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Jaime Jaramillo enseñó literatura hasta por Whatsapp

Este artículo fue publicado en GENERACIÓN el domingo 7 de junio de 2020.

  • Esta fotografía fue tomada en mayo de 2020 por EL COLOMBIANO. Foto Esteban Vanegas
    Esta fotografía fue tomada en mayo de 2020 por EL COLOMBIANO. Foto Esteban Vanegas
10 de septiembre de 2021
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Hace 15 días el poeta Jaime Jaramillo Escobar, en su cumpleaños 88, recibió decenas de gratitudes en WhatApp, a pesar de que ni siquiera sabe qué es. Entre los mensajes, Analía le dijo desde España que era la “voz que despejó la X del nadaísmo”, Eladio añadió desde Medellín que lo necesitaban muchos años vivo para soportar este desierto, Rafael Darío Jiménez, desde Aracataca (Magdalena), le recordó que su palabra es sagrada. Los mensajes llegaron al grupo de WhatsApp que se creó durante la cuarentena como una manera de continuar el taller de poesía que guía Jaime desde hace 35 años.

El escritor de Pueblo Rico, Antioquia, hace este encuentro semanal en el que no enseña qué significa poesía. “Si lo tiene que preguntar, nunca lo sabrá”, repite cada que le preguntan. Hasta marzo, cuando comenzó la pandemia, los sábados iba a la Biblioteca Pública Piloto a hacer la lectura en voz alta de su selección personal. Jaime sacaba de su maletín de agente viajero centenares de copias impresas para que cada asistente –unas 45 personas– siguiera la lectura in situ. “Es la mejor antología de poesía”, dice el escritor Javier Gil Gallego, quien ha asistido a las sesiones durante más de 20 años. En un conteo rápido cree que ha leído más de 1.000 autores.

Cada sábado, cuenta Javier, el poeta X-504 comparte nuevos autores, pocas veces repite. Al taller asisten personas entre los 15 y 70 años: “Nunca es tarde ni demasiado temprano para meter la pata”, escribió Jaime en la introducción de su Método, fácil y rápido para ser poeta, un libro en dos tomos de teoría literaria en el que demuestra que no hay un método, y que no es fácil ni rápido.

Cada nueva temporada iniciaba con lecturas de introducción a las sesiones, una suerte de decálogo para los recién llegados (“el artista nace, no se hace. El taller ayuda a la formación, el resto es responsabilidad individual”) que incluía algunas certezas que dan los años (“la prosa, la música y las artes visuales enseñan más acerca de la poesía que los mismos poetas”), algunas advertencias (“solo los poetas que empiezan creen que llegan sin haber partido”) y reglas (“el taller tampoco establece diferencias por género masculino o femenino. Se escribe bien o se escribe mal. No importa quién”).

En los tiempos presenciales Jaime saludaba de abrazo al que llegaba, costumbre que fija en su firma de autor –una figurita humana con manos enormes en señal de dar un abrazo–. “Es algo que ya no se usa y para él es importante. Cada que llega alguien él se para y lo saluda de un abrazo”, cuenta Javier, quien ha publicado tres antologías y un libro de relatos (Trece cuentos no peregrinos) como parte de estas sesiones. La mejor parte, de hecho, es la producción propia: “Si Jaime cree en alguien se va con él hasta las últimas consecuencias. Te corrige, hay discusiones, no cede nada, no vale la amistad. A mí me tocó pagar peaje duro y las zarandeadas fueron bravas”, relata el autor sobre las jornadas en casa del escritor para hacer correcciones a los textos.

En tiempos de estar en casa

En 35 años que lleva en pie este encuentro literario que siempre se ha hecho en la Biblioteca Pública Piloto y que lo auspicia desde hace dos años –el resto del tiempo lo hizo el Banco de la República– no lo ha detenido nada. Jaime por lo general rechaza invitaciones a festivales internacionales por su compromiso con las sesiones; hace hasta lo imposible para que ni una enfermedad o una incapacidad médica interrumpa el ritmo. Mientras vivía su amigo y compañero en el encuentro literario, el poeta Verano Brisas Brisas, a veces le secundaba, pero casi nunca sucedía. Tampoco lo detuvo la covid-19.

La idea de hacerlo por WhatsApp se le ocurrió a Gabriel Jaime Henao, un sobrino suyo. Al principio el autor fue escéptico. Ni siquiera sabía qué era WhatsApp (no le interesa). A regañadientes suyas, con autorización de la Biblioteca, su sobrino abrió a finales de marzo el grupo. Inició con 20 personas y, en dos meses, a través del voz a voz, ya van casi cien. Lo que más le sorprende al autor de “Los poemas de la ofensa” es la tecnología. Jaime les cuenta a sus amigos cómo crece la asistencia, les habla de lo raro del sistema, y de lo interesante que es el modelo en el que se pueden recibir comentarios desde otros países. Hacerlo es más fácil de lo que pensaba: “No tenemos ningún tipo de equipo, solo el teléfono fijo”, cuenta Jaime, uno de los iniciadores del movimiento nadaísta en los años 50.

Elige algunos poemas que se leerán en cada sesión, los imprime en Times New Roman de 16 puntos y, con ayuda de su sobrino, los graba un día antes de la sesión virtual. Jaime llama al número fijo de su sobrino con los títulos seleccionados e impresos en papel tamaño carta, listos para la lectura. Gabriel Jaime desde su casa graba con su celular lo que declama el poeta por el altavoz del teléfono. Un texto, un audio. “Es muy juicioso y exigente para hacer los registros, debe ser mínimo dos horas después de almorzar.

Además, antes de la lectura, se toma algo caliente”, cuenta su familiar y explica que con frecuencia le pide el escritor eliminar un audio y repetirlo cuando algo no le gusta, por ejemplo el tono en la declamación. Jaime es muy detallista. Sus recitales en vivo tienen una preparación previa, ensayos con ejercicios vocales, siempre comida liviana y a veces un poco de miel para aclarar la voz.

Los audios quedan grabados el jueves o viernes y el trabajo de Jaime termina ahí. Con las grabaciones, su sobrino las comparte en el grupo de WhatsApp “Taller de poesía X504” el siguiente sábado a las 10:30 a.m. en punto, la hora en la que se hacía la versión presencial. La diferencia es que ahora están conectados el triple de personas escuchando la voz de Jaime Jaramillo Escobar.

“Me parece muy raro. Cómo es que hay gente de otros países que han resultado conectados a eso. Lo curioso es que ha funcionado sumamente bien”, cuenta el poeta. Lo que nunca sucedió en 35 años, tener una transmisión internacional, ahora le pasa con la tecnología, impulsado por la imposibilidad de encontrarse en el lugar. El taller de los sábados lo han seguido en Birmingham, Wisconsin, Londres, Venezuela, Panamá, España y varias ciudades de Colombia. Se hace durante máximo una hora, “porque la gente no aguanta más de una hora pegada de un teléfono”, precisa el poeta, y le parece que ha funcionado muy bien. Gabriel Jaime cuenta que en la sesión de dos horas que dura abierto el chat pueden haber cerca de 250 intervenciones.

Entra el audio al grupo y luego los comentarios y discusiones literarias. El taller termina a las 12:30 p.m., la manera de hacerlo es que su administrador, Gabriel Jaime, cierra el chat de manera que nadie pueda publicar nada hasta el próximo encuentro. A veces le cuenta a su tío cuántos usuarios nuevos hay, si hubo comentarios y si les interesó el tema, porque Jaime no usa WhatsApp, sino que es como el fantasma que lee poesía.


En su Método, casi como una premonición, Jaime dice que los medios de comunicación modernos no cambiarían el hábito de lectura: “No es por ellos que disminuyen los lectores, sino por la falta de buenos escritores”. Escribió que la lírica oral –como la que sucede en la plataforma virtual–, encuentra en los avances digitales mayores posibilidades”.

“Parafraseando al presidente Mao, que lo moderno sirva a lo antiguo: que la tecnología avanzada reconozca la eterna verdad de la poesía”.

La semana pasada preparó una selección de escritores antioqueños a los que les dedicó una sesión. En un papelito tiene anotados los próximos:

“Mario Rivero, Jaime Jaramillo Panesso, Jorge Robledo Ortiz... Apenas estoy trabajando en la selección y transcribiendo”. Uno de los seleccionados es el poema Algunas cosas que me gustaría saber, de su amigo Darío Jaramillo Agudelo: “Tengo inmensa curiosidad de saber/ cómo se vuelve uno invisible/ y qué opinan los enanos del cuento de Blanca Nieves/ y quién fue el asesino del Mariscal Sucre/ y cuál es el remedio para la gripa/ cómo hacerme rico, multimillonario...” Con un taller digital se ganan y se pierden cosas. Javier cree que en las sesiones físicas había contacto y se propiciaba más fácilmente la discusión. Ahora es más difícil participar porque cualquiera lo puede hacer y al mismo tiempo. Por otro lado, valora que queden las grabaciones, “las puede uno oír varias veces, así como compartirlas”.

Todos los días los amigos llaman a Jaime. Le preguntan cómo está, si necesita algo. Un par le llevan algún domicilio o le ayudan con víveres. Es juicioso con las normas y no ha vuelto a recibir visitas en su casa. El que llegue sin avisar se queda en la calle. Se lo merece. Quién osa en estos tiempos visitar a un poeta.

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