Cuentan que, en la época de la Colonia, un toro y un torero se arrodillaron ante la aparición de la Virgen de la Candelaria, en plenas fiestas y en medio de la Plaza Mayor, hoy Parque de Berrío.
Quienes salen con este relato son José Antonio Benítez en El Carnero de Medellín (Ediciones Autores Antioqueños, 1988) y Germán Suárez Escudero.
Benítez es el primer cronista de la ciudad y publicó en 1797 su libro sobre asuntos de su siglo. Suárez Escudero es historiador con asiento actual en la Academia Antioqueña de Historia.
Este señala que las Fiestas de la Candelaria, que ahora reviven los integrantes de Distrito Candelaria, entidad ocupada en la recuperación del patrimonio, comenzaron a realizarse desde “los primeros amaneceres de El Poblado de San Lorenzo”.
Los registros más viejos de esa celebración son de 1619, en el tiempo del segundo cura o doctrinero del Valle de Aburrá, Facundo (Herrera) Ramírez.
La devoción a la Virgen de la Candelaria, comenta Suárez Escudero, la trajo el fundador Francisco Herrera Campuzano, en su llegada a esta zona, en 1616, “porque él tenía familia en las Islas Canarias. En una de ellas, la de Tenerife, los pobladores encargaban a la Virgen de la Candelaria que los protegiera de las erupciones del volcán Teidé”.
Las viejas fiestas
En los siglos XVII y XVIII, las celebraciones incluían corridas de toros, cabalgatas y peleas de gallos. Se recogía limosna para financiarlas y para ocupar cargos públicos, sostiene Suárez Escudero, había que demostrar devoción a la Virgen. Los dirigentes aportaban importantes recursos para el jolgorio.
El episodio de toro y torero arrodillados ante la Virgen sucedió en 1674. El hombre era el Teniente de Gobernador Juan Bueso de Valdés, quien fundó la Villa Nueva del Valle de Aburrá de Nuestra Señora de la Candelaria cuatro años antes.
Un toro de “extraña ferocidad”, de los que traían arriados desde Hato Grande, en la actual Girardota, salió al ruedo. Entre la numerosa concurrencia de espectadores, no había quién se arriesgara a ponérsele al frente para torearlo, y el Teniente Gobernador se atrevió a exponerse montado en un caballo.
El bovino, asustado con la algarabía de gritos y silbidos de la multitud, y más aun con los estallidos de pólvora, se fue contra el binomio y lo derribó en la primera embestida.
Vencido, a Bueso de Valdés no se le ocurrió otra idea que “implorar el auxilio de la Virgen de la Candelaria –relata el historiador–. Y, al parecer, animal y humano vieron la imagen de la Virgen sobre una nube, “con tal majestuosidad”, que el astado se arrodilló también.
Benítez dice que los costos de las festividades eran muy altos y, por eso, el oidor Juan Antonio Mon y Velarde presentó una legislación para reducirlos y tratar de darles un tono más religioso a los actos. “Sin embargo, estas disposiciones no se pusieron en práctica”.
Las fiestas pudieron acabarse, hacia los últimos años del siglo XIII, interpreta Suárez Escudero, porque la Plaza y los espacios públicos de entonces eran distintos a los de hoy. Conforme crecía la urbe, dice, se iba perdiendo la posibilidad de hacer corridas de toros y cabalgatas en un sitio tan central”.
Las nuevas fiestas
Sergio Patiño, integrante de la corporación Distrito Candelaria, cuenta que la intensión de su grupo es invitar a la comunidad de Medellín a revivir las fiestas, como un asunto del patrimonio cultural.
“La presencia de la patrona de Medellín en el escudo demuestra que su figura es importante entre nosotros”, dice Patiño, quien recuerda que algunas ciudades, como Barranquilla y Pasto, han tenido sus fiestas antes de Semana Santa.
La propuesta es institucionalizar las festividades para que se realicen, otra vez, cada año.
En la actual celebración hay actividades artísticas, como exposiciones fotográficas, funciones de teatro y toques de chirimías. De modo que no será fácil volver a ver un toro arrodillado en el Parque de Berrío.