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Barajas secuelas que siguen a Elizabeth 25 años después

27 de diciembre de 2008
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"A los pocos minutos de haber despegado del aeropuerto de Barajas, en Madrid, el jumbo comenzó a descender rápidamente y mis dos hijos, al sentir el vacío como si fuera una montaña rusa, levantaron los brazos y, con emoción en la mirada, gritaron mientras disfrutaban de la adrenalina.

Pero no era una montaña rusa; el avión iba directo hacia el suelo. De pronto ya no vimos ni sentimos nada. Minutos después logré ser consciente de lo que estaba pasando: habíamos caído y a mi alrededor solo se respiraba el dolor y la tragedia".

Estos son algunas de las imágenes que después de 25 años siguen atormentando a Elizabeth Vallejo y a su familia, luego de haber sobrevivido al accidente aéreo del Boeing 747, de Avianca, el 27 de noviembre de 1983, en el que perecieron 181 personas.

El avión cayó en una zona despoblada a 16 kilómetros de la capital española, a la 1:04 a.m. (hora de España), 7:04 p.m., hora de Colombia.

Entre los 192 ocupantes del Jumbo, estaban la crítica de arte argentina Marta Traba, su esposo, el escritor Ángel Rama, entre ciudadanos alemanes y franceses.

Elizabeth viajaba con su esposo Patrice Negers, de nacionalidad francesa; y sus hijos Ludovic Patrice, de 23 meses; y Katy Elizabeth, de tres años. El plan era pasar dos meses de vacaciones en el país.

Añoraban este tiempo, pues Elizabeth es oriunda de Riosucio, Caldas, pero casi toda su vida ha vivido en París, donde se casó y nacieron sus cinco hijos (tres de ellos, posteriores al accidente).

Tiene una maestría en Recursos humanos y en Gerontología, y aunque han pasado cinco lustros, aún sufre las secuelas de este accidente.

Luego de que el avión cayera, los momentos siguientes son un poco borrosos para Elizabeth. Recuerda que se paró y alcanzó a ver que sus dos hijos estaban vivos.

Sintió que su esposo gritaba, buscándolos. Al ver que su familia estaba viva, Patrice trató de ayudar a otras personas, pero comprendió que debía alejarse rápidamente del lugar porque la aeronave podía explotar.

"Comenzamos a caminar en medio del bosque y a pocos kilómetros encontramos una patrulla que había sido alertada por unos campesinos que creyeron haber visto un ovni, o mejor dicho el avión cayendo", cuenta Elizabeth.

Lo que siguió de ese horrible momento no pudo ser peor, pues los cuatro integrantes de la familia Negers Vallejo fueron separados e internados durante meses en diferentes clínicas por los severos traumas.

"Recuerdo que mi hijo mayor estuvo en cuidados intensivos casi un mes y yo no podía verlo, pues estaba en otra clínica. Mi angustia era terrible y no sé que era peor, si mis dolores o la desesperación de no saber de él".

Tan solo tuvo noticias de sus seres queridos por la Reina Sofía, quien la visitó en una ocasión, y aunque le juró que había visto a su hijo y que estaba mejor, "para mi no era suficiente", dice Elizabeth, con la voz entrecortada.

Sin tener una explicación válida, esta colombiana se sentía culpable de haber sobrevivido; y ahora, todavía busca una respuesta. ¿Será que tiene una tarea en la vida?, se pregunta. Con ella iban 43 niños, entre los casi 200 pasajeros, y solo 11 personas lograron salir con vida.

Con los otros siete sobrevivientes tuvo contacto por algunos años, pero esta relación no era nada fácil, pues los traumas y los recuerdos no dejaron de atormentarlos, así que fue mejor alejarse para siempre.

Y como si fuera poco, durante muchos meses tuvo que soportar las llamadas de personas que la insultaban, por la suerte que había corrido.<STRONG></STRONG><STRONG>Presentimientos</STRONG><BR/> Aunque disfrutaba mucho volar, un gusto que le había transmitido a sus hijos, algunos días antes del accidente estuvo inquieta y tuvo una pesadilla en la que veía fuego, dolor y mucha tristeza, recuerda.

Por estos días leyó que existían piyamas que protegían del fuego, e impulsada por un extraño sentimiento, corrió a comprárselas a los niños.

Después de 10 años de no subirse a un avión, la colombiana, ya logró superar este trauma.

Sus hijos y su esposo, aún se esfuerzan por exorcizar sus temores.

Su esposo Patrice padece un cáncer, debido al uranio que tenía el avión en las alas, según explica Elizabeth; y su hijo. Ludovic, sufre de esquizofrenia.

En aquella época todos culparon del siniestro al ingeniero de vuelo, pero hoy se sabe que fue una falla en el sistema de altura, relata.

"Trato de no guardar rencores, pero lo cierto es que nuestras vidas nunca volvieron a ser las mismas", dice.

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