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¿Y cómo es él? José Luis Perales habló de su vida y sus canciones

Dice que aún tiembla al salir a escena. ¿Y cómo es él? ¿A qué dedica el tiempo libre?

  • Perales se define como un tipo tímido y familiar que tiembla al salir a cantar. Se presentará en Medellín, en marzo. FOTO Cortesía
    Perales se define como un tipo tímido y familiar que tiembla al salir a cantar. Se presentará en Medellín, en marzo. FOTO Cortesía
20 de enero de 2020
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José Luis Perales lleva 20 años en Madrid, forma parte del paisaje y le saludan los vendedores callejeros. Atraviesa el puente colgante con un brío local, sin ningún atisbo de vértigo. Cruza las salas del Museo de Arte Abstracto Español contando anécdotas de pintores como Antonio Saura, Millares, Canogar o Zóbel, aquellos santones que hicieron confluir la mística de la ciudad con sus propios lienzos y de quienes posee algunos cuadros en su colección.

Disfruta igual de la pintura y de los huevos fritos que saborea en La Ponderosa, una de las mejores barras de España. Son paradas obligadas en la ciudad donde ha vivido, a 50 kilómetros de Castejón, el pueblo en que nació y donde aún se retira a escribir novelas, darle a la alfarería, sembrar su huerto y, por supuesto, componer canciones.

Las cuenta por centenares —entre ellas, éxitos como Un velero llamado libertad, Y cómo es él o Me llamas— y ahora algunas las ha reinventado junto a su hijo Pablo, productor musical, en Mirándote a los ojos, recopilatorio que les imprime nuevos vigores con los ecos de siempre.

Dice ser un lobo estepario, aunque lo suaviza con la felicidad que le produce también ser rey del karaoke. No solo en las canciones que interpreta.

Cada vez que suenan algunas de las más célebres de Raphael, Mocedades, Isabel Pantoja, Rocío Jurado o La Oreja de Van Gogh, sepan que también son suyas.

La melancolía y la timidez con las que muchos le han descrito —empezando por él mismo— quedan en duda a costa de las carcajadas que suelta en un salón del parador conquense mientras nos cuenta como salió de su pueblo, se hizo electricista y triunfó en la música.

Castejón (Navarra), donde usted nació, ¿mantiene algo de lo que fue en su infancia?

“Ha perdido aquella vidilla. Pertenece a la Alcarria pobre, la de Cuenca, en contraposición a la rica, la de Guadalajara. Ahí siguen las montañas azules que yo quería atravesar cuando era niño”.

¿Las montañas azules?

“Para mí era el fin del mundo. Atravesar eso y llegar a Sevilla cuando tenía 14 años con una beca que consiguió mi padre era una hazaña. El misterio de aquellas montañas lo fomentaban los mayores. Lo poco que contaban se lo imaginaban. Muy pocos las habían atravesado”.

En aquella época, lo normal era morir donde nacías.

“Sí. Aunque en aquellos tiempos ya empezaba a notarse la emigración. Ahí sí se produjo un vacío. Para sobrevivir. Pero ahora veo cómo todos los que se fueron han regresado para enterrarse aquí. Incluso para arreglar sus casas medio hundidas. Prácticamente todos han vuelto”.

Y usted, ¿qué hace allí?

“Arreglé nuestra casa y tengo otra, más alejada, a la que yo llamo el refugio. Me la hice cuando empecé a cantar. Necesitaba un sitio para escribir a mi aire. Iba siempre solo, menos en verano, que me acompañaban Manuela y los niños. Es una casa absurda. Tiene un grupo electrógeno para la luz y un manantial de agua no potable. Sigue así”.

¿Debe a sus padres
la música?

“Mi padre era aprendiz de todo y maestro en nada: fue capataz de la carretera, albañil, huertano, nunca nos faltó. Y mi madre, una mujer listísima que cuando hacía cualquier cosa cantaba. Tenía una inteligencia natural increíble. Mis abuelos vivían con nosotros, eran la referencia. Al volver del colegio, para que nos dieran de merendar decíamos: “¡Abuela!”. No llamábamos a mi madre, es curioso. De la cocina se ocupaba ella: las gachas, el ajoarriero, el morteruelo, las morcillas; todo lo hacía ella”.

Y su madre, ¿qué cantaba?

“Lo de entonces, la Piquer y así. Estaba enamorada de los mexicanos. Y a mi padre se le daba muy bien el flamenco: Farina, La Niña de los Peines... Siempre estaban cantando los dos. Mucho, si iban al huerto: a sembrar tomates, pepinos, lechugas, judías; eso también lo he heredado yo”.

¿Le encontraron dotes muy rápido?

“Yo escuchaba con ellos de todo. Pero a mí me despertó la vocación una rondalla. Un día llegó al colegio el que mandaba ahí, el que sabía música, y nos invitó a tomar el relevo porque querían que siguiera la tradición. Yo levanté la mano instintivamente. Y nos adjudicó un instrumento. A mí me tocó el laúd, que me aburría soberanamente”.

Pero así se conectó usted con el origen de la canción.

“Sí, con la melodía. Éramos juglares. Aprendí rápido. Demasiado rápido. No debería haber aprendido tan rápido”.

¿Por qué?

“Me entraba de memoria todo. Además, me ponían de ejemplo, y eso me fastidiaba mucho: ser el listillo”

Ahí influye su timidez.
¿Enfermiza?

“Se ve porque hablo muy rápido, ¿no lo has notado?”

Todavía no. En eso de su timidez, ¿no exageran?

“No, no. Todavía, si tengo que dar un concierto, al salir me echo a temblar siempre”.

Hemos hablado de música, pero poco de letra.
¿Cultiva la poesía?

“Mis canciones surgen de la calle, de la gente, de lo cotidiano más que de otras inspiraciones. Cuando me siento a escribir suelo estar motivado por alguna cosa que acaba de ocurrir o me visto con el disfraz de otro”.

Eso desde luego, porque pocos han escrito tanto sobre el desamor con un matrimonio como el suyo con Manuela, su esposa, que le dura ya... ¿Cuánto?

“Pues 40 años, por ahí. Yo también me pregunto eso”.

¿Se siente un poco vampiro de historias ajenas?

“Sí, aunque les pongo otros nombres. En las canciones y en las novelas. No creo que nadie escriba imaginando todo.

Antes de ese matrimonio ejemplar, ¿fue muy coqueto?

“Tuve otras novias, pero nada de mujeriego yo. El amor tiene ese desamor intenso que queda marcado en ti, como el primero, que nunca se consuma y deja un vacío tan grande que tienes necesidad de contarlo”.

O sea, que su primer amor se convirtió en petróleo para usted. ¿Cómo fue?

“Para mí, fundamental. En el colegio. Había una chica que me gustaba y le escribí una carta. No se puede ni se debe decir su nombre. Le decía que quería salir a pasear por la carretera. Lo que veía yo que hacían los novios formales, figúrate, esa idiotez. Me colé en su escuela y se la dejé en el pupitre. La respuesta de ella fue: “¿Eres imbécil?”. Desde entonces me costó más. Aunque no me destrozó del todo. Luego te das cuenta de lo que es el amor de verdad”

¿Y qué es?

“A mí me llegó con Manuela. Nos entendemos muy bien. Es puro, generoso y entregado. Darlo todo. Se siente y ya. En lugar de hablarlo, prefiero escribirlo o plasmar la emoción que me traslada en una canción. Con palabras y con música. En mi caso, ambas cosas nacen a la vez. Yo hablaría con música, como en la ópera”.

¿Cómo se hace?

“Buscas unos personajes, una escenografía y lo vas contando. A la vez. Desde el principio, desde que escribí Niebla, que no te la voy a cantar, no insistas. Le estoy muy agradecido a esa canción, pero no la enseñaré nunca”.

¿Tiene mal genio?

Sí, a veces. Manuela dice: “El día que yo hable...”.

Pero su vida, ¿daría para un serial?

Mi forma de vida familiar, de ciudadano de a pie, no da. Me considero un ser algo extraño. Un lobo estepario. Un trabajador en mi rincón, mi casa, mi campo. También cuando viene alguien indie o tipos como Marc Anthony [que ha adaptado Y cómo es él] a hacerme versiones me gusta. Me hacen sentir joven o eso que has dicho antes, el rey del karaoke. A mí no me ha costado trabajo durar tanto. Ha sido natural. Hay que adaptarse. Hasta los curas se adaptaron a los Beatles cuando yo era joven y nos dejaban llevar el pelo cortado a tazón.

¿Le siguen saliendo fácil las canciones? ¿Ha tenido crisis creativas?

“No, no he tenido. Me siguen saliendo. Y llegan ahora, en otoño sobre todo. Cuando tienes que ponerte manta y te abrigas con eso o, como antes yo, con un cigarro. Ya no fumo, pero fumaba como una puta presa, que me decían en Venezuela. Bueno, eso no lo pongas.

¿Por qué no?

“Ya, en fin, da lo mismo”.

75
años tiene este autor de una reconocida serie de himnos sentimentales.
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