Helí Ramírez se ha convertido en un santo y seña de los amantes de la poesía. Si alguien en Medellín quiere medir el conocimiento poético del contertulio le pregunta por los poemas del autor de En la parte alta abajo.
Esta condición la comparte el poeta antioqueño con otros escritores, quizá no tan conocidos por el gran público, pero muy queridos por sus lectores habituales. Esto explica la curiosidad que ha despertado la inclusión de la antología En la ciudad a los espantos les da miedo salir, en Palabras Rodantes, el proyecto editorial de Comfama y del Metro de Medellín.
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En el prólogo del libro, el poeta y dibujante Elkin Restrepo cuenta la conexión de Helí con la revista Acuarimántima, epicentro en su momento de la poesía antioqueña. En sus páginas se publicaron poemas de José Manuel Arango -cofundador de la revista, con Elkin-, de Víctor Gaviria, de Jaime Alberto Vélez, de Jesús Gaviria, entre otros autores de la escena lírica regional.
Por supuesto, allí Helí publicó sus primeros poemas, de cadencia callejera y caprichosa ortografía. Un botón de muestra: “Poraquí/no tenemos carros de basura/ ni árboles en las esquinas/ ni lámparas en la frente de las casas/ no hay nomenclatura/ no hay agua/la sed hace de las suyas/cuando recibe un beso/porque/ poraquí/nos reunimos en las esquinas/fumamos mariguana”.
Ese “Poraquí” nombrado en el poema -así, junto, dicho a la carrera- es Castilla. “Para Helí, su país, era el barrio Castilla, desolado y marginal, y sus muertos y vivos-muertos, entrecruzándose en incontables historias que, sin dar aliento al lector, se hilvanaban unas a otra: su destino a revelar”, dice Elkin en el prólogo del libro. Esa vivencia del barrio se volvió un leit-motiv en el poemario En la parte alta abajo, que le concedió a Helí la condición de clásico marginal, de poeta puesto en los límites del canon. Los primeros en vislumbrar el impacto del libro fueron -¿cómo no?- los editores de Acuarimántima. Cuenta Elkin que José Manuel lo consideró un “hachazo en la cabeza”. La razón, quizá, fue que allí la vivencia del barrio no es discursiva sino visceral. El poeta no mira desde lejos a la gallada de la esquina. No, está allí, en la mitad de ella, como uno más que se turna para el chiste y el bareto.