La familia Melo González ha estado muy cerca de los libros: sus miembros han sido lectores, editores, profesores. De ese hecho se desprende que estén detrás de Al pie de la letra, una de las librerías con mayor tradición en la ciudad. “Para nosotros los libros siempre fueron importantes: mi papá fue educador”, cuenta Gloria Melo, la actual gerente de la librería.
La idea de fundar una librería se le ocurrió a uno de los hermanos. Siendo editor de Norma, uno de los Melo decidió que la familia debía tener una librería, para lo cual convocó a sus hermanos, en particular a Gloria, economista de profesión. “Él me llamó y me dijo: ¿por qué no miras costos y posibilidades?”. Y así lo hizo Gloria: se enteró de que los dueños de la librería La mesa del silencio buscaban un relevo y habló con ellos. La historia se remonta a finales de 1993. Hizo un trato y quedó a cargo del local que desde el seis de diciembre de ese año es la sede principal de Al pie de la letra. En estos años la librería siempre ha estado ahí, viendo cómo el ecosistema del libro se transforma. “Al principio el ambiente era muy difícil, pero eso ha ido cambiando. La gente cada vez lee más. En esto ha ayudado mucho la Fiesta del libro, ha creado nuevos lectores”.
Desde un principio los hermanos Melo tuvieron claro el norte de su librería. Tendrían, por supuesto, espacio en sus estantes para el libro comercial, pero también para los títulos que sin lograr altos números de ventas contribuyen a la discusión pública y a la conversación social. “Quisimos ofrecer cosas de fondo: libros de filosofía, de sociología, de autores clásicos... Tener una librería con buena atención y buenos libros”. Y para conseguirlo los ocho libreros que en la actualidad trabajan en Al pie de la letra se nutren de las sugerencias y opiniones de los lectores. La política es la de alimentar el catálogo con las sugerencias de los lectores, de nuestros clientes”, dice Gloria.
Desde hace siete años la empresa abrió una sede en el Mamm. Allí han llevado el espíritu de la librería que abrió sus puertas con un surtido limitado de libros: “comenzamos con apenas cinco cajas de libros. Luego las editoriales confiaron en nosotros y nos enviaron más títulos”. Luego de la pandemia las cifras de lectura han aumentado, cuenta Gloria. El cansancio de la gente por el continuo contacto con las pantallas la llevó a volver a los libros, a retornar a las palabras inscritas con tinta en las páginas de los volúmenes. “A raíz de la pandemia se han creado más librerías en Medellín y en el país”, dice.
No obstante el valor social de las librerías, su destino no está por completo a salvo. Uno de los principales desafíos de los años por venir lo planta los nuevos mecanismos de distribución de libros. La cantidad de ventas le permiten a las plataformas virtuales competir con las librerías en un terreno muy concreto: el de los precios. “Las plataformas quiebran los precios, ofrecen muchos descuentos”, dice Gloria. Por ese motivo cree que Colombia debe regular el precio de ventas de los libros, formular una ley que proteja a todos los miembros del circuito editorial y bibliográfico.