A sus sesenta y seis años, Wbeimar Muñoz Ceballos por fin llegó a la niñez. Disfruta con las cosas elementales de la vida, un riachuelo, una canción, una flor. Él nació viejo y se fue haciendo adulto desde los siete años, cuando sus pies todavía hollaban las calles de su natal Sevilla, Valle del Cauca.
Dueño de una memoria prodigiosa, según el narrador deportivo John Jairo Agudelo, conocido como el Capitán, él no se detiene mucho a escarbar en lo que sucedió en esos primeros años de vida, cuando era viejo. Sentado a la mesa del comedor de su apartamento, mirando fotos de tiempos idos y sus cuadernos de la Maestría en Táctica de Fútbol que cursa en una universidad española, cuenta que cuando tenía siete años, su mamá lo mandaba a trabajar tan pronto llegaba de la escuela.
Se ve a sí mismo en el Parque de La Concordia con su caja de lustrabotas; vendiendo prensa o helados y, más tarde, en un rincón de la casa paterna pegando carramplones a los zapatos de los campesinos para que les duraran más; pero nunca jugando.
Su mamá, Magdalena, era costurera. Su papá, Pedro Antonio, fue sastre hasta que le entró una enfermedad que le impedía realizar los movimientos finos de la costura y debió cambiar de oficio: se volvió dentista. Pero como era de esperarse, "pocos le creían", después de tanto haberlo visto con una cinta métrica colgada alrededor del cuello y enhebrando agujas, como para acudir a él en busca de calma para sus dolores de muela, así que este negocio no le resultaba lucrativo. Por eso, ese viejo imberbe, Wbeimar, debía laborar para ayudar a sostener una familia de seis hijos entre quienes él era el segundo.
Wbeimar cree que eso de trabajar desde el principio le formó el carácter y lo hizo hombre de iniciativa. Pero también le impidió ser niño.
Fue más o menos por ese tiempo cuando, estando en un paseo con sus compañeros de cuarto grado, el profesor Roberto Otálvaro imitó a un pionero de la narración deportiva, para diversión de los alumnos: "señoras y señores: les habla su narrador deportivo Carlos Arturo Rueda C. La pelota está en el centro del campo..." Eso fue suficiente para que Wbeimar pensara: "yo tengo que llegar a ser narrador deportivo".
El drama de la voz
Y una de sus primeras muestras de iniciativa fue irse de casa. Tenía ocho años. Partió hacia Cartago porque él quería estudiar y su papá no podía brindarle educación. Porque este hombre a quien oímos todos los días por Radio Reloj, ha sido amante del estudio y de la lectura desde que estaba viejo. Antes de los 10 años ya había leído la biografía de Joseph Fouché, el político francés del tiempo de la Revolución Francesa y de Napoleón. No terminó el bachillerato en Cartago, sino en Medellín, donde, a los 14 años comenzó a trabajar en la Emisora de la Universidad de Antioquia. "En ese tiempo todo se libreteaba. Yo hacía libretos y presentaba obras clásicas en esa emisora".
El día en que cumplió los 16 años, 15 de julio de 1960, firmó contrato con Caracol. Fue voz comercial cuando el narrador era Jaime Tobón de La Roche. Compartió micrófonos con Miguel Zapata Restrepo e Iván Zapata Isaza, entre otros, y cumplió su sueño: llegó a ser narrador deportivo. También fue locutor relojero y lector de noticias. Pero su tiempo como narrador duró poco: unos dos años. Víctima de un atraco, los delincuentes se llevaron más que dinero: su voz. Le clavaron un puñal en la garganta.
Fue un año de sufrimiento, durante el cual hablaba sin emitir sonido. Acudió a foniatras de cantantes de ópera hasta que le devolvieron una voz que no era la suya, pero que desde entonces lo ha identificado en el mundo de la radio. No se parece a ninguna otra. Pero "no la siento natural". Y por eso se dedicó al comentario: porque supuestamente tenía que hacer menos esfuerzo vocal que narrando los partidos.
Una vida al todo o nada
Quienes lo rodean saben que él ha vivido su existencia a gran velocidad y colmada de excesos. La sobredosis de trabajo y de bohemia le ha pasado factura a su salud. Por eso, desde 2006, cuando tuvo otro susto y debió ser intervenido quirúrgicamente para curarlo de unos aneurismas en la aorta, fue que entendió que él ya no era el viejo de antes, sino un niño que debía vivir despacio, cada cosa a la vez, y más cuando suele repetir que va a vivir 120 años.
Aunque él no debería decir 120 años, sino 129. Cabalista a morir, tal vez por estar metido entre deportistas que lo son tanto, cuando decidió someterse a esa cirugía, exigió que fuera 29 de septiembre porque si "no es el 29, me muero".
Por fortuna, en esos momentos duros contó con Gloria Martínez Herrera, su esposa, quien lo ha acompañado siempre, aun en los momentos más dolorosos de su recuperación. "Mi mayor satisfacción es que, durante su enfermedad, cuando él despertaba, yo estaba ahí", revela ella, quien disfruta a su lado gran parte del tiempo, porque también trabaja en Producciones Iberoamericanas vendiendo la pauta publicitaria de Wbeimar Lo Dice y las transmisiones futboleras desde hace más de 15 años, a pesar de tener formación en arquitectura.
Y con él comparte una vida social intensa, llena de reuniones y fiestas con personajes del deporte, claro, pero también de la política y el arte, de modo que no la alcanza el tedio.
"Y como él lee tanto, viajar a su lado es maravilloso. Por ejemplo, cuando estábamos en París, luego del Mundial de Fútbol de 1998, fuimos a la Catedral de Notre Dame. Y me contaba que esa edificación de estilo gótico fue construida durante casi 200 años, entre los siglos XII y XIV. Que la primera piedra fue puesta por el Papa Alejandro III, que Napoleón se coronó emperador allí y que Víctor Hugo se inspiró en ella para su romance Nuestra Señora de París. En fin, él te cuenta muchas cosas".
Inconforme, obsesivo
Tal vez todo eso, su trabajo excesivo, su afán de conocimiento, se deba a que él es obsesivo. Eso dice el Capitán: "él es obsesivo de la perfección". El hombre de radio Santiago Martínez dice que es un inconforme y Fernando Calle, también comentarista deportivo y compañero suyo, dice que es muy exigente. Si se mira bien, pueden ser tres maneras de decir lo mismo.
"Es que a mí me tocó vivir una radio de gran calidad -explica Wbeimar, ya sentado en otro espacio, un granero de la urbanización Carlos E. Restrepo, lugar de sus tertulias con músicos y escritores al rededor de un whisky aguado "para expandir las arterias", al cual acude para sentir que cerró su negocio de puertas invisibles-. La época de Bernardo Hoyos, Alberto Aguirre, Miguel Zapata Restrepo, Rodrigo Correa Palacio y otros personajes muy instruidos. Y si tu no te preparabas, te excluían, mijito".
"Con Wbeimar hay que saber cómo está de la gripa Teo Gutiérrez, cómo va de la lesión Gio Moreno, pero también en qué parte arrastra cristales el río Medellín. Cómo va a parar el equipo un técnico y también qué es la Ópera de los tres centavos y que Pedro Navaja, la canción de Rubén Blades, está basada en ella. Nada se le puede escapar a uno".
Wbeimar es mi maestro. Yo no sé si él me reconocerá como alumno, pero yo me autoproclamo su alumno. No te llama para enseñarte, sino que te enseña con su quehacer
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