Para el candidato a la gobernación de Antioquia Mauricio Tobón ninguna herida parecía definitiva. Quizá porque siempre fue más grande que el resto, creció desacostumbrado a temer por su propio cuerpo, arriesgándolo en competencias de motocross en la adolescencia que le dejaron, entre otras lesiones, dos fracturas de clavícula y 8 meses de cuello ortopédico.
En la infancia, Mauricio volvía a su casa lleno de raspones, después de partidos de fútbol con los vecinos de la Villa del Aburrá, y de los recorridos en bicicleta por la ciudad justo en su época más violenta, la década de los 80’s, que lo llevaron, según cuenta, a presenciar dos carros bomba y el asesinato del oficial de policía Valdemar Franklin el 18 de agosto de 1989.
Como saldo, contó solo los cortes en su mano por una cerveza que estalló por causa de las explosiones, y las heridas que le dejó saltar de la bicicleta para ocultarse, mientras los sicarios descargaban 150 tiros contra el policía.
Durante 42 años, Tobón vivió sin miedos, hasta la noche del 28 de diciembre de 2015, cuando durante una reunión familiar en una finca en el municipio de Támesis, el “volcán” de pólvora que instalaron se inclinó y, en lugar de estallar durante 1 minuto y medio en el cielo, lo hizo durante 3 segundos en su cara.
Cuando despertó, estaba ante la primera lesión irreparable de su vida. Su historia, construida como una oda a la temeridad, carga desde entonces, una marca inocultable en su rostro, un parche, el cual hoy capitalizó y lo convirtió en el eslogan de su actual campaña a la Gobernación.
Ese día Tobón tenía más motivos para celebrar que la cercanía del año nuevo. Ya se rumoraba que el electo gobernador, Luis Pérez, lo escogería como gerente del Instituto para el Desarrollo de Antioquia (Idea), encargada de impulsar la financiación de proyectos en el departamento.
El accidente, que hizo que sus familiares temieran inicialmente por su vida, se convirtió, una vez estuvo fuera de peligro, en un riesgo para su reputación: un funcionario no posesionado, quemado por romper la prohibición del uso de pólvora.
Era, sin duda, una historia difícil de contar. Incluso para alguien consciente de la importancia de las noticias. Desde 2012, junto a su amigo de la universidad Jorge Pareja, Tobón fundó el portal Minuto 30, un sitio web que apuesta por contenidos rápidos y virales.
Durante los primeros días de enero de 2016, la respuesta a las sospechas de los medios de comunicación sobre lo ocurrido fue vaga. El recién posesionado gobernador le dijo a Caracol Radio que Mauricio “estaba en las fiestas de Navidad y algo le cayó en el ojo”.
La ausencia del funcionario durante la posesión del gabinete el 5 de enero mantuvo la incertidumbre, que siguió alimentándose durante tres semanas hasta que el 26 de enero Tobón decidió ser el narrador de su propia historia: apareció en público con un parche en el ojo anunciando una campaña contra el uso de pólvora. Pidió perdón a su familia y a la sociedad.
A partir de ese punto, Tobón, en palabras de su hermana, Mariluz, se vio obligado a “recuperar su centro” y a aprender sobre los asuntos básicos de la vida: que la hamburguesa termine en su boca y no en la nariz, como ocasionalmente pasa.
Paradójicamente, ese fue su momento de mayor poder. Su rol en esa entidad, donde Tobón manejó un presupuesto de 147.600 millones de pesos (en su primer año de gestión). También resultó enlodado tras los cuestionamientos por la creación de la sociedad mixta Valor +, la cual –según señaló la Fundación Paz y Reconciliación– habría sido usada por Tobón y Luis Pérez para favorecer a aliados políticos.
En marzo de este año, la fundación publicó que la empresa se habría saltado procesos de contratación pública, algunos de ellos suscritos con empresas sin domicilio, como el grupo empresarial MSL por un valor de 548 millones de pesos. La creación misma de Valor + estaría en la mira como una obra de Tobón. Presuntamente, el entonces gerente habría usado su influencia para pasar por encima de la potestad de la Asamblea de formar empresas estatales o sociedades mixtas.
En declaraciones a este diario, el mismo Tobón dijo que todas estas acusaciones son “calumnias. Es una campaña politiquera que usa como fuente a mis contradictores políticos que están compitiendo por la gobernación de Antioquia”.
Fidelidades y traiciones
Mauricio Tobón tenía 10 años, caminaba por el almacén Ley de Junín con sus dos hermanos, cuando vio un carro de juguete en una estantería y dijo: “Lo quiero”.
No era la expresión de un deseo incierto, ni la confusión momentánea entre el pensamiento y el habla que hace que los niños expresen en voz alta aquello que, con el tiempo, comenzarán a decirse solo a sí mismos, cuando la adultez vuelva discretas sus frustraciones.
Lo de Tobón era distinto, la suya era como una promesa autoimpuesta que lo obligaba a dedicar los siguientes días a improvisar negocios –bolis, minisigüí, celulares o cualquier cosa que encontrara para vender– hasta tener suficiente para retirar el carro de la estantería.
“Es como una máquina de generar cosas”, dice Mariluz. Mientras crecía, sus deseos fueron escalando y solo en el gusto por el fútbol dejaron un historial de viajes: siguió a Nacional, su equipo, a dos finales de la Copa Libertadores, un mundial de clubes en Japón en 2016 y asistió a 3 juegos finales de mundiales (Sudáfrica 2010, Brasil 2014 y Rusia 2018).
La vida pública de Tobón ha sido corta y narrarla es volver sobre unos hechos ya conocidos. Lo que es más difuso son las ideas que defiende. Por ejemplo, de niño, Juan David, su hermano, recuerda que su padre, el exconcejal de La Ceja Gustavo Franco, cedió a la insistencia de Mauricio y los llevó al paso por Medellín del líder liberal Luis Carlos Galán.
No es claro qué tanto de lo que pensaba ese niño sentado en los hombros de su padre en el cruce de La Playa con la Oriental, entonando a gritos “Galán, Galán”, se mantenía años después, cuando Tobón se inauguró en la política como uno de los dos concejales electos por la Alianza Social Indígena, que entraron al Cabildo como la bancada del electo alcalde Sergio Fajardo.
Para Álvaro González Uribe, cofundador de Compromiso Ciudadano, el movimiento que dio origen al fajardismo, “lo que es un hecho es que Mauricio se hizo elegir por nosotros, y a las dos semanas ya estaba por su cuenta”.
En la versión de Tobón, las diferencias con la bancada de gobierno llegaron más tarde, “desde el momento en que se da la compra del 50 % de Orbitel”, a mediados de 2006. Más allá de la razón del distanciamiento, para el siguiente periodo del concejo, Tobón debió buscar quien lo avalara, y encontró un espacio en el Partido Liberal de su infancia y juventud. Se quemó.
En los siguientes años, se acercó al Centro Democrático, participó en la campaña de Juan Carlos Vélez a la alcaldía de Medellín en 2014 y luego pasó por el gobierno de Luis Pérez, como gerente del Idea. Es decir, en una década Tobón pasó de ser fajardista, luego liberal, más tarde uribista, luego estuvo en las entrañas del Gobierno de Pérez y este año recogió firmas para avalarse a la Gobernación. Ahora dice no tener un jefe político.
Mariluz no ve contradicción en esos giros, más bien una búsqueda. “Yo pensaba, ¿este por qué cambia tanto de partido? Eso es muy feo. Hoy, mi conclusión es que nunca se identificó con ninguno. Buscaba encontrar en todos una forma de que sus ideas fueran expuestas, hasta que se dio cuenta que la respuesta era este camino independiente”, dice. La fidelidad, sobre todo en política, puede ser una característica que solo se profesa hacia uno mismo.
Aprender a temer
Incluso antes de perder el ojo, Tobón ya sabía lo que era cargar con su cuerpo como un peso. Su crecimiento prematuro, cuenta Mariluz, hizo que en la infancia sus juegos estuvieran bajo escrutinio: allí donde sus padres y sus familiares veían la naturalidad de un niño de 5 años que arrastra su carro de juguete, los desconocidos veían la apariencia de un preadolescente estancado en la infancia, que le llevaba cabeza y media al resto de sus compañeros de juego.
El accidente en 2015 llegó a acentuar esa sensación que siente cada que conoce una persona nueva, y ahora supera la frontera inicial de rechazo que genera estar ante un hombre de 1,91 metros de altura con un parche en el ojo. Es peor, cuenta Mariluz, con los niños.
“Las primeras veces mis hijos se ponían a llorar”, dice. El miedo se calmó, en parte, cuando la hermana hizo que Mauricio se quitara el parche y les mostrara la herida, aunque antes de tranquilizarse y renombrar a su tío como el “Pirata”, pasaron varios días en los que soñaron con ojos que rodaban por las calles.
La pérdida física llenó a Tobón de tanta fortaleza como miedo. La idea recurrente que obliga a vivir calculando los riesgos del mundo –que le impide montar en bicicleta o jugar fútbol como antes– es perder el segundo ojo.
Su vida, después de todo, ha consistido en ser testigo de su propio proyecto –un carro de juguete en una estantería, un partido de fútbol en Japón, o la gobernación de Antioquia–; en la sucesión de promesas autoimpuestas, como puntos marcados en el horizonte, que teme algún día no ser capaz de ver
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