envejecer, que se debe vivir orgulloso de haber vivido.
-Pero también te he dicho que la vejez tiene su pudor, que no conviene hacer alarde de senilidad. La hazaña de envejecer implica aceptar las limitaciones físicas, los acabamientos del vigor, el apagamiento sereno de la vitalidad. Todo eso que ocurre "cuando llega el arrabal de senectud", de que habla el poeta.
-¿Cuál poeta, padre? ¿Y qué es eso del arrabal de senectud?
-Oye, muchacho, estos versos, que cito de memoria: "Decidme: la hermosura, / la gentil frescura y tez/ de la cara, / la color y la blancura, / cuando viene la vejez, / ¿cuál se para?/ Las mañas y ligereza/ y la fuerza corporal/ de juventud, / todo se torna graveza/ cuando llega el arrabal/ de senectud".
-Usted y sus ranciedades. De verdad no sé a qué poeta se refiere, tío.
-Claro que debes recordar a don Jorge Manrique, el poeta español del siglo XV, autor de las muy conocidas " Coplas por la muerte de su padre ", que empiezan: "Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida/ cómo se viene la muerte/ tan callando?".
-Ah, ya caigo. El que decía que "nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar, / que es el morir".
-Sí, hijo, añejos versos para recitar y meditar a la luz melancólica del ocaso que nos cubre en el arrabal de la senectud. Bella expresión, ¿cierto?
-Pero yo no la entiendo. Ni lo de "graveza" en que acaba convertida la juventud.
-Pues graveza es una palabra ya borrada del diccionario que significa pesadez, lo contrario de ligereza. Y en cuanto a la metáfora del arrabal, bien sabes lo que el vocablo significa: un barrio fuera del recinto de una población, en su periferia.
Algunos interpretan la expresión como la proximidad de la vejez. Tal vez lo que quiere decir es que llegar a viejo es sobrevivir en los extramuros de la existencia.
Pero en el poema queda la sensación de que se refiere a algo que llega arrasando, como un vendaval, que suena parecido.
-Entonces, padre, no va a ir a esa reunión de viejas glorias del clero.
-No me gustan los homenajes a la viejas glorias de nada. Ni de la cultura, ni de la política, ni del deporte.
Dan grima allá, en el escenario o en la cancha de un estadio, sus figuras avejentadas, disfrazadas de juventud irrecuperable, caritristes, con esa gordura que dan los años, si no es que están ya rubricados por flacuras terminales.
-Pero una reunioncita social de amigos, sí, padre.
-Menos. Las reuniones de las antiguas promociones, de amigos de la vieja guardia o de tribus familiares, acaban siendo, -¡qué pena!- un show de museo, un decadente encuentro de viejos, para no usar el eufemismo ese de los adultos mayores o de la llamada tercera edad que, te lo repito, lo grave no es que sea la tercera, sino la última, hijo mío, la última.
-Padre, ahora sí lo cogió a usted del todo la viejera. Qué pesar.
-No me parés bolas. Fue un desahogo. Los viejos tenemos la obligación de ser alegres y -para decírtelo con un verso de Maruja Vieira, la poeta de Manizales- de seguir "descaradamente vivos".
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