Falleció Felipe Ossa, el librero más famoso y querido del país.
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“El generoso Felipe Ossa, librero mayor de la Librería Nacional, lleno de humor y vitalidad hasta la última charla, era gran amigo de todo el que quisiera o probara ser lector...”, escribió en su cuenta de X, Ricardo Silva Romero.
“Recibo con dolor la muerte de mi gran amigo Felipe Ossa. Fue un gran intelectual, librero, amante de la cultura y por años gerente de la Librería Nacional”, escribió, entre otras cosas, el expresidente Iván Duque.
Ossa nació en Bogotá pero se crió en Buga, Valle, la tierra de su familia paterna. Aprendió a leer a los cinco años de la mano de las historietas y los cómics. Su afición era tanta que tomó clases de dibujo con la ilusión de ser ilustrador de historietas, pero finalmente se hizo librero, como su papá.
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A los 18 años entró a trabajar a la Librería Nacional y ahí estuvo por más de 60 años de manera ininterrumpida. Fue miembro del consejo de redacción de Click, revista colombiana de estudio e información de la historieta, de la que circularon siete números entre 1979 y 1984 y publicó varios libros, entre esos, El mundo de la historieta, La historieta y su historia, Los héroes de papel, Cómic, la aventura infinita, y Leer para vivir, memorias de un librero.
“Mi vida y la de la librería se confunden en una sola”, escribió Ossa en sus memorias, una declaración de amor a los libros, a la lectura, a la biblioteca y a sus maestros.
Como recuerda Colprensa, su padre era librero y le tocó sobrevivir a los acontecimientos del 9 de abril de 1948 vendiendo a la carrera su amada librería para salir con prisa rumbo al Valle del Cauca, eso sí, junto a su preciada biblioteca personal.
Así fue que Felipe Ossa heredó el amor por los libros, pero su pasión aumentó por su propia rebeldía contra el sistema, que lo llevó en búsqueda de sus propias lecturas, y aunque se le conoce como el ‘librero de libreros del país’, también ha escrito sus propios libros, en especial en torno al mundo del cómic.
Su historia está ligada a buena parte de los más de 80 años de la Librería Nacional, con cerca de 30 sucursales por todo el país, con un canal digital de ventas cada día más robusto, logrando superar la crisis generada por la pandemia, que al final, terminó fortaleciendo al libro como un elemento clave en tiempos de aislamiento social.
Una aventura, todo un reto al cual llegó cuando conoció en Cali a un personaje que había inaugurado una librería en Barranquilla, se expandía por el Caribe, y ahora, hacía lo propio en Cali. Así, Felipe Ossa se encontró con la Librería Nacional, a la cual le dedicó hasta sus últimos días y que muchos recuerdan tras su fallecimiento.
“Mi padre era un bibliógrafo absoluto, le encantaba recomendar libros. Por otro lado, mi entrada a la literatura, a la comprensión de la misma, fue a través de La Isla del Tesoro y desde ahí lo que siempre quise ser fue lector, nada más. Por esto, cuando me tocó empezar a trabajar, lo primero que se me ocurrió precisamente fue la Librería Nacional que llevaba dos años de función en Cali, yo llegaría a ella en el año 1963”, comentó Felipe Ossa en la celebración de los 80 años de la Librería Nacional.
Antes de la llegada de Ossa a la Librería Nacional, esta ya tenía su historia. En 1941 fue abierta en Barranquilla, por el santandereano, Jesús María Ordoñez Salazar, quien se había iniciado como librero en la ciudad de La Habana en la famosa librería La Moderna Poesía, de la cual llegó a ser su administrador general, después de haber hecho un recorrido por todos los puestos de la librería.
“Él fue mi mentor, me formó profesionalmente en el mundo de los libros, porque la pasión por ellos ya la tenía, y creo que se convirtió en un gran equipo de trabajo para la expansión de la Librería por todo el país”, recordó Ossa en su momento.
De hecho, la sucursal de Barranquilla era el lugar al cual llegaban los jóvenes escritores y artistas de la época, como Gabriel García Márquez, en búsqueda de las lecturas que alimentaban al escritor.
Según recordaba Ossa, “Fue un foco, un sitio de reunión para todos los jóvenes y los escritores del momento, que tendría trascendencia tiempo después, con una forma de presentar los libros diferente a lo que se hacía por aquella época”.
Librería de avanzada
Desde sus inicios, la Librería Nacional implantó el autoservicio. Algo totalmente desconocido en esa época en Colombia, ya que las librerías tradicionales eran hostiles al público, con la barrera infranqueable del mostrador que impedía llegar al anaquel donde el libro puesto de lomo se mostraba indiferente y distante para el lector.
Se creó un modelo de muebles muy funcional, abierto, con la altura adecuada para la comodidad del cliente, donde se exhibían de frente y de forma atractiva todos los títulos de las diferentes materias y temas, creando así una gran camaradería entre el libro y el lector.
Este podía pasearse por entre las hileras de los muebles y filas de libros hojeando y leyendo lo que su curiosidad le apetecía sin que nadie lo molestara o se lo impidiera.
De esta manera, la Librería Nacional fue creando lectores y acrecentando su acervo bibliográfico, pues importaba libros de todo el mundo para de esta manera satisfacer la curiosidad de sus lectores y clientes.
“La Librería Nacional llegó a Cali y a mi vida en los años maravillosos de los sesenta, con ese fervor cultural y toda su rebeldía. Con libros como Cien años de soledad marcó una pauta con esos libros de venta fenomenal. Recuerdo que el señor Ordoñez pidió 600 ejemplares cuando salió este libro, que eran muchísimos para una ciudad como Cali en esos años, pero la visión de él era impresionante y en un día se vendieron esos ejemplares”.
La librería importó y distribuyó revistas nacionales y extranjeras siempre. Entre ellas las más importantes del mundo y las más representativas como Bohemia de Cuba, Life, Time, Esquire, Collier, Saturday Evening Post, Good Housekeeping, House Beautiful, Harper’s Bazaar, Sportsfield, Town and Country, Paris Match, entre otras y la revista Selecciones en español de quien la librería fue la primera distribuidora en Colombia.
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“Éramos distribuidores de las principales revistas del mundo. Distribuidores exclusivos de revistas como Playboy, que hizo parte de toda una revolución cultural, con las grandes plumas de la escritura en el mundo, y la expansión de la sensualidad y el erotismo, que generó todo un despertar”.
Y agregó: “Era maravilloso ver la librería llena con personas hablando de temas como literatura, psicoanálisis y muchos más temas, donde empezamos a ver más grupos de mujeres interesadas en temas intelectuales”.
Pero lo verdaderamente moderno y atractivo era la cafetería que se diseñó especialmente para funcionar dentro del local de la librería. Allí, rodeado de libros y revistas, se podía degustar un café y especialmente sus deliciosos helados muy famosos en todo el país.
“Él creó los muebles especiales para que los libros fueran exhibidos de la manera más cómoda y atractiva, donde la gente se quedaba por horas, incluso leyendo los libros, que al final terminaban llevándose. Se podía acariciar el libro y se podía acariciar la novia”.