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Como dijo Pericles... No me adjudiques frases que no he dicho

Máximas, poemas y diversos tipos de composiciones se citan a veces sin saber quién las dijo o con autor errado.

  • Maquiavelo - Martin Niemöller - Francis Bacon - Enrique IV - Albert Einstein - Voltaire
    Maquiavelo - Martin Niemöller - Francis Bacon - Enrique IV - Albert Einstein - Voltaire
29 de mayo de 2018
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Uno bien podría pensar que la historia es un teléfono roto. Se atribuye a alguien la frase, el pensamiento, el poema que nunca dijo o escribió. Se citan ideas de libros que no están en esos volúmenes, y esos errores se repiten en la vida cotidiana hasta que después da lidia desmentirlos.

“No se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad de Dios”. Esta frase que se atribuye a uno de los desconocidos autores de la Biblia, muchos creen que está incluida en el libro de los libros, pero no aparece allí.

¿Acaso sea su fuerza expresiva lo que hace que los cristianos se hayan dejado tentar por la el deseo de incluir este pensamiento en las páginas sagradas? Tal vez sea la imagen potente que encierra, una figura simple para entender un tema complejo como el poder divino.

Lo cierto es que el auténtico autor de esta oración, a la que cualquier teólogo o doctrinero le pondría su firma sin resistirse, es Miguel de Cervantes Saavedra. La puso en boca de su personaje don Quijote.

En el capítulo III de la segunda parte, en una conversación entre este aventurero, su escudero Sancho Panza y el licenciado Sansón Carrasco —personaje que aparece varias veces en el clásico cervantino como El Caballero de los Espejos y El Caballero de la Blanca Luna—, cuando los dos protagonistas están ansiosos por escuchar del otro lo que se dice de ellos en un libro escrito por Cide Hamete Benengeli, surge esta conversación, con un Sancho impaciente porque no le dan la isla para gobernar:

—Por Dios, señor —dijo Sancho—, la isla que yo no gobernase con los años que tengo no la gobernaré con los años de Matusalén. El daño está en que la dicha ínsula se entretiene, no sé dónde, y no en faltarme a mí el caletre para gobernarla.

—Encomendadlo a Dios, Sancho —dijo don Quijote—, que todo se hará bien, y quizá mejor de lo que vos pensáis, que no se mueve la hoja en el árbol sin la voluntad de Dios.

A Cervantes lo compensa la historia en esto del teléfono roto. Si por este lado le “quitan” la frase para atribuírsela a la Biblia, hay otra que le adjudican a él y curiosamente también la ponen en boca de su Quijote:

“—Ladran Sancho. Señal que cabalgamos”.

Y quién, que no haya leído el Quijote o lo halla hecho sin celo, duda de su autoría, si se le ajusta al personaje y a su mundo como el zapato al pie de la cenicienta del cuento de Charles Perrault.

El Quijote y otros personajes de Cervantes pronunciaron muchas perlas, pero esta no aparece.

El periodista Juan José García Posada, quien dedicó espacio a este asunto en el Suplemento Dominical de EL COLOMBIANO, cuando él era su director, dice que en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, aparecen perros, sí, pero no se relacionan con cabalgaduras.

Del cómic y de la realidad

Las anteriores tienen su origen en los libros. Existen otras que salen de las historietas.

Los “mafaldólogos” reniegan porque una de las frases más populares de la inteligente niña salida de la pluma de Quino, Mafalda, sea: “Paren el mundo que me quiero bajar”.

Lo lamentan, porque, aseguran, esa expresión no aparece en ninguna parte de las historietas del argentino.

Quienes no son amantes de este cómic, aunque lo conocen y lo han leído sin devoción pero con cuidado, si bien no tienen autoridad para refutarlos y defender la autoría de Mafalda en esta sentencia, coincidirían en que le quedaría bien. No le desentonaría ni un poco en sus comentarios ácidos.

También hay frases, no de personajes de ficción, sino de carne y hueso, a quienes les quitan y ponen pensamientos y expresiones que en su vida acaso les pasaron por la mente.

“Las mujeres educadas raramente hacen historia” es una de esas sentencias. Unos creen que la dijo una tal Norma Jeane Mortenson, es decir, nadie menos que Marilyn Monroe.

Y sugieren que en ella, la actriz a quien Truman Capote definía como Una hermosa criatura y con estas palabras exactas tituló un relato, deja notar su frivolidad en tal afirmación.

Abandonan tal comentario, cuando le atribuyen la frase a Margaret Thatcher, Hillary Clinton, Meryl Streep, Eleanor Roosevelt o Ana Bolena.

Sí, la confusión de la propiedad de esta afirmación se enmaraña con tantos nombres.

Sin embargo, su autora no es ninguna de ellas. Es Laurel Thatcher Ulrich, ganadora de un premio Pulitzer, que la escribió en un ensayo titulado Vertuous Women Found: New England Ministerial Literature, 1668-1735.

Si a Cervantes, el azar le hizo justicia en compensarle la autoría de una frase por otra, en el caso de la norteamericana, ella misma se hizo justicia: tituló así, como la sentencia, uno de sus libros.

Salta la liebre

“Hay personas expertas en cambiar la autoría de las frases —comenta Juan José—. Recuerdo a un político colombiano, maluco revelar su nombre, que en una conferencia por la mañana mencionó: ‘como dijo Émile Durkheim, la filosofía es una ciencia con la cual y sin la cual, el mundo sigue tal cual’ y, por la tarde, en otra charla, expresaba: como sostenía Saint Simon: la filosofía es una ciencia...’: la misma cita con distinto autor”.

Mencionamos a Perrault líneas arriba y, claro, nos saltará una liebre: aparecerá quien diga que La cenicienta no es obra suya. En numerosas páginas de internet se la atribuyen a Disney. Sin embargo, la del gigante gringo del entretenimiento es una versión libre —libérrima, más bien— como las de otros muchos. Y Disney hizo sus versiones escritas y de cine.

Igual sucede con las fábulas. Con leves variaciones, un apólogo escrito por Esopo, esclavo que consiguió la libertad en la Antigua Grecia, después surge en la autoría de otros: La gallina y los huevos de oro, es una de ellas. El texto de ese hombre del siglo VI a.C, breve y en prosa, como era característico en él, dice:

Tenía cierto hombre una gallina que cada día ponía un huevo de oro. Creyendo encontrar en las entrañas de la gallina una gran masa de oro, la mató; mas, al abrirla, vio que por dentro era igual a las demás gallinas. De modo que, impaciente por conseguir de una vez gran cantidad de riqueza, se privó él mismo del fruto abundante que la gallina le daba.

Es conveniente estar contentos con lo que se tiene y huir de la insaciable codicia”.

Una versión de autor anónima, muy difundida con el título La gallina de los huevos de oro, incluye a un enano. Este es quien da la singular gallina a un labrador muy pobre y una tercera, de Félix María Samaniego, con el mismo título del anterior, ya en verso, se mantiene fiel a la original, solo que da detalles a las distintas escenas del personaje desgraciado.

Algunas frases de película no se han salvado tampoco de atribuciones erróneas o de inventos. Una de las más célebres, sin duda, debe ser: “¡Elemental, querido Watson!”, que, según las malas lenguas, solía decirle el detective Sherlock Holmes a su asistente de investigaciones, el médico John Watson.

Esa exclamación jamás la usó el personaje del escritor inglés Arthur Conan Doyle en ninguno de los 56 relatos ni de las cuatro novelas sobre el detective. La confusión viene de una película de 1939: Las Aventuras de Sherlock Holmes, de Alfred Werker de 1939. En ella lo decía.

Ah, y cómo no, poemas. También estos escritos han sido objeto de confusión.

Los más conocidos, por lo menos en nuestro medio, son esos dos, malos por sus versos dulzones y sus finales lacrimógenos, que atribuyeron, uno, a Jorge Luis Borges y, el otro, a Gabriel García Márquez. Parecidos en su idea. Esa de que si pudieran vivir de nuevo le dedicarían más tiempo a lo sencillo.

No parecen ponerse de acuerdo en si ese otro poema, No te detengas o Carpe Diem, sea de Walt Whitman, pero al pobre, ya muerto, no le quedará más remedio que recibirlo:

¡Carpe Diem! Aprovecha el día,/ no dejes que termine sin haber crecido un poco,/ sin haber sido feliz, sin haber alimentado tus sueños./ No te dejes vencer por el desaliento./ No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,/ que es casi un deber./ No abandones tus ansias de hacer de tu vida algo/ extraordinario./ No dejes de creer que las palabras y las poesías/ sí pueden cambiar al mundo./ Porque pase lo que pase, nuestra esencia está intacta./ Somos seres humanos llenos de pasión./ La vida es desierto y es oasis.

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