En 2014 una exposición en el Museo Convento Santa Clara de Bogotá fue suspendida por orden judicial. Varios grupos católicos celebraron la decisión, pues habían armado un revuelo por las imágenes de la artista María Eugenia Trujillo, que en su muestra Mujeres ocultas reunía una serie de piezas de metal, bordados y placas que relacionaban la iconografía religiosa con genitales femeninos.
En 2020 ocurrió algo parecido, aunque se quedó solo en un intento, cuando se propuso cerrar una muestra del artista argentino León Ferrari en el Museo Reina Sofía de Madrid por ir supuestamente en contra de los valores religiosos. Ferrari, fallecido en 2013, es autor de una famosa escultura, La civilización Occidental y cristiana, en la que presenta a un Jesucristo crucificado en un avión de combate, la cual ha querido prohibirse desde su creación en los años sesenta.
El arte religioso o que aborda la religiosidad suele causar estos escándalos cada cierto tiempo. Al parecer, sus imágenes agitan susceptibilidades, obligan a asumir una postura frente a un dogma o que revela sus lados más extremos.
“Vivimos en una sociedad todavía permeada por el arte católico, a pesar de ser una sociedad más laica en sus creencias”, dice la curadora y crítica de arte Sol Astrid Giraldo.
Fuera del ámbito de lo sacro, la representación artística resulta controversial, polémica, blasfema. La imagen de un Jesús crucificado bañado en orines no es fácil de digerir para muchos, y quizá menos en un mundo donde a una maestra en Florida, Estados Unidos, se le obligó a dejar su cargo en marzo de este año, por mostrarles a sus alumnos de sexto grado la imagen del David, el personaje bíblico esculpido por Miguel Ángel en el Renacimiento, obra que su época también quiso censurar.
Giraldo considera que hay asuntos que siguen siendo “tabú” e “intocables” en el arte. Pero, “más que tratar de irrespetar un símbolo, lo que hacen algunos artistas es traer esas imágenes a la época contemporánea para hacerles algunas preguntas”.
El mundo occidental y cristiano nos ha legado numerosas imágenes de inspiración religiosa o bíblica: anunciaciones, crucifixiones y últimas cenas que le han dado una imagen y un color a nuestras creencias. “Religión, arte, poder y política siempre han estado juntos y tienen una historia muy importante en común”, dice el artista Wilson Díaz.
No existe una época del arte en que la religión no hubiera estado presente. Desde las pinturas rupestres, a las que se les ha atribuido una intención mágico-religiosa por su forma de apresar en la piedra al buey objeto de la caza, hasta los feroces retratos de pontífices de Francis Bacon, el arte ha sido impregnado por el discurso religioso o ha contribuido a perpetuarlo o desacralizarlo en el imaginario social.
Y aunque no se viven tiempos de mecenazgos entre la institución religiosa y los artistas (acaso obligados a sustituir los valores religiosos por los del mercado), uno y otro no han dejado de interpelarse entre sí. De hecho, puede que el arte haya sido la religión muchas veces al encarnar sus valores, visiones, políticas y al abrirnos la imaginación a otros mundos posibles, más terribles o habitables que el nuestro.
Sin su confluencia y problematización no existirían las obras que aquí presentamos. Críticos, curadores y estudiosos del arte como Julián Posada, Néstor Martínez Celis, además de Díaz y Giraldo, nos ayudaron a escogerlas para este primer día de Semana Santa.
David (1501-1504), Miguel Ángel Buonarroti
La escultura más importante del maestro del Renacimiento, cuyo original se encuentra en la Galería de la Academia de Florencia, Italia, representa al David bíblico en posición de contraposto en el instante de enfrentarse a Goliat. En su tiempo, al presentarse a los florentinos por primera vez, el mármol provocó gritos de alarma en la muchedumbre que veía por primera vez a un David desnudo en su totalidad (su entrepierna fue tapada con hojas de parra). Recientemente en Estados Unidos obligaron a renunciar a una maestra, Hope Carrasquilla, por mostrar la imagen de este desnudo esculpido en clase. Según unos padres de familia, aquello era una exhibición pornográfica. “El Renacimiento no tiene absolutamente nada pornográfico”, se defendió la profesora, que fue invitada por el alcalde de Florencia para otorgarle una distinción.
La Inmaculada Concepción (hacia 1665), Bartolomé Murillo.
Se trata de un tema religioso tradicional tratado por uno de los mejores pintores del barroco español. Muchas de sus obras respondían a las peticioens de una clientela que le encargaba temas religiosos. En La Inmaculada Concepción, uno de sus óleos más conocidos, aparece la virgen con tres serafines de cada lado y delante una media luna filosa. “Los colores de la túnica y el manto, el pelo suelto, las manos entrecruzadas sobre el pecho y la mirada elevada y devota nos indican que estamos en presencia de la Virgen, y la luna creciente nos asegura que estamos ante la Inmaculada Concepción, que en las versiones de cuerpo entero se representa siempre a sus pies”, asegura una descripción del Museo del Prado, de España. Otras obras de Murillo son San Antonio de Padua (1656), La Virgen con fray Lauterio, san Francisco de Asís y santo Tomás de Aquino (1638-1640), además de numerosos retratos de vírgenes inmaculadas.
Estudio del Retrato del Papa Inocencio X de Velázquez (1953), de Francis Bacon
El retrato en óleo que hizo Bacon del papa Inocencio X estuvo inspirado en el que le hiciera el pintor Diego Velázquez en 1650 por encargo del propio pontífice, pero cuyo resultado no satisfizo al retratado por mostrarlo envejecido. ¿Qué hubiera pensando de haber conocido la serie de Bacon de más de 50 estudios? En ellos el artista británico distorsiona o más bien disecciona su imagen, mostrándolo atormentado, sombrío, casi un zombie que grita y acaso revela algo aterrador sobre su poderoso cargo ecleciástico. Sentado en el trono, la figura del papa parece descender (¿a los infiernos?) o estar bajo una lluvia como efecto del trazo expresivo del pintor. Ante las preguntas y la controversia inevitables, Bacon declaró que no tenía nada en contra de los líderes religiosos y que aquellos retratos eran tan solo “una excusa para usar estos colores”. En autorretratos y en otros cuadros que lo hicieron famoso trabajó con formas y colores con la misma violencia. Margaret Thatcher dijo que pintaba “asquerosos trozos de carne”.
Adán y Eva expulsados del Paraíso (1961), Marc Chagall
Este pintor ruso y francés de origen judío decía que soñaba con la Biblia, la cual ilustró por encargo del editor francés Ambroise Vollard. “Siempre me pareció, y siempre me parece, que es la fuente de poesía más grande de todos los tiempos”, afirmó sobre el libro sagrado del cristianismo. Entre los numerosos pasajes bíblicos que pintó están la expulsión de Adán y Eva del Paraíso, el sacrificio de Isaac, la escalera de Jacob, la crucifixión, la resurrección, el cantar de los cantares, entre otros. De algunos de ellos también creó variaciones, todas con su estilo colorido y musical, que la crítica ha relacionado con sentimientos de felicidad. En su natal biolorrussia, Chagall pintó edificios religiosos e hizo vitrales para Iglesias. La historia del arte lo asocia a movimientos como el surrealismo, el fauvismo y el cubismo.
La civilización occidental y cristiana, León Ferrari (1965)
El actual sumo pontífice, Jorge Bergoglio, siendo cardenal en Buenos Aires calificó esta obra de “una vergüenza”. La civilización occidental y cristiana fue presentada por León Ferrari por primera vez en los premios Di Tella en 1965, donde fue rechazada y dejada por fuera de la exposición. La controversia que suscitó obedecía al uso de la imagen del Cristo crucificado en un bombardero estadounidense. Sus manos se clavan en los misiles que a su vez están clavados en las alas de la aeronave, que puesta en posición vertical da la impresión de que desciende en picada por los cielos y no que se entierra en el Gólgota. A lo largo de los años, esta imagen de Ferrari ha suscitado múltiples lecturas, se ha considerado un irrespeto al catolicismo y a los feligreses a la vez que una critica a la guerra en estos tiempos. En 2020 unos grupos religiosos pidieron el cierre de una restrospectiva con motivo del centenario del natalicio del artista en el Museo Reina Sofía de Madrid, España.
Vida eterna (fuego eterno) (1978), Antonio Inginio Caro
Una serie de 15 fotografías en las que se aprecia el derretimiento por acción del fuego de un crucifijo vaciado en parafina (el material de las velas y cirios de las ceremonias religiosas). Como dice el historiador y crítico de arte Néstor Martínez Celis, este tipo de fotografía conceptual no era usual en el campo artístico colombiano de aquellos años. “El impulso de la obra conceptual, la utilización de la fotografía como registro del acontecimiento y la actitud iconoclasta ante el fetichismo religioso le granjearon a Inginio Caro primeros lugares en el panorama del arte contemporáneo en el Caribe”, ha dicho Martínez sobre el artista barranquillero. El mismo asunto, con la misma irreverencia y usando la fotografía para dejar un registro ritual, lo exploró en obras como Cristo efervescente y Ave María Inviolata, ambas de 1980.
El recreo - las monjas y el cardenal (1987), Deborah Arango
En obras como El recreo -las monjas y el cardenal, La monja intelectual o Las hermanas de la Presentación, la pintora antioqueña Deborah Arango plasmó una mirada cruda y personal de varios asuntos religiosos. En estos cuadros solía darles protagonismo a las monjas, quienes fueron fundamentales en su educación, al tiempo que mantenía una postura crítica que llevó a que la censuraran y amenazaran con excomulgarla. En Bogotá, Medellín y España sus obras fueron prohibidas, lo que la obligó a pintar prácticamente a escondidas. En esta obra de 1987 es evidente la asociación que la pintora hace entre el cardenal (el ave) y al cargo eclesiástico de alto rango (al menos al primero las monjas se le acercan con devoción). En el Parque Cultural Débora Arango, en Envigado, hay una escultura de Juan Fernando Torres inspirada en ese cuadro.
Piss christ (1987), Andrés Serrano
“El cuerpo es la carne y la belleza, pero también es su excrecencia”, dice la crítica y curadora Sol Astrid Giraldo, en referencia a esta obra del artista estadounidense, una de las más controversiales del siglo pasado. También conocida como La inmersión, muestra a un crucifijo sumergido en un tanque con la orina del propio Serrano. Frente al escándalo y las acusaciones de blasfemia (y las amenazas de muerte y las molestias de senadores de su país por haber venido la obra en miles de dólares), el artista respondió que él mismo era seguidor de Cristo y un hombre católico. Sobre su imagen, que pareciera aludir a la sangre del propio crucificado, ha dicho que buscaba un efecto de color (tal vez lo mismo que buscaba Fernando Botero al pintar de verde a su Cristo crucificado en Nuev a York en su serie Via Crucis). Lo cierto es que al exponer el cuerpo semidesnudo del hijo de Dios a los fluidos corporales, Serrano llama la atención sobre dualidades que la institución religiosa ha querido separar: carne y espiritualidad, cuerpo y alma.