En una terraza de Santa Mónica, Luis Betancur Puerta dice que la inspiración de viajar por el mundo fue “un rayo, un relámpago”. Vestido con camisa blanca de mangas largas, chaleco azul oscuro –en el que están bordados los mensajes, al frente, “Universidad de los Caminos” y, por detrás, “El amor no es amado”– y pantalón del mismo color, Luis dice que la noche que se le ocurrió la idea ha sido la única en sus noventa y un años de vida que pasó en blanco. “Tenía 25 años, recogía café en una finca en Jericó y me llegó la idea de viajar por el mundo y recoger pensamientos”, dice, mientras acomoda uno de los muchos objetos que trajo de su peregrinación. Aquí hay postales, filminas, cartas, accesorios, souvenires de media vida en los caminos. Sin embargo, para Luis lo más importante son los cuadernos. Y lo son porque allí están escritos los pensamientos.
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“Los pensamientos le cambian la vida a usted, a usted, a usted”, dice Luis, señalando con el índice a quienes le escuchamos. Abre uno de los cuadernos, pasa las hojas –ya marcadas por la humedad–, y trata de leer una de las anotaciones. La letra inclinada no le resulta muy clara. Cierra el cuaderno. Dice que su viaje por América y Europa consistió en visitar los pueblos perdidos y las ciudades ilustres para pedirles a sus habitantes que escribieran pensamientos.
De tal suerte que en los más de cincuenta cuadernos que compiló Luis durante más de veinte años de travesía hay frases sobre la sexualidad, la vida, la religión, la sabiduría, el poder, el placer, el silencio. Hay anotaciones hechas por obispos católicos, por campesinos, por docentes, por mujeres, por taberneros, por conductores de carro, por periodistas.
Le pregunto por su sustento durante viaje. Dice que la mayoría de las veces la gente lo recibió con mucha generosidad. En no pocas partes acudió a la generosidad de los sacerdotes católicos de cada poblado al que llegaba. Esto último no resulta extraño: Luis tiene las maneras, el lenguaje y el léxico de los miembros del clero. Incluso, cuando le pregunto por la decisión de no casarse ni tener hijos, responde con una frase del Evangelio: “Mi familia es la humanidad”.