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Una biblioteca que no conoce a su nuevo piloto

La Biblioteca Pública Piloto ha sido noticia por su nuevo director, Ángel Ovidio González, quien no tiene experiencia en el sector. Contamos la historia de la BPP, para recordar su importancia.

  • La Piloto se diseñó con un gran ventanal para que se pudiera ver desde el exterior la colección de libros. FOTO archivo ec
    La Piloto se diseñó con un gran ventanal para que se pudiera ver desde el exterior la colección de libros. FOTO archivo ec
  • Una biblioteca que no conoce a su nuevo piloto
  • Una biblioteca que no conoce a su nuevo piloto
27 de diciembre de 2021
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Hasta hace apenas un poco más de 60 años, Medellín no contaba con una biblioteca abierta a toda clase de públicos, trabajadores, amas de casa, niños, y con préstamo gratuito de libros. No existía en la ciudad, en tiempos de la dictadura de Rojas Pinilla, un pequeño ejercicio democrático de tal envergadura.

La Unesco, impulsora del proyecto piloto de la creación de una primera biblioteca pública en América Latina, contrató al arquitecto estadounidense Charles Mohrhardt, director de la biblioteca de Detroit, quien propuso la construcción de un edificio de dos plantas, sin divisiones y con grandes ventanales, iluminado en todas sus esquinas, en el que se pudiera ver desde el exterior la colección de libros y cómo brotaban en su interior los nuevos ciudadanos.

A la manera de un invernadero de cristal o una vitrina para el contagio colectivo, que fuera capaz de conquistar para la lectura y el aprendizaje a todas las generaciones locales, que vivían en un mundo de posconflicto, con altos niveles de analfabetismo, después de la Segunda Guerra Mundial y el período más sanguinario de la llamada Violencia en Colombia.

Julio César Arroyave, el primer director, capacitado por la Unesco en Estados Unidos, puso en marcha el experimento con una firme convicción: los libros exhibidos debían cobrar vida y salir al encuentro de sus lectores; era la biblioteca la que tenía una ciudad sedienta que necesitaba ser irrigada, y no al contrario.

Distribuyó volantes casa a casa, pegó avisos en el aeropuerto, en el ferrocarril, en los buses, los comercios y los bancos; se inventó un bibliobús y abrió una sede en Villa Guadalupe: 246.000 lectores en el primer año, una cifra nunca alcanzada por una biblioteca latinoamericana. 70.000 consultas atendidas de fábricas, talleres, industrias, almacenes, negocios, colegios y universidades.

Al final de la década del 50 sumaba más de 3.5 millones de lectores, en una ciudad de 600.000 habitantes.

Había conciertos, tertulias, un coro, grupos de teatro y numerosos clubes de aficionados: el de Autores Antioqueños, el Cine Club Medellín, la Asociación Antioqueña de Bibliotecarios, el Club Fotográfico de Medellín. Creó una discoteca con 2.400 discos, proyectó documentales a color y abrió una sala de arte, en la que exponían pintores de la talla de Eladio Vélez, Horacio Longas y Luis Vieco. Pedro Nel Gómez, Héctor Abad Gómez y Manuel Mejía Vallejo daban conferencias.

Su importancia fue refrendada en los años siguientes con visitas casi míticas, como la de Jorge Luis Borges y Camilo José Cela, y de otros destacados intelectuales latinoamericanos y nacionales como Juan Rulfo, Manuel Puig, Marta Traba, Jesús Martín Barbero y Estanislao Zuleta.

Para las últimas décadas del siglo pasado, el experimento se había consolidado y, primero bajo la dirección de Juan Luis Mejía, y luego de Gloria Inés Palomino, se convirtió en un nodo del patrimonio cultural de América Latina.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, con el apoyo internacional de la Unesco y el trabajo de devotos lectores y diestros gestores culturales como Miguel Escobar, Gabriel Baena, Jairo Morales, entre otros, la Biblioteca Pública Piloto convirtió la cultura local en un proyecto “piloto” en sí mismo, que probaba, erraba y, finalmente, acertaba en su misión de cultivar y convertir a ciudadanos de cualquier condición en lectores.

Sin parar de crecer

Se crearon el Archivo Fotográfico, declarado por la Unesco en 2012 como “Registro Regional de Memoria del Mundo”, que cuenta con imágenes desde 1849 y un inventario de dos millones de piezas en diferentes formatos –el segundo archivo más grande en volumen de América Latina y el primero en negativos; y la Sala Antioquia, conducida durante años por Miguel Escobar (q.e.p.d), con la compañía de José Gabriel Baena (q.e.p.d) y Jairo Morales, que cuenta con más de una docena de archivos personales de escritores como Ciro Mendía, Manuel Mejía Vallejo y Carlos Castro Saavedra.

Ya en la primera década del nuevo milenio, la BPP hizo parte del premio ATLA (Access to Learning Award), otorgado por la Fundación Bill y Melinda Gates a la Red de Bibliotecas de Medellín y el Área Metropolitana, con el que se inició un ambicioso proceso de digitalización de imágenes, grabaciones sonoras y documentos impresos frágiles como cartas, servilletas y cajas de cigarrillos utilizados por artistas y escritores.

En 2015, el edificio fue declarado Bien de Interés Cultural Municipal y fue sometido a una intervención arquitectónica para adaptar su estructura a las normas actuales de sismo resistencia y actualizar sus espacios a la idea de una biblioteca que fuera “un puente entre tiempos”, liderada desde 2016 por Shirley Zuluaga, su última directora.

Hoy, La Piloto, y sus cuatro filiales, es el corazón del Sistema de Bibliotecas Públicas de Medellín, que cuenta con 36 unidades de información (10 parques biblioteca, 12 bibliotecas de proximidad, 8 centros de documentación, la Casa de la Lectura Infantil y el Archivo Histórico de Medellín), y hace parte de la Red de Bibliotecas Públicas de Medellín y el Área Metropolitana, que reúne bibliotecas de todos los municipios el Valle de Aburrá, desde Caldas hasta Barbosa.

Ahora, cuando en el discurso político gobernante se clama por una transformación cultural, la administración municipal ha decidido entregar ese legado a un piloto sin horas de vuelo demostradas, pese a las advertencias y reclamos de quienes conocen y han sido testigos de la historia de esta ciudad

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