El frío de la madrugada no importó. Eran las seis y el sol apenas empezaba a despuntar, pero Andrés Guerra, de tan solo 16 años, llegó puntual, porque los sueños, sobre todo cuando se es joven, no dan espera. La fila daba la vuelta a la manzana. Todos querían ser vistos, todos querían demostrar su talento con el balón, todos querían probar que eran los más hábiles en la cancha.
Y él lo logró. Sobre las cinco de la tarde, cansado y con hambre, recibió la noticia. Había sido seleccionado para integrar uno de los equipos juveniles de Atlético Nacional.
Nixon Perea, exjugador y exdirector técnico juvenil, recuerda que corría el año 1989 cuando se conocieron en aquella interminable fila y empezaron a entablar una amistad que perdura hasta hoy. “Ambos íbamos detrás del mismo deseo de pertenecer a las ligas menores de Nacional y si ese día él se destacó por algo, fue por su talento”.
Ese era el primer paso para convertirse en futbolista profesional y, por qué no, representar al país en una copa mundial o triunfar en una liga extranjera. Pero a veces los sueños, por más que se persigan, también se quedan a medio camino.
Otro rumbo
En Medellín el apellido Guerra es sinónimo de política y aunque a Andrés Guerra, actual candidato a la Gobernación de Antioquia, no le gusta que lo midan por las acciones de sus parientes, el peso de su linaje ha marcado su destino.
Quienes lo conocen de cerca, aseguran que Guerra está siempre en una encrucijada: en su hogar la política es un tema prácticamente vedado en las conversaciones cotidianas, aunque él se dedique diariamente a su ejercicio.
Y aunque es de conocimiento público el distanciamiento ideológico con su padre, el exalcalde, exgobernador y exsenador Bernardo Guerra Serna, y uno de sus tres hermanos, el concejal Bernardo Alejandro Guerra, ambos militantes del Partido Liberal, la vena política y las aspiraciones de liderazgo terminarían por desplazar el juvenil sueño del fútbol.
Muy pronto después de haber sido seleccionado para entrenar con Atlético Nacional, además de su habilidad en la cancha, Guerra empezó a destacarse por su carisma y apertura. “A todos sus compañeros nos impactó mucho su humildad y su nobleza. Andrés venía de una familia política, una familia de clase media hacia arriba, que tenía una capacidad económica mejor que todos los que estábamos en el equipo, pero él nunca alardeó de eso, siempre nos trató de la misma forma, siempre nos trató a todos por igual”, añadió Perea.
Quienes compartieron con él en esa época, cuentan incluso que estaba siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara. Por eso, aunque no le hacía falta dinero, cada semana reclamaba el subsidio de transporte que le daba Atlético Nacional a los jugadores y se lo regalaba a algún compañero.
Esa práctica, la de mostrar generosidad, lo acompañó hasta sus días de universitario en la facultad de Comunicación Social y Periodismo de la UPB, a la que llegó a los 23 años, luego de haber decidido abandonar la carrera deportiva. Así por lo menos lo recuerda Marco Holguín, a quien el propio Guerra reconoce como su mejor amigo. “Un compañero de él no era de Medellín, pero viajaba todos los días a estudiar en la UPB. Al final del semestre, tenían como examen hacer un escrito sobre una historia personal y algunos lo leyeron en voz alta. Ese compañero contó que muchos sabían que él no vivía en la ciudad y que muchas veces iba sin desayunar a clase y otras no tenía con qué ir porque no tenía pasaje, pero nadie había hecho nada por ayudarlo y la única persona que le había tendido la mano era Andrés. Y eso es el mejor resumen de su talante”.
Un temperamento que también resalta por el amor a los animales. Guerra se suma al grupo de políticos antioqueños con pasión equina. “Si él fuera a invitarlo a uno a un plan de fin de semana, sería a compartir en una de sus pesebreras, junto con los caballos”, indicó Perea, mientras que Holguín explicó que “esa pasión por los caballos empezó hace unos 25 años y lo representa a la perfección, sobre todo en lo que significa cuidar e involucrarse. Él les habla a los caballos y es como si ellos pudieran entenderle”.
En la arena política
Algunos aseguran que el sueño deportivo de Guerra se truncó por diferencias personales con el jugador Gabriel Jaime “Barrabás” Gómez, que lo confinaron a la banca partido tras partido. Otros, por su parte, afirman que en 1996 y ya con 23 años, Guerra no pudo oponerse más a la herencia de su familia y literalmente colgó los guayos para emprender una carrera universitaria y poco a poco incursionar en la política.
Su primer paso en lo público lo dio en 2001, luego de graduarse de la universidad, cuando tuvo una breve participación en el Programa de Convivencia Ciudadana de la Alcaldía de Medellín. De ahí salió para convertirse en director de Fomento y Cultura del Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid.
Pero Guerra quería llegar más alto y quería demostrar que podía hacerlo sin tener que valerse de la ayuda de su padre o de su hermano. En 2002 contactó al entonces ministro de Transporte, Andrés Uriel Gallego, y le pidió la oportunidad de trabajar a su lado como asesor.
Gallego, uno de los hombres fuertes del uribismo por aquella época, accedió a la propuesta y lo nombró responsable del programa “Colombia Profunda”, que tenía por objetivo ejecutar obras sencillas, pero de impacto en zonas apartadas de la geografía nacional y comunidades con necesidades.
En 2008, luego de cerca de seis años de arduo trabajo, pasó a ser coordinador de la Oficina de los Alcaldes en el ministerio de Transporte y ese mismo año se convirtió en el enlace de esa cartera con el Congreso. Fue en esa etapa en la que aprovechó para hacer contactos y darle forma a su proyecto político.
En las elecciones legislativas de 2009 y en un nuevo acto que marcó distancia de sus parientes liberales, Guerra se lanzó al Senado por el Partido de la U, que para entonces enarbolaba las ideas uribistas.
Compitió contra pesos pesados de la política antioqueña y nacional, y obtuvo 35.560 votos, 173 menos que los que necesitaba para alcanzar una curul. Ese episodio es recordado como escandaloso, pues Guerra aseguró que detrás de los resultados había habido “mano negra” y acusó públicamente, aunque no ante la Fiscalía, al hoy candidato a registrador nacional, Alexander Vega, de haberle pedido $1.200 millones para detener, según afirmó, el fraude que habrían orquestado otros políticos.
Esa primera derrota lo obligó a cambiar de estrategia. Creó la Fundación Sembremos País y estructuró su discurso alrededor de la defensa de la ruralidad, la ecología y la siembra, valiéndose de dos símbolos: el árbol de guayacán y el sombrero. “El guayacán nos refleja la vida, el oxígeno, la reforestación. Pero para mí es mucho más importante y refleja más su esencia el sombrero, porque habla de romper una brecha entre lo urbano y lo rural”, expresó Nixon Perea.
En 2010 volvió a lanzarse al ruedo político, esta vez a la Asamblea de Antioquia, corporación en la que alcanzó un escaño con 22.000 votos. Y allí permaneció hasta 2014, cuando renunció tanto al que hasta ahora había sido su partido, La U, como a su lugar en la Asamblea, para lanzarse como candidato a la Gobernación de Antioquia.
Ese fue su paso definitivo para alinearse como figura del uribismo. Se unió al Centro Democrático, a pesar que ideológicamente, para varios de los más férreos militantes de ese partido de derecha, sus posturas podrían considerarse como “moderadas”.
La campaña de 2015 lo volvió a sumergir en un episodio polémico, cuando la precandidata Liliana Rendón, también del uribismo, lo derrotó en la encuesta interna del partido que buscaba definir quién sería el candidato. Sin embargo, a pesar de que Rendón contaba con el apoyo mayoritario de la colectividad, Álvaro Uribe decidió negarle el aval y dárselo a Guerra.
“Uribe siempre ha sido su referente, su modelo a seguir y es un líder para él porque resume muchas cosas de lo que Andrés quisiera lograr, no solo en lo político, sino en otros aspectos”, acotó Marco Holguín.
Sin embargo, el carácter fuerte e incisivo de su padrino político dista de la personalidad moderada y cándida que Guerra demuestra.
Uno de los integrantes de su círculo cercano considera que ese temperamento “podría jugarle en contra”, sobre todo, en un partido reconocido por dar fuertes peleas desde el discurso. “No es que le falte fuerza, sino que su visión del mundo, de la vida, es distinta”, afirman.
En los comicios de 2015 su principal rival fue Luis Pérez, quien ostentaba el apoyo del Partido Liberal y por ende, de Bernardo padre y Bernardo Alejandro, hijo. Pérez resultó ganador y Guerra se ubicó en segundo lugar por una diferencia de 205.130 votos.
Tras esa segunda derrota, el voto de confianza de Uribe no tuvo mella, por el contrario, lo impulsó a nombrarlo como director del Centro Democrático en Antioquia desde 2017 y hasta este año, cuando relanzó su candidatura.
Quienes lo han rodeado en la actual campaña, mencionan que su reto no solo es reunir las fuerzas de la derecha, que pueden verse representadas en el que se posiciona como su más fuerte rival, Aníbal Gaviria, sino ganarse también el voto de opinión.
Tal vez por eso, politólogos que ayudaron en la construcción de su Programa de Gobierno señalaron que “es un líder que tiene como prioridad el desarrollo social, incluso por encima de aspectos financieros y económicos. Eso se refleja en sus propuestas y lo hace diferente en su entorno, le da una identidad propia y hace que se gane la credibilidad de quienes lo conocen. Él siempre ha sido él, a pesar de su contexto”.
Estos son los perfiles de los otros candidatos a la Gobernación:
El cambio de traje del doctor Rodolfo Correa
Anibal Gaviria, el hombre que respira política
Iván Mauricio Pérez, el roquero que suena por Fajardo